Una moral y una estética
Rosa Chacel (Valladolid, 1898- Madrid, 1994) supo situarse a la vanguardia de los años veinte sin descuidar la más fecunda tradición intelectual española, y cualquier esfuerzo que suponga rescatar una meditada y profunda obra para un lector curioso de hoy, puede que resulte todo un acontecimiento, pongamos por caso una cuidada edición que la granadina, Cuadernos del Vigía, publica en una nueva colección, “La mitad ignorada”, con nombres propios de algunas de las mujeres más influyentes del comienzo de siglo pasado, Carmen de Burgos, Concha Méndez, Elisabeth Mulder, entre otras.
La vallisoletana fue, desde un punto de vista intelectual una persona tan exigente como generosa con su obra, aunque se consideró autodidacta creció en un ambiente artístico e intelectual atípico, según cuenta en Desde el amanecer (1972), autobiografía de los diez primeros años de su vida, crónica de una niña que busca su camino a través de negaciones y oposiciones muy firmes que la llevarán hacia posiciones de vanguardia, sin descuidar la tradición más fecunda: Cervantes, Larra, Galdós o Unamuno, a quienes dedicaría páginas deslumbrantes en sus ensayos. Alumna de Valle-Inclán en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando, conoció y trató a Juan Ramón Jiménez, quien en su obra, Españoles de tres mundos (1942), le dedicó dos autorretratos; asistió a las tertulias de Ramón Gómez de la Serna y de Ortega y Gasset, a quienes consideró sus maestros.
A esa España pertenece Estación. Ida y vuelta (1930), que edita Jairo García Jaramillo, una novela en sintonía con la transformación del género que se gestaba por entonces, con Proust y Joyce a la cabeza como referentes de la joven Chacel, una obra que tiene mucho de metaficción, cuenta la revisión del camino que emprende un joven narrador-protagonista, e incluye una historia de amor y el recuento que se va haciendo de esta. De modernaza la califica Marta Sanz, en su prólogo a esta edición. Y, paralelamente, el texto de Chacel resulta la crónica de los cambios preferenciales de una nueva generación que intentaba una moral y una estética distintas de las anteriores. Calificada, a su vez, de novela de ideas, pues el pensamiento de Ortega, y el concepto de razón vital como núcleo, representa a los monólogos del protagonista, muy en la línea de lo que después hará Sartre en su celebrada, La náusea (1938), con la filosofía de Heidegger como telón de fondo.
Es su primera novela, aunque ya se aprecia su capacidad para transcribir la vida interior de sus personajes, y ofrece aspectos visuales que se traducen en auténticas epifanías, o esa fuerza de vida que se concreta en la realidad última, incluso iluminaciones, como esclarecimiento interior para llegar al fondo y dilucidar un asunto o una doctrina que la narradora irá desarrollando en obras posteriores, como La sinrazón (1960), una de sus más significativas, que aportará un lenguaje preciso, justo, un uso mágico de la palabra, aunque mágico en el sentido de un auténtico valor de alquimia.
Estación
Ida y vuelta
Rosa Chacel
Edición de Jairo García Jaramillo
Prólogo de Marta Sanz
Granada, Cuadernos del Vigía, 2020
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