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miércoles, 13 de junio de 2018

Lugares abandonados


SEÑAS DE IDENTIDAD*

                                                               El tiempo todo lo descubre.
                                                           Tertuliano (Cartago, 155-230)      

                                       Recordar es la única manera de                                                                     detener el tiempo.
                                                   Jaroslav Seifert (Praga, 1901-1986)


         La historia de la literatura española está plagada de tiempos y de recuerdos. El devenir subraya la relatividad de los mismos, los convierte en un pragmatismo irresoluto porque, entre otras intenciones, se pretende hacer un homenaje a la memoria. Se privilegia un mundo pasado que el relato transforma en presente y por extensión en perdurable. El recuerdo siempre permite recuperar los momentos efímeros en la medida en que uno los ha asumido;  y, en otro sentido, también, se quieren justificar para así comprender en la distancia ese tiempo pasado y, por extensión, interpretar el por qué del presente.
        Un  horizonte  solitario, yermo, deshabitado, vivencias derruidas o ruinas en mitad del paisaje, restos de vida, virtualidad escrita de sentimientos desaparecidos o sensaciones olvidadas y plasmadas en imágenes que se confunden con la escritura misma; pero hay un más allá de la disposición de la palabra, entendida como esa flexión en sus diversos empleos sintagmáticos; así, y  únicamente de esa manera,  habrá que entender este puñado de relatos titulados, Lugares abandonados (2007), ordenados por Miguel Ángel Blanco casi como si de un diario de observaciones se tratara y en el que desde hace años ha ido acumulando las cosas de la vida, como puede leerse en alguno de estos cuentos, incluso como afirman algunos de sus personajes. Recuerdos que no necesariamente tienen un orden cronológico, ni lo necesitan.


        Cierta dosis de sincretismo caracteriza a estos textos a caballo entre el microrrelato y el microtexto, entendido el primero no como algo breve sino como esa eventualidad que lleva al autor a precisar en un proyecto narrativo más amplio que, en el caso del periodista Blanco, hubiera derivado en un artículo, alguna crónica o un ensayo más extenso; el segundo alude a la creatividad porque el narrador utiliza y acude a procedimientos que se convierten en auténtica literatura. Habrá que distinguir, sin embargo, querido lector, una intencionalidad distinta en los textos que siguen, por el exclusivo arte de su autor, y porque logran convertirse en minificción, con ese requisito exigido de narratividad y por muchos de los detalles correctamente enunciados que agregan a la construcción uno o varios personajes, individuales y colectivos como una entidad. 


        Una vez leídos en su conjunto, Lugares abandonados, se convierten en microtextos con evidentes características de ficción que cuentan una historia con una situación básica, a veces tácita, con un incidente capaz de introducir cambios, modificaciones en la conducta de los personajes, y con un final o desenlace, en ocasiones,  sorpresivo y otras abierto porque, en definitiva, Miguel Ángel Blanco vuelve, una y otra vez, a la situación inicial, característica esta que hace de sus relatos tremendamente actuales. Cuando leemos estos textos, cuando insistimos en vislumbrar en ellos ese territorio y esa libertad de escritura, solo entonces entendemos que algo ocurre con ese carácter realista de propensión  experimental de los mismos, porque están escritos con  un lenguaje mimético capaz de crear configuraciones verbales, imágenes que difieren de un discurso cotidiano y se transcriben llevando a cabo una auténtica reelaboración artística que nos lleva a dimensiones diferentes.
        Señas de identidad, restos de vida, sensaciones olvidadas, sentimientos que se convierten en melancolía y una sucesión de instantáneas que, como afirma el narrador Miguel Ángel Blanco, cuando llueve sobre ellas lo hace en silencio, sorprendiéndonos con ese ruido fuerte, quizá el más fuerte  de todos los ruidos. Huellas, sombras, triunfos, visiones y nostalgias, fronteras, fugas, canciones y calles, lugares, en definitiva, donde doblegar para siempre el silencio.

                                                                    Pedro M. Domene
                                                                Enero-Febrero, 2007

* Del libro, Lugares abandonados, de Miguel Ángel Blanco

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