Vistas de página en total

miércoles, 13 de octubre de 2021

Gustavo Valle

           Una literatura de la diáspora, la novela Amar a Olga

                                 

          La literatura venezolana contemporánea se caracteriza porque, en ocasiones, se hace con cierta premura, desde la angustia o el desconocimiento, y suele tener cierta prisa para concretar sus propósitos. ¿Existe, por consiguiente, una literatura de la diáspora, como manifiestan algunos jóvenes autores cuando afirman que el país se lleva donde quiera que se vaya? La realidad concreta para ellos, es demasiado desconcertante y no menos dramática, e intentan explicar con sus poemas, narraciones o crónicas que sus textos suponen el arraigo que les recuerda su lugar de procedencia. Poetas y narradores sobreviven y componen las voces de un exilio que se disemina por Madrid, Málaga, Las Palmas, o Buenos Aires, y presupone la identidad de Golcar Rojas (Mérida, Venezuela, 1964), Laura Gracco (Lara, Venezuela, 1959), Rodrigo Blanco Calderón (Caracas, 1981), Ángela Molina (Caracas, 1967), o Gustavo Valle (Caracas, 1967) que realizó su doctorado en Madrid, y durante dos años permaneció en la capital española hasta su definitivo traslado a Buenos Aires en 2005, donde reside actualmente, enseña en talleres literarios, escribe sus libros, y colabora en los suplementos, Revista Ñ. de Clarín, y en el suplemento cultural del diario Perfil.

       Autor de los poemarios, Materia de otro mundo (2003) y Ciudad imaginaria (2005), y los libros de crónicas, La paradoja de Ítaca (2006) y El país del escritor (2015); también, ha publicado las novelas, Bajo tierra (2009) y Happening (2014) y recientemente, en Pre-Textos, la editorial española, Amar a Olga (2021), un relato sobre esa pérdida y recuperación del amor, según el propio Valle, un concepto manoseado por el poder y que, con su texto, pretende rescatar de esa manipulación obscena; en realidad, se trata de dejar constancia de esa alegría misma que forma parte de esas otras categorías donde todo significa lo contrario.

       Una novela como Amar a Olga (2021) sobresale por sus personajes, y concretamente el narrador protagonista llevará todo el peso de la narración en una exclusiva función introspectiva que engrandece la visión de conjunto de la historia que nos cuenta Gustavo Valle; en realidad, es la búsqueda obsesiva del pasado, de un recurrente recuerdo, el espejismo de un amor que se deshace en la medida en que el protagonista pierde lo más cotidiano y fácil de su matrimonio. El libro ofrece una incuestionable muestra de esos avatares que cuestionan la vida interior y la sensibilidad de sus protagonistas, convertidos en las proezas ideológicas del autor, y en tipos que representan una realidad y actúan con cierto fondo didáctico que acerca a sus criaturas a la condición humana, dotadas de una inverosímil autonomía, gentes que intentan vivir sus propias vidas. En un texto como Amar a Olga convergen dos géneros, esa narrativa de formación y, esa otra que se concibe como epistolar con una profunda inmersión sentimental, sin que Valle desdeñe ese horizonte o trasfondo social político conflictivo que supondrá un voluntario exilio que, al final, genera el fondo mismo de la narración porque desde el comienzo, el narrador piensa en Olga, ese amor juvenil, como el espejismo de toda una vida, la sombra de ese recuerdo que lo ha acompañado durante tanto tiempo y, además, ha llevado al fracaso de su relación con Marina y la descripción de la gris cotidianidad y la carencia de atracción que siente por ella, cuando coinciden con el triste panorama de Venezuela en esos momentos, ruidos en la calle, gritos lejanos, detonaciones de armas de fuego, la sirena de una ambulancia o de una patrulla.

       La novela se concreta en una correspondencia entre la vida privada y la pública, un binomio que se convertirá en tangible y extremadamente cruel, cuando el protagonista, años después, en su intento por recuperar el amor adolescente que perdió, sufra en carne propia las consecuencias de transgredir la autoridad en una Venezuela convulsa, y vislumbre un auténtico inframundo militar de poderes absolutos. Desde las primeras páginas, el narrador despierta cierta simpatía que a medida que avanzamos en su lectura resulta cuestionable, pronto el dato de que se encuentra en una auténtica encrucijada que, como lectores, nos obliga a preguntarnos, a pesar de su versión, si los acontecimientos narrados reflejan una realidad, o si su problema como individuo se localiza en una falta de coraje para admitir las limitaciones que le impone la madurez, y es así como el novelista concreta su apuesta en al menos dos respuestas,  solidarizarse con un personaje doblegado por la fuerza inexorable de un amor, juvenil y romántico, o someter a un cauteloso proceso a través de la escritura y la narración, esa obsesiva vuelta a la adolescencia de un cuarentón. El narrador se convierte en un doble personaje y Amar a Olga confunde según la lectura que hagamos, la versión que nos entrega el narrador, o evaluando esa ficción que proviene de una fuente no del todo confiable, lo que exige un cotejo más incisivo de los hechos porque el lector observa que las reacciones de ese personaje se ajustan a lo que desde una perspectiva psicoanalítica considera un mecanismo de defensa; en realidad, una auténtica regresión, el sujeto involuciona en aquellas etapas ya superadas en su desarrollo psíquico, y solo así acepta que el matrimonio con Marina ha llegado a un callejón sin salida donde no hay nada que decirse por ambas partes y que, como pronto se verá, concluirá en breve, solo entonces resultará imperiosa y nada sensata la necesidad de desenterrar un romance juvenil terminado hace lustros, el narrador pretende devolverlo a su vida e inicia una búsqueda frenética y, sin duda, con una tenacidad detectivesca que, a cierta altura del relato, pondrá en riesgo las vidas tanto de Olga casada como de, ahora, un pretendiente algo más maduro. Olga representa la obsesión de alguien que no ha dejado de recordar la pérdida de su virginidad con ella, y el amor es lo que queda atrapado en los sueños, en un incesante recorrido por una ciudad imaginaria, la del pasado, y el reencuentro con ella lo convertirá en otro personaje; surge el miedo, ocurren atentados, se vive el terror o experimenta la pérdida del país donde vive.

       El narrador Valle propone con su historia una lectura profunda, alejada de una superficialidad que convierta su relato en un folletín, léase en una primera parte, “La espiral en ascenso”, porque quién no ha sentido escalofríos con el primer beso, o se ha iniciado en otras destrezas, succión de cuello, orejas, dedos, talones, hombros, axilas, acrobacias iniciales, como evidente principio de una inquieta mocedad, cuando aún no se materializaban los deseos sexuales con las chicas, en este caso con una espectacular Olga, aunque el relato nos ofrece sobradas pistas de un cuadro regresivo, bastante psicológico, que nos aleja de un héroe de culebrón o melodrama  y, a partir de “La separación” y “Desplazamientos” se nos obliga a percibir en él la complejidad, las ambigüedades de un personaje verosímil porque, el narrador, queda retratado como una víctima indiscutible de las circunstancias fuera de su dominio, incluso en el final mismo de la historia cuando los militares lo acosen por su intento de volver con Olga, sucumbirá, de nuevo, en otro fracaso afectivo abrumador que lo situará con los pies en la tierra, ocurre en “El futuro es un fantasma”, pero sobre todo, el vacío concluye en “Besar sus ojos”, la huida, con la salida abrupta de la ciudad, del país por los intentos de asesinato contra el amoroso sujeto que ahora pasa a ser un expatriado. Y en la última escena, un avión surca el cielo hacia Buenos Aires, el personaje dialoga una pasajera francesa, Claudine, que afirma con absoluta rotundidad que, “el amor siempre ocurre en el pasado”, y este breve personaje se le presenta, como para asegurarse de que esta vida no tiene límites puesto que, mientras el narrador sostiene su mano delgada, de dedos esqueléticos, suaves y de yemas redondeadas, solo entonces él se identifica y se presenta como Sebastián.

       La novela, en un apresurado resumen, es la persistencia de la soledad más absoluta, del cansancio existencial, de una psicología desfasada, de alguien que no se encuentra cómodo en sí mismo y en una ciudad donde con el paso del tiempo todo ha ido desdibujándose, incluso el amor, el adolescente y el verdadero, se ha traducido en una osadía de madurez, con una mínima y escasa posibilidad de rescate de aquella mujer imposible que hoy, más que nunca, resulta inalcanzable por las circunstancias a que nos somete la barbarie humana.

                    


 

                                         Amar a Olga

                                       Gustavo Valle

                             Valencia Pre-Textos, 2021

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario