Javier Morales considera que la realidad, con esa sensación de soledad y de fragilidad, nunca recrea un realismo sino que, en realidad, lo interpreta.
La moneda de Carver (Reino de Cordelia, 2020), es su nueva colección de relatos.
Copy foto: Isabel Wagemann
Javier Morales Ortiz (Plasencia, 1968) es periodista y licenciado en Derecho, profesor de escritura creativa en el Taller de Clara Obligado y la Escuela de Escritores. Mantiene una columna dominical sobre libros, Área de Descanso, en El Asombrario. Ha publicado las novelas, Pequeñas biografías por encargo (2013) y Trabajar cansa (2016) y las colecciones, La despedida (2008), Lisboa (2011), Ocho cuentos y medio (2014), los ensayo, El día que dejé de comer animales (2017) y Área de descanso (2018). Acaba de publicar una nueva colección de relatos, La moneda de Carver (Reino de Cordelia, 2020), un auténtico recorrido biográfico, quizá por ese personaje o narrador interpuesto que se convierte en el alter ego del propio autor.
Permítame, una primera pregunta, ¿cuándo consigue uno mezclar realidad con ficción?
Yo creo que toda la literatura, aunque nuestros personajes sean gnomos o fantasmas. está inspirada en la realidad, de la que forman parte los sueños, claro. Ese campo tan fértil, híbrido, entre realidad y ficción, tiene muchas posibilidades para un creador. En este sentido, y por responder a su pregunta, cuando narramos creo que hay que ser fiel a los hechos que han ocurrido, a las vidas reales que contamos, pero luego podemos adornar literariamente los huecos con nuestra imaginación.
En su literatura, al menos, en algunos de sus libros se percibe ese fracaso de lo cotidiano, ¿la sociedad nos sigue engullendo por el camino del desencanto?
Fijase que en lo personal suelo ser más esperanzador que en mis relatos. Es verdad que en ellos hay un cierto desencanto, que los personajes a veces viven superados por lo cotidiano. El mundo que estamos dejando a nuestros hijos sin duda es muy poco alentador, por ser suave, pero creo al mismo tiempo que no podemos perder la esperanza. Me parece bonito y constructivo saber valorar cada momento de nuestras vidas. Por muy aterrador que sea el mundo, es un lujo estar aquí.
Las historias que usted cuenta son, ¿quizá el espejo de su propia incertidumbre?
Puede ser. Escribo no tanto para tener respuestas sino para hacer preguntas que sé que no se pueden responder. Con mis historias trato de explicarme a mí mismo algunas de esas incertidumbres, de alumbrar un poco el camino. La función de las historias es esa, la de que sean una vela en la oscuridad.
La imagen y la palabra sustentan, de alguna manera, ¿aquellos reflejos de una realidad que no resuelve nada?
La imagen y la palabra no pueden hacer mucho, creo yo, para resolver nada, solo, como usted dice, reflejar esa complejidad del mundo en el que vivimos, las contradicciones del alma humana, nuestra fragilidad ante la dimensión de la vida y el mundo. Y en la medida de lo posible, consolarnos.
Su dedicación a la narrativa breve, ¿es quizá una deformación de su profesión como profesor de escritura, o tal vez un acicate?
No creo que tenga nada que ver como mi trabajo como profesor de escritura. Aunque en los talleres que imparto escribimos y leemos muchos cuentos porque es un género muy fértil para la imaginación, es como un laboratorio de ideas. Lo cierto es que tanto las dos novelas como el ensayo que he escrito, aparte de los cuentos, son breves también. A mí me parece que en el mundo ya hay demasiada verborrea. La brevedad de los libros de cuentos tiene la elegancia de los libros de poemas. Si puedes contar algo con brevedad, ¿para qué llenar páginas y páginas? Contar lo máximo con el menor número de palabras posible, podría ser una de mis máximas, sí. Casi como en la vida misma, ¿no? Vivir con menos no quiere decir que tuviéramos que vivir peor. Al revés.
Tras varias colecciones de cuentos, ahora nos entrega, La moneda de Carver (2020), ¿es quizá su libro más personal?
No sé si el más personal. Usted que también es escritor sabe que todos los libros lo son, que todos tienen un componente autobiográfico en mayor o menor medida. Pero sí es en el que más me he dejado llevar por mis inquietudes, el que he escrito con mayor libertad. No creo que mi vida, por decirlo así, está más presente que en otros textos. Aunque sí hay una visión del arte y la escritura a través de distintos personajes que comparto en gran medida, como la narradora que da título al cuento que cita.
¿Es la suya, con cada nuevo libro, un acto de resistencia?
Así lo veo yo, en cierta forma, ¿no? Antes hablábamos del desaliento al que nos lleva el mundo en el que vivimos. Nos sentimos impotentes. Escribir, para mí, es un acto liberador. Escribir exige lentitud, prestar atención a los detalles, empatía, mirar el mundo y mirarse a uno mismo. Justo lo contrario a los que nos lleva esta sociedad consumista.
Los escritores Carver, Campos o Gabriel y Galán ¿forman parte de sus fantasmas literarios?
De todos ellos el que más influencia ha tenido, sin duda, es Raymond Carver. Con el cuento que da título al libro he querido rendirle un homenaje. Creo que es un autor que no ha sido bien leído, al que se le ha simplificado, sobre todo en ciertas escuelas. Ahora hay autores que reniegan de él casi por moda, sin darse cuenta de que lo escriben sigue siendo absolutamente carveriano. Campos o Gabriel y Galán, autores a los que admiro muchísimo y leo, han tenido más influencia en mi vida personal, en mi relación con la literatura.
¿Ha conseguido con esta colección bucear, definitivamente, en la relación que existe entre escritura y vida?
No creo que en la literatura haya nada definitivo. Más bien ese buceo lo veo como una tentativa, un camino a seguir. Y un camino nada original por otro lado. Antes que yo han navegado otros autores que ahora ocupan el olimpo de las letras. En esta relación entre escritura y vida, ¿qué sería la literatura de hoy sin La vida de Samuel Johnson, de Boswell, o sin las Vidas imaginarias, de Marcel Schwob?
¿En qué consistiría, para usted, el realismo literario?
Pues lo definiría con una cita del pintor Hopper, cuya obra recorre de alguna manera todo el libro. El realismo no consiste en copiar la realidad sino en interpretarla. Es lo que modestamente intento hacer.
Ese alter ego, Samuel, ¿ejemplifica, de alguna manera, su paso por la adolescencia, y juventud, y finalmente su madurez literaria?
Sin duda hay algo mío en Samuel, pero también mucha ficción. Ese juego entre realidad y ficción me interesa mucho. Aunque como decía al principio de la entrevista, y le robo las palabras a Joyce, toda la literatura es autobiográfica.
¿Puede pensar el lector de La moneda de Carver que sus ocho historias suman, en cierto modo, una curiosa colección de pequeñas biografías?
Puede ser. O más bien retazos de esas vidas, ¿no? Creo que un buen cuento a veces es como una fotografía, capaz de retratar en un instante una vida entera. Que a partir de un pedacito el lector pueda construir la complejidad de una existencia. Esa participación del lector me parece muy importante además.
El número ocho ¿contiene cierta magia en su vida cotidiana?
Ja, ja. No, en absoluto. No tengo ninguna manía en ese sentido. Mi libro anterior se titulaba Ocho cuentos y medio. Un juego con la idea de que el lector participe de la historia, con la película de Fellini y con los Nueve cuentos de Salinger. Ahora simplemente le quité el medio, pero no buscaba nada más.
Un buen lector de cuentos ¿debe sentir la soledad y la fragilidad cuando esta leyendo?
Pues depende del cuento que esté leyendo. No todos los relatos tienen que hablar de la soledad o la fragilidad, creo yo, eso es casi la trastienda. Hay escritores enormes cuya temática, por decirlo de algún modo, es otra. Aunque te diré que en el fondo, en el fondo, aunque escribamos cuentos fantásticos o con humor, en el retrovisor siempre vemos lo que somos, y nuestra fragilidad humana forma parte de eso.
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