Una novela de artista
Manuel Azaña (Alcalá de Henares, 1880-Montauban, 1940) publicó, El jardín de los frailes, por entregas, entre 1921 y 1922, en La Pluma, revista en la que era redactor y, como libro, en 1927; la editorial Espasa-Calpe lo reimprimió en el fatídico 1936, y prescindió de la ilustración de la edición anterior en la portada; tras un largo silencio, en 1966, se editó en México, aunque antes había aparecido una publicación que se titulaba, Los cuadernos de poesía de El Escorial, editado en Madrid en 1950, y hasta 1977, la editorial vasca Albia, no volvería a publicarlo en España, después ha aparecido en 2003, y la presente, Nocturna (2021), aunque no resulta el libro más obvio ni el más recordado de Azaña.
El jardín de los frailes es una novela de marcado contenido autobiográfico; a lo largo de sus páginas, un Azaña maduro, recuerda su infancia y juventud como estudiante en un colegio religioso de agustinos en El Escorial, tras la muerte de sus padres, y por decisión de su abuela paterna, aunque apunta otras curiosidades, su ascendencia familiar y su etapa en Alcalá de Henares, que incluye datos urbanísticos, o el ambiente social mortecino que el niño apreciaba en sus tempranas vivencias. Ese proceso de restablecer una determinada época, la vivida o sufrida en un ambiente estudiantil, duro y ecléctico, llevará al joven a ese despertar del niño en su aprendizaje, relatando tanto su curiosidad sexual, como sus incisivas y constantes críticas a la educación religiosa. Azaña deja una curiosa visión de variados conceptos de aspecto público, cree en la necesidad de limitar los poderes de la Iglesia en la sociedad para poder avanzar y progresar, y se convierte en un relato testimonial de cómo podía ser la vida para un joven de una ciudad de provincias venida a menos, convertida casi en vida rural, y sobrevivir de sus recuerdos sin levantar cabeza. El joven irá descubriendo un mundo nuevo y restrictivo en El Escorial en comparación con la vida moderna y de progreso que se vivía en las grandes ciudades. La confrontación de ese contraste nos descubre un Azaña no exento de un sentido del humor sutil, sarcástico, irónico, que detecta los males de la sociedad española, los pone de relieve e invita a los lectores a que acaben con esa sensación de zanjar lo pernicioso, y crear algo nuevo, basado en la necesidad de una renovación y reforma total del sistema educativo español.
La mirada de Azaña evidencia un tratamiento literario de evidente complejidad, una novela alejada del molde realista, en los aledaños de la novela lírica que ensayaron Pérez de Ayala y Miró, y donde cotejar intelectualmente puntos temporales focalizados, sobre todo, en la etapa del estudiante de internado, o el momento posterior a los estudios universitarios. Un narrador suscita varias personalidades muy definidas, un auténtico giro, desde el punto de vista estructural que distingue, inicialmente, la figura latente de un Azaña que irradia capacidad intelectual y una amplia visión del mundo; se sirve de un narrador omnisciente dueño absoluto de los recuerdos evocados; a continuación, ese muchacho entrevisto a través de la rememoración, representa el perfil del joven que modelará el autor de la narración; y finalmente, el ideado adolescente que concreta al anterior fuera del colegio. Lo más curioso, distintas instancias narrativas entrelazadas dan riqueza a la textura de lo narrado, y posibilitan el tratamiento de un tiempo flexible con continuadas retrospecciones y posibilidades de futuro.
El jardín de los frailes
Manuel Azaña
Madrid, Nocturna, 2021
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