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martes, 2 de marzo de 2021

Jorge Tamargo

                                       Tránsitos

 

    Una opción, decadente e individual ante una sociedad alienante

     

                              

          Jorge Tamargo (La Habana, 1962) propone con su primera novela, El apartadero (2020) una enigmática y deslumbrante, profunda y sobrecogedora historia, cuyo escenario se concreta en un espacio tan cerrado como asfixiante, un relato que protagonizan unos personajes de curiosas características que ejercerán un peculiar poder sobre los lectores. Un cuidado tono lírico amplia y engrandece la brevedad de un argumento que irá proponiendo no menos curiosas y variadas reflexiones científicas, filosóficas o de una disposición y  método comunes. El apartadero, un espacio reducido, alberga un garaje y el sótano, dos estancias para asegurar la integridad de la biblioteca, la más preciada propiedad del protagonista, Bruno, una vez que, de común acuerdo, y tras muchos años de insoportable convivencia se divorcia de Laura; será entonces cuando un Bruno solitario y estrambótico decide aislarse y sobrevivir con sus experimentos en el apartadero, una vez dividido el patrimonio común; convivirá la exclusiva compañía de las ratas que, siempre, han obrando con especial afán, royendo y rayendo como endemoniadas, porque Bruno siempre había sido consciente que actuaban en venganza frente a un ineficaz veneno que les había colocado Laura para eliminarlas.

       Este hombre, que se siente un erudito en su torre de marfil, tan extraño como asocial, se muestra ante su vecina Rosario como un enigma, pero cuando la joven empieza su relación y recibe las primeras clases, ayudará y compartirá ensayos científicos, se deja aconsejar lecturas de la biblioteca, y entonces descubrirá que Bruno es alguien excepcional que le provoca una irresistible seducción intelectual porque la joven, desde su portentosa madurez e inteligencia, quedará seducida por la irresistible potencia sexual que emana del intelecto y de la personalidad de este destartalado profesor, porque el sexo para Rosario queda en un segundo plano, incluso cuando, de alguna manera, se vea asediada por un joven escritor, amante de la ex de Bruno, obsesionado por unos evidentes conceptos de amor y de amistad, que incluirían el sexo y el erotismo para a través de este acercamiento entrevistarse con Bruno, y sobre todo acceder a su enigmática biblioteca.  

       La novela, pese a su brevedad, avanza entre exposiciones y declaraciones de una calculada profundidad científica y didáctica, conversaciones cargadas de un lirismo expresivo sorprendente y una profundidad humana que se completa con un texto de calidad literaria que alterna con otros relacionados con la filosofía, la literatura, o los conceptos más humanos del amor y de la muerte, y así este personaje que recuerda a ese mito conocido de Pigmalión se convertirá en víctima y será seducido, lentamente, por el poder salvador de esa joven que se enamora primero de su alma, y luego de la intimidad de su biblioteca.

       El narrador Tamargo nos mostrará a un Bruno que, como personaje, se irá moldeando con las continuadas presencias y actuaciones de Rosario, y aún más con las actitudes malignas que se convierten en esa venganza constante que llevará a cabo su ex y, todo se salvaguarda, con la inteligente aparición en escena de un joven escritor que, una vez conoce la situación, se propone narrar la increíble y apasionada historia de esos dos actores, Rosario y Bruno, desde una perspectiva intelectual, moral, humana, incluso desde un deseable deseo sexual que flota en la atmósfera de aquel extraño apartadero, y mucho más de la biblioteca, un espacio al que los personajes le otorgan vida.

       El escritor, no debemos dejar de pensar en la voz del alter ego del propio Tamargo, percibirá que una vez se ha relacionado con Rosario y Bruno los va conociendo y desentrañando sus actitudes vitales porque en sus vidas se encuentra la esencia de la literatura, y por añadidura una buena novela. Se enamora, de manera incondicional, de Rosario, y pretende acercarse a Bruno a través de una carta y, a partir de ese momento, el escritor se convierte en un personaje más de la historia, mezclará su ficción con la vivida por Bruno, protagonista indiscutible, que le dirá al joven escritor cómo debe desarrollar y escribir su relato. La novela cobra fuerza desde ese momento, se mezcla con una habilidad singular la propia obra con la acción que se va desarrollando, y el lector percibe ese desdoblamiento en dos planos que más tarde, y a medida que avanza en su lectura, convergerán en uno cuando el escritor consiga esa ansiada complicidad con su propia historia, con los personajes que en ella habitan y con el propio lector, a quien a lo largo de sus páginas interpela, habla, consulta y, finalmente, con quien va construyendo e imaginando el propio relato que se titula, El apartadero, un original que formará parte de la nueva biblioteca, de un no menos brillante y enigmática joven.

       Las ratas que desde siempre obraron con especial afán en el lugar, sobreviven a Bruno y su biblioteca, y cuando Laura ordena demoler el tejado del apartadero se comprobaría que habían logrado hacer una vigorosa colonia que subsistía sobre un mar de excrementos, y la pestilencia era insoportable, se encontraron más de cuarenta ejemplares adultos, vivían en una sociedad próspera y organizada sobre la cabeza de un tipo que se había aislado voluntariamente porque no encontraba acomodo entre sus semejantes hasta que había aparecido una joven, Rosario.

 


 

 

 

 

El apartadero

Jorge Tamargo

Madrid, Trifaldi, 2020

 

 

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