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martes, 8 de mayo de 2018

Una presentación


Con Miguel Ángel Muñoz



La memoria, si me permiten hablar brevemente sobre ella, puede resultar profundamente engañosa, repleta de distorsiones, de errores, incluso de omisiones y trampas que tamizada por el paso con el paso del tiempo se convierte en ficción y por tanto convertimos en una historia, tanto es así que estamos narrando continuamente  nuestras vidas, rescribiéndolas en un devenir cotidiano. Recorremos ciertos lugares ocultos, inaccesibles y el miedo, el riesgo, lo desconocido, incluso el no saber, se convierten en esas fuerzas que nos empujan como si vislumbrásemos todo desde una superficie; es entonces cuando actividades como la escritura, resultan a todas luces una actividad supuestamente tediosa, prácticamente sin sentido alguno.

En ocasiones, para zafarnos de esos riesgos, de esos miedos, para dejarnos envolver por lo ajeno, nos vemos forzados a explorar terrenos interpersonales bastante desconocidos y solo así hacemos frente a nuestros propios sentimientos de vulnerabilidad, de inquietud, o desesperación que  solo al final logramos exorcizar. Vivimos experiencias que nos obligan a mirar muy profundamente dentro de nosotros; nos apoyamos en nuestra intuición que nos supone una toma de conciencia que muy bien puede  parecerse a un plano metafísico que respalda nuestra autoafirmación. Destruimos barreras de miedo como si de un auténtico desafío se tratara; solo cuando somos honestos con nosotros mismos, observamos que esa realidad forma parte del resto del mundo, y que dependemos, en cierta medida, de cierta espontaneidad y que ninguna técnica nos sirve como si de una solución terapéutica se tratara.

Deepak Chopra (médico y escritor hindú, 1946) ha dicho que el corazón no es solamente un órgano, sino también el asiento de la sabiduría. Para sentir plenamente, debemos reconocer y aceptar el espectro completo de nuestros sentimientos y crecer comprendiéndolos. Si no somos conscientes de la inteligencia de nuestro corazón, tendremos una limitada visión del mundo. Por otro lado, si integramos y refinamos el mundo de nuestros sentimientos, se nos abren las puertas de una percepción casi mística.

Todo este preámbulo viene a propósito del libro que esta noche presentamos, El corazón de los caballos, obra ganadora del II Premio Internacional de Novela Rafael Ceballos 2009, cuyo autor Miguel Ángel Muñoz (Almería, 1970), consigue elevarse en un vuelo aun más alto del que nos tenía acostumbrados: de cuentista pasa a narrador y, lamentablemente en el mundillo literario, a ser tenido en cuenta. Una cita como la presente pone de manifiesto la intensidad y la perspectiva narrativa de un texto que, por breve, magnifica los conceptos con los que juega y que se vislumbraban en su narrativa anterior.
               Del poder de sus cuentos se decía lo siguiente: “Estos no son los inocentes cuentos de un escritor que empieza, sino los sólidos relatos de alguien que ha leído mucho antes de ponerse a escribir y que conoce muy bien el cauce del río en el que se sumerge. Estas piezas, hondas e irónicas, se ofrecen al lector sin aspavientos ni fuegos de artificio, con la sobriedad de quien cree que la tradición puede ser en ocasiones la más provocadora vanguardia” (Antonio Orejudo).
              
El corazón de los caballos, es un juego de voces, entre las que sobresale una, con la que se van hilvanando, en una calculada sucesión, otras historias que se superponen, aunque todas se irán completando en una visión única sobre temas de actualidad: el mundo del erotismo, los amores tormentosos, el fracaso y, aun más, las exculpaciones voluntarias que, en cierta medida, justifican alguno de los muchos secretos que esconde Víctor, el personaje que se confiesa en esta narración.  Una temporalidad manifiesta, desvela el proceso a que recurre el narrador para contar, durante su viaje desde el Sur (obligadas referencias a Almería y Granada) hasta el Pirineo, capítulos pasados de su vida reciente y en las circunstancias en que se desenvolvieron. Este proceso narrativo resulta obvio, en un relato de iniciación como el desarrollado por la voz  protagonista. El viaje sirve de ardid para desencadenar ciertos hechos de la memoria y a través de ella Víctor nos descubre ciertos episodios de su pasado, al tiempo que, a medida que trascurre la narración, sin que el lector lo perciba, él mismo vislumbra un devastador final.

Roza este relato, visto desde una perspectiva de conjunto, el existencialismo francés que propugnaba el significado y la esencia de los seres humanos, su libertad y su temporalidad, es decir, a escudriñar en lo más profundo de la condición humana, pero sobre todo se le ha atribuido un carácter vivencial, ligado a los dilemas, estragos, contradicciones y estupidez humanas, que es lo que retrata la relación entre Andrés, un joven escritor que va a recibir un premio literario, en Asie, un lejano pueblo en el Pirineo aragonés, y Víctor, el prometedor estudiante de matemáticas, con quien ha tenido una reciente relación amorosa. Aunque emprenden el viaje, conscientes de su fracasada relación, al hilo, esa memoria engañosa apuntada, le devuelve a Víctor otros sonados fracasos: el de su abuelo, el de sus padres, una adolescente iniciación al sexo junto a Eva, la chica más guapa del instituto, incluso su futuro profesional en el mundo de la investigación de la Teoría de Códigos en el Departamento de Matemáticas de la universidad donde había estudiado, el viejo que cuenta la extraña historia del poeta portugués Manuel Miguéis, incluso el recurso de contar una historia como la destrucción de Sarajevo ante los ojos de una profesora que vive el asedio de la ciudad y la rotundidad final del desengaño en el desenlace de la novela: Inés Mara, la novelista fetiche de su compañero Andrés, a quien personalmente le entregará el premio y alabará su poder de creación y, en su presencia, lo llevará a otra dimensión de la vida literaria. 

El corazón de los caballos es una novela atrevida, en su propia configuración y arriesgada en su estructura (cuatro posibles momentos enmarcados en una fecha concreta de diciembre de 1995, con oscilaciones temporales hasta un curso escolar en 1988-1989), que no permite en ningún momento la identificación del lector aunque, de alguna forma, pueda sentirse atraído por cómo se desarrolla la narración y las sucesivas tensiones a las que el novelista somete a sus personajes y por extensión involuntariamente al lector que sigue página tras página esa rencorosa visión de Víctor sobre el mundo, la violencia que lo lleva a sus actuaciones reprobables, aunque dosificadas en parte por la belleza de una bondad humana que, literariamente, salvan a nuestro protagonista, víctima en todo caso de la sociedad actual.                                                                          
Para reflexionar sobre el final de la novela, permítanme una curiosidad más sin que por ello desvelemos algunas de sus claves: según he leído, existe una especial relación entre el mundo equino y el humano: la interacción entre el animal y el hombre lleva al cuerpo, la mente y el espíritu de ambos a un estado de totalidad, quizá porque, en el caso del primero, se trate de un animal muy equilibrado y su mundo esté marcadamente gobernado por una leyes naturales definidas. A través de la historia de las civilizaciones, los caballos han sido considerados como una de las más nobles criaturas del reino animal. Encarnan la vida misma, respiran deseo y poseen la llave que abre la puerta de la eterna pasión. En las culturas de los viejos druidas y entre los chamanes siberianos se pensaba en los caballos como vehículos para llevar a la gente en los viajes de profundización y,  además, les ayudaban a negociar la trayectoria a seguir tanto de la vida como de la muerte.


              
Piensen en algunos de los aspectos apuntados, pero olvidenlos pronto porque una vez que tengan en sus manos El corazón de los caballos recuperarán el valor de su memoria personal y con algo de suerte, buena parte de la colectiva, y solo entonces, cuando hayan conjugado ambas, darán rienda suelta al poder de la imaginación.

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