Pedro Ugarte
La literatura es para mí un ejercicio necesario, inevitable, sustancial, casi enfermizo. ¿Cómo será una vida sin libros?
Pedro Ugarte (Bilbao, 1963) se licenció en Derecho y trabaja en la Universidad del País Vasco. Ha publicado los libros de cuentos, Los traficantes de palabras (1990), Manual para extranjeros (1993), La isla de Komodo (1996) y Mañana será otro día (2005). En Páginas de Espuma, El mundo de los Cabezas Vacías (2011) y Nuestra historia (2016), Sus novelas, Los cuerpos de las nadadoras (1996), Una ciudad del norte (1999), Pactos secretos (1999), Casi inocentes (2004), El país del dinero (2011) y Perros en el camino (2015), algunas se han traducido al italiano y al francés. Antes del Paraíso (Páginas de Espuma, 2020) es su último libro de cuentos. Una colección donde sobresale el complejo tema de la paternidad desde distintos ángulos o desde una variopinta mirada y la contradictoria forma en cómo los hombres y las mujeres de hoy son capaces de sumergirse en el verdadero sentido de la vida, pero en su mayor parte, todos los protagonistas de las ocho historias narradas pretenden ser felices, luchan frente a obstáculos y problemas insalvables que les impiden esa dichosa actitud vital y, en ocasiones, solo les queda el mínimo atisbo de la esperanza, matrimonios fracasados, escritores frustrados, esa falsa felicidad, o esa permanente y sórdida creencia que provoca tantas debilidades como fracasos.
¿Su vida particular está plagada de referencias literarias?
¿Literarias? Realmente no, si conferimos al adjetivo literario su connotación habitual. Mi vida particular está plagada de violentas llamadas del despertador, intensas jornadas laborales, reuniones, visitas al supermercado, a los bares, a las oficinas de correos… Creo que las notas biográficas con las que los escritores decoramos las solapas de los libros tienen muy poco que ver con nuestra verdadera experiencia personal. En las solapas parecemos escritores, cuando la abrumadora de las veces somos otra cosa: profesores, periodistas, administrativos, bancarios, autónomos, pensionistas… incluso borrachos o vagabundos, pero escritores no.
La literatura, ¿se convierte para usted en un ejercicio estético necesario?
La literatura es para mí un ejercicio necesario, inevitable, sustancial, casi enfermizo. ¿Cómo será una vida sin libros? Sé que esa vida existe, pero ignoro de qué modo se sostiene y, sobre todo, qué interés puede tener. Escribir y leer son dos de las cosas más importantes de mi vida.
¿Su narrativa breve versa sobre los diferentes conceptos de la vida?
Diría que sí, o que lo intento. Pero no se me ocurre qué forma de narrativa puede existir que no hable sobre la vida misma. Las narraciones que ideamos las personas demandan el movimiento imaginario de otras personas sobre el complicado tapete de la realidad, y esa tarea exige llenarlas de hábitos, virtudes, defectos, motivaciones… Es imposible contar historias sin anclarse a la vida y a todo lo que en ella ocurre.
La familia, sus inquietudes y problemas, el día a día, ¿son parte de su propia biografía para escribir, o es un mero recurso?
La familia es uno de los territorios más fascinantes para la emoción humana. En general, mi literatura habla de cosas muy cercanas a nuestra experiencia personal: la familia, la amistad, las relaciones sentimentales, el trabajo… Quizás en “Antes del Paraíso” el tema de la familia se superpone a esos otros que he mencionado, pero ellos también están presentes en mis historias.
Antes del Paraíso (2020) ¿es una mirada amarga a toda una generación de hombres y mujeres que han ejercido de padres?
Me están llegando muchas opiniones que inciden en la amargura, o en la tristeza, de mi libro. Sin duda ese es uno de sus elementos fundamentales, pero me gustaría mencionar otros que, al menos en mi intención, pretendo que afloren en mis historias: el humor y la ternura.
El punto de vista de los cuentos Antes del Paraíso ¿conforman esa idea de una familia convencional?
La familia, como institución, es al mismo tiempo convencional y extraordinaria. En su vertiente más íntima, toda familia es trágicamente excepcional, y no por ello deja de reproducir conductas y modelos bastante previsibles. Vamos, que la familia, en ese sentido, es tan contradictoria como cualquier ser humano: todos nos parecemos como gotas de agua pero todos somos, al mismo tiempo, absolutamente excepcionales.
La mentira ¿sustenta nuestra visión del ser humano, como ocurre en el cuento “El premio”?
No es el único pilar, pero sí uno de los más importantes. Hay sentimientos más positivos, pero ya que su pregunta nos lleva por esos derroteros, yo mencionaría también otro no menos importante: el miedo. El miedo no solo es uno de los sostenes de nuestra vida, sino también una de sus mayores motivaciones (si no la mayor). Se habla mucho del poder, la ambición, la riqueza, el sexo… Para mí, no hay sin embargo motivación más importante que el miedo. Creo incluso que la ciencia así lo reconoce, aunque denomina al miedo con una expresión un poco más eufemística: instinto de supervivencia.
El curioso mundo de los campeonatos infantiles de “Pequeñas cosas tristes”, ¿sirve para dejar constancia de una realidad tan irritante?
El deporte escolar es, en ese relato, un decorado sobre el que componer un fresco social. Creo que la verdadera importancia que se da al deporte escolar se aprecia en la enorme autoridad que se reconoce a sus “pedagogos”. Hoy un maestro, un profesor o un catedrático debe tener muchísimo cuidado en su trato con los alumnos, ya que se expone a cualquier cosa: desde asaltos a mano armada hasta denuncias administrativas o penales. Un entrenador, en cambio, puede gritar, insultar, humillar, casi escupir a sus jugadores en medio de la complacencia general. Por supuesto, esto tiene coherencia interna: el deporte es en nuestra sociedad algo mucho más importante que la cultura.
¿Siente que con el retrato de esos padres y madres, hijos e hijas, su literatura tiende a ser un objetivo ético testimonial?
La literatura puede cumplir infinidad de funciones, desde la alabanza a un tirano hasta la psicoterapia personal. Pues bien, una de las más importantes, en mi opinión, es el testimonio. La literatura opera como testigo, es testigo de un país, de un momento histórico, de una clase social, de una generación…
¿Los hombres y las mujeres de hoy tienen una forma diferente de sumergirse en el sentido de lo cotidiano, de lo inmediato?
Sin duda el tiempo cambia a los seres humanos, cambia sus hábitos, sus costumbres, sus valores, pero estoy seguro de que las pulsiones de fondo que gobiernan o desgobiernan nuestras vidas con siempre las mismas. Por eso podemos leer hoy un fragmento de Séneca, de San Agustín o de Cervantes y sentir con ellos complicidad, a través del interés, la ternura, el odio o la piedad.
El empleo de una teoría psicoanalítica freudiana que muestra la pulsión de un sujeto para llevar a cabo una acción para satisfacer una tensión interna, ¿mueve a algunos de sus personajes?
Hummm… No tengo del psicoanálisis mejor opinión que Vladimir Nabokov. Me acojo a ese argumento de autoridad porque sin duda su opinión estará mucho mejor fundada que la mía.
Otro tema repetido en sus cuentos es la hipocresía, ¿siente que, pese a todo, abunda esta miseria humana?
Aunque no sea por otro mérito que el mero transcurso del tiempo (son ya 57 mis años) tengo cierta experiencia de la vida, y una de las cosas más sorprendentes, en mi opinión, es esa poderosa habilidad que tenemos los seres humanos para obrar con la mayor cobardía y ostentar, al mismo tiempo, una excelente opinión de nosotros mismos.
A diferencia de su personaje, ¿ha dejado usted de escribir siempre lo mismo?
Me temo lo peor…
¿Está seguro de que no existe la felicidad, según se desprende de sus cuentos?
Bueno, hay un cierto consenso en el que coincidimos muchísimas personas: que quizás la felicidad no existe, pero lo que sí existen son los momentos felices. Sí creo en esa felicidad efímera, transitoria, de instantes más o menos frágiles y huidizos. Creo que el mayor deber moral de un ser humano es, sin hacer daño a nadie, perseguir esos momentos y añadirlos primero a su experiencia y después a su memoria. En ese sentido sí creo en la felicidad: una colección de momentos personales que han merecido la pena.
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