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miércoles, 29 de noviembre de 2017

Diego Prado



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Foto Eva Sintes


TODO ES PROBABLE

       Diego Prado (Mahón, 1970) había publicado las novelas En algún lugar te espero (2000)  y Hospital Cínico (2013), y los libros de relatos Las espigas de la imprudencia (2003) y Domingos buscando el mar  (2007), y las diez piezas de Sopa de fauno (2017), se convierten en su nueva entrega, en realidad, una colección que destila desde el primer cuento hasta el último ese aire de jocosidad intensa que tanto nos hace falta, y ofrece una irónica visión de una sociedad desgajada de sus elementos más imprescindibles, algo que solo un magnífico escritor puede aportar; esto es, la falta la bondad o la más absoluta negación de la condición humana porque sus personajes, las mujeres y los hombres de estos cuentos, se verán inmersos en algunos de los momentos más inesperados de su vida, y las historias de Prado se convierten en un extraño conjunto de adversidades, donde la angustia y la neurosis destruyen cuanto tienen a su alrededor, aunque eso sí, quienes protagonizan sus historias se esfuerzan e intentan dar algo de sentido a lo que sucede para liberarse de la pesadilla en que, inesperadamente, se han visto sumergidos.
       Las situaciones cotidianas, salvo en algunos casos, son de lo más común, la falta de empleo, los problemas familiares o de pareja, el fracaso personal, pero sobre todo la soledad se percibe como el tema estrella del narrador que dosifica curiosamente y es así como consigue hilvanar a través de esa dualidad que ha venido ensayando en su relatos, una realidad cercana y el sentido más absurdo, quizá calificado de ciencia-ficción, un auténtico juego onírico o la visión que, de nosotros, muestra el reflejo de un espejo.
       La curiosidad como lector no deja que nos hagamos eco de algunas de estas historias, como ese actor de carrera maltrecha que encarna a una planta humana en casas pudientes, una vida vegetal donde el arte se convierte en un mero adorno que entretiene a los demás pero se convierte mera supervivencia, “Planta de interior”; dos amigos en “Ella aguarda” se reencuentran tras muchos años sin verse para recordar al alimón, con ese agridulce sabor de la memoria, a una joven a la que amaron cuando eran adolescentes; en “Un viaje familiar”,  los protagonistas llegan a un pequeño pueblo habitado por ancianos y se encuentran con una lamia, un ser mítico con cabeza de mujer y cuerpo de dragón, un cuento donde crepita lo fantástico, como en el siguiente, el trabajador de una gasolinera en “Amor alto en nicotina” se encapricha de la voz irresistible que surge de la máquina de tabaco. Los pliegues que contienen estas historias resultan siempre un asunto evocador, y nunca demasiado explícito para que el poder de la sugerencia imponga su ley, y es así como permiten que un libro enigmático, que se titula Sopa de fauno, transite por la mayoría de ellas.
       Para Diego Prado sus historias pueden surgir de una simple anécdota que, en su mano, cobra protagonismo, y porque en el fondo subyace esa otra historia, la que como lectores somos capaces de imaginar, y solo cobra dimensión en nuestra fantasía. Las ilustraciones de Lola Castillo refuerzan, magistralmente, la atmósfera creada por el narrador, en una perfecta simbiosis textual y plástica.






SOPA DE FAUNO
Diego Prado
Ilustrado por Lola Castillo
Madrid, Adeshoras, 2017

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