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martes, 7 de noviembre de 2017

Ricardo Menéndez Salmón



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PARÁBOLA SOBRE LA GUERRA

                         
       En cada temporada, las novedades literarias, raramente ofrecen la posibilidad de poder reconciliarnos de una forma personal con la lectura o con esa Literatura que se escribe con mayúscula, cuantificada por su calaje y envergadura de miras, aunque esta insista en esos temas, tan traídos y llevados, calificados como universales y a los que nada ni nadie puede añadir algo más. Pero la Literatura en esa suerte de tratado académico que propone la expresión, el conjunto o teoría de las composiciones literarias, resulta que, para suerte de muchos, algunos de esos escritores, los llamados de raza, insisten en su poder de convocatoria y nos invitan a una lectura cómplice sobre comportamientos sociales o preocupaciones humanas, sobre ese deseo o aspiración del hombre: discernir acerca de la verdad o de la mentira, teorizar sobre la vida o la muerte o sobre las diferencias marcadas por la distancia del tiempo, en resumen temas y aspectos cuya bibliografía sería tan prolijo de enumerar que nunca acabaríamos. Ha ocurrido, por ejemplo, con la Guerra Civil Española, con acertadas muestras recientes como la de Antonio Enrique y su Santuario del odio (2006) o con la Segunda Guerra Mundial y el auge del nazismo en Europa y, si hace unos meses nos conmovía el relato de la judía gaseada en Auschwitz, Irène Nemirovsky, Suite francesa (2005), ahora es un narrador español Ricardo Menénez Salmón (Gijón, Asturias, 1971) quien se atreve con una especie de cosmovisión del nazismo a reflexionar en La ofensa (2007) sobre la grandeza y la miseria del ser humano.
       El escritor asturiano que, pese a tener un par de libros de relatos Los desposeídos (1997) y Los caballos azules (2005), las novelas La filosofía en invierno (1999), Panóptico (2001), Los arrebatados (2003) y La noche más feroz (2006), una obra de teatro Las apologías de Sócrates (1999) y algunos premios como el Casino de Mieres o el Premio Juan Rulfo de relatos, sigue siendo un desconocido o un escritor minoritario, plantea contar en una novela corta, de apenas 140 páginas, la experiencia personal más radical que ha mostrado la Humanidad, es decir, la historia de un anónimo joven alemán, Kurt Crüwell, hijo de un sastre, que es reclutado a filas y debe dejar, en la pequeña ciudad de Bielefeld, a su familia y a su novia judía, cuya suerte, como se describe en apenas un par de líneas, correrá paralela a la de los seis millones exterminados por la ira del partido nacional socialista. Kurt desconoce, en un principio, todo lo relacionado a un ambiente militar o bélico y si inicialmente acepta los valores del ejército en el que sirve muy pronto comprenderá que estos forman parte del horror y de la miseria.
       Las tres partes que componen el libro están perfectamente equilibradas porque en «La bestia rubia» sorprende el cuidado, la humildad y la precisión con que se cuentan las escenas familiares, las posteriores vivencias del soldado y aquellas otras, magistralmente expuestas, que llevarán a darle un giro a su actitud militar y a su propia vida. El estilo literario de Menéndez Salmón es tan depurado que ha realizado casi un reportaje periodístico tan aséptico como eficaz para situarnos en un relato del que, con toda seguridad, desconocemos su desenlace y más que una sucesión de escenas bélicas al uso, el narrador quiebra su historia y nos lleva a una narración muy distinta que se completará en las últimas páginas del libro. En «Una educación sentimental», la segunda parte del libro, internado Kurt en un sanatorio, conoceremos a Ermelinde y la razón misma de esa actitud ante vida por la que la joven pretende devolverle la sensibilidad al soldado internado en Notre Dame de Rocamadour, esa segunda oportunidad, una vez que uno ha conocido el horror de la guerra y sus consecuencias; y la tercera, «Esta lágrima contiene un mundo» situada en Londres, donde nuestro personaje vive con una falsa identidad, se convierte en el contrapunto de toda la historia porque, de alguna manera, supone una angustiosa vuelta al origen de todo, representada en esa hermosa imagen que es lágrima, vertida por toda la humanidad, pero deglutida con toda impunidad por el Hauptsturmführer Löwitsch, cuando en las dos últimas líneas afirma, con toda solemnidad, que Der Schneider ist tot.
       La ofensa es una novela de imágenes, donde lo irracional forma parte de ese sentido animal que tiene el ser humano, pero también es una metáfora que afirma que el corazón humano solo se ensancha con ese cuchillo que lo desgarra y el dolor es la dignidad de la desgracia.







Ricardo Ménendez Salmón, La ofensa; Barcelona, Seix-Barral, 2007; 142 págs.

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