Hoy tomo
café con…
Leticia
Sánchez Ruiz, “Mis historias son como muñecas rusas o como juegos de cajas
chinas: unas contienen otras”.
Leticia Sánchez Ruiz (Oviedo, 1980) es una escritora,
periodista y profesora de narrativa. Ha ganado el Premio Tétrada Literaria de
Novela Corta 2004 por El precio del
tiempo, el IX Premio Internacional de Novela Emilio Alarcos por Los libros luciérnaga y el XVI Premio
Ateneo Joven de Sevilla por El gran juego.
Toda su obra ha sido traducida al italiano. En 2018, la compañía El Callejón
del Gato llevó a escena su obra de teatro Hermanas. Su
novela más reciente, Cuando es invierno en el
mar del Norte (Pez de Plata, 2019), es un auténtico thriller
donde “el cadáver de Antonio Trigo aparece en una playa cercana a la
tormentosa e inaccesible Isla de Or, en cuya cima se levantaba un antiguo
manicomio”.
Usted ha
escrito que es incapaz de seguir las reglas del cualquier género ¿por eso Cuando es invierno en el mar del norte (2019)
es una propuesta diferente?
No sé si ser
incapaz de seguir las reglas de un género es una virtud o un defecto, pero no
puedo evitarlo. Por ejemplo, en una larga e interesantísima entrevista a los
componentes de la sección de Análisis y Comportamiento Delictivo, en la que
contaban cosas verdaderamente alucinantes, lo que más me interesó fue que cada
noche quitaban las fotos sangrientas del corcho porque iban los del servicio de
limpieza y les obligaba la Ley.
Mi imaginación se disparó en el acto. Me gustan estos choques
de mundos, estos choques de género. Y escribo sobre ellos.
Permítame una
curiosa pregunta, ¿concibe usted sus historias siempre dentro de otras
historias?
Siempre. Mis
historias son como muñecas rusas o como juegos de cajas chinas: unas contienen
otras. Aunque haya una trama principal, se van cruzando pequeñas tramas,
personajes secundarios, relatos paralelos… Una historia, para mí, siempre es la
suma de muchas historias.
Es obvio que
esta nueva novela no persigue un único fin del tipo policíaco o thriller, ¿quizá porque su literatura quiere
ser diferente?
Decía Muñoz
Molina que no siempre se escribe lo que se quiere, sino lo que se puede, en el
sentido de que somos esclavos de nuestras historias. No es que quiera ser diferente, es que no me sale
escribir otra cosa. Siempre escribo sobre mi mundo interior, y en éste es mucho
más habitual una investigadora tan peculiar como Dora que alguien como el
comisario Montalbano.
¿Qué novedad
ofrece la perspectiva de dos narradores?
En la vida
real casi nunca podemos ser testigos de las diferentes partes de una historia,
ya que s estamos en uno u otro lado. Pero en la literatura sí. Y esto es lo que
pretendía transmitir. Por una parte, tratar de entender quien era la víctima y
qué circunstancias le llevaron a la muerte, y, por otra, quién es el asesino y
por qué llegó a matar a Antonio Trigo. Y no sólo eso: también quería mostrar
cómo este crimen afecta a Dora, alguien totalmente ajena a él que se ve
accidentalmente involucrada con el caso, y a Guillermo, que está metido de
lleno porque tanto él como su familia son sospechosos. Una misma chispa que
puede provocar varios incendios.
¿El inspector
y la familia Larfeuil
forman parte de un relato canonizado como policíaco o detectivesco?
Sí y no. Por
una parte es un relato detectivesco canónico, una especie de Cluedo: once
personajes encerrados en una isla y uno de ellos es el asesino. Averigua quién,
cómo y por qué. Pero también es cierto que, en este caso, y a diferencia de lo
que es normal en el género, el inspector es el que menos pinta y lo que más
importa es cómo se puede sentir una persona al saber que en su familia se ha
cometido un asesinato. Las sospechas, la incertidumbre, la incredulidad y los
verdaderos afectos acaban pesando más que la trama en sí.
¿Qué aporta
Dora desde su visión periodística al relato?
Dora es
periodista, sí, pero periodista cultural. Yo también lo soy, y un día, que
estaba sola en la redacción, me mandaron cubrir un homicidio. Aquello me
espantó, porque no tenía la más remota idea de qué hacer, ni siquiera por dónde
empezar. Por fortuna, llegó otro compañero, que sí cubría Sucesos, y le mandaron
a él. Pero aquel pavor siguió en mí. Desde entonces no dejé de preguntarme cómo
investigaría un asesinato. La respuesta es que como cualquier otra persona sin
ningún conocimiento ni formación en homicidios: siguiendo las noticias de los
periódicos, tratando de hallar pistas en ellos, acudiendo al bar donde paraba
la víctima… Y eso es lo que hace Dora. Aunque, finalmente, su trabajo de
periodista, aunque sea cultural, sí acaba ayudándola.
Una vez más, y
tras, Los libros luciérnaga (2009) y El gran juego (2011), ¿sus personajes
son muy importantes?
Una vez una
lectora me dijo que cuando terminaba mis libros se acordaba de vez en cuando de
mis personajes como si fuera personas que había conocido y se preguntaba qué
sería de ellos. Bailé de alegría, claro. Literariamente, no hay nada que valore
más que a los personajes.
¿Quizá por eso
la trama misma son, en realidad, esos personajes?
Claro. La
trama es en realidad saber qué ocurre en los corazones agujereados de Dora y de
Antonio Trigo, cuáles son las verdaderas relaciones entre los miembros de la familia Larfeuil
y cuál es la historia de cada uno. La verdadera trama es cada uno de estos
personajes preguntándose hasta qué punto conocen a las personas que les
rodean.
El hecho que
Dora será una periodista cultural en paro ¿es un guiño a la situación laboral
actual?
La prensa ha
sido azotada por una triple crisis: la económica, la social y la tecnológica. Hasta
hace nada estábamos muy perdidos: lo que sabíamos ya no servía, pero tampoco
sabíamos qué podía servir. Lo viejo no acaba de morir ni lo nuevo de llegar. Es
muy duro verse en esa situación, sin saber a dónde tirar. Y en esa situación se
encuentra Dora. Encima, que se dedique a Cultura, ni ayuda ahora ni ha ayudado
nunca.
Cuando el
lector cierre su libro, una vez leído, ¿pensará en Agatha Christie, o ha ido
usted un poco más allá?
Es, sin duda,
un homenaje a las novelas de mi querida Agatha Christie, pero también es una
novela mía, y hay mucha introspección y mucha reflexión acerca de circunstancias
que, de una forma u otra, a todos nos ha tocado vivir. Al final de la novela
mis personajes responden a una pregunta que flota durante todo el libro. Mi
intención no es que esa respuesta sea la definitiva, sino poner el dedo en la
llaga, que los lectores también se hagan esa pregunta y lleguen a sus propias
conclusiones.
¿Un verso
puede inspirar toda una novela?
En mi caso lo
fue. Tenía muchas piezas sueltas sobre las que quería escribir ( la vida de
alguien que cambia al encontrar un cadáver, una familia entera sospechosa de
asesinato, un hombre que desaparece sin dejar rastro y sin que sus allegados
entiendan nada, todos los sospechosos de un crimen juntos en la misma
habitación…) y no sabía cómo encajarla. Entonces llegó a mí el primer verso del
poema ‘Canción de invierno y de verano’, de Ángel González: Cuando es invierno en el mar del Norte, es
verano en Valparaíso. Entonces supe de qué quería escribir; de los dos
lados.
¿Nuestra vida
sigue estando marcada por las miserias humanas, los celos, la melancolía y el
miedo en un marcado encierro, tanto interior como exterior?
Es así desde
los griegos, y probablemente desde antes, aunque no está registrado. Y lo sigue
siendo, sí. En el fondo, y por mucho que tratemos de adornarlo, todo
aislamiento voluntario es una huida.
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