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TODOS MIENTEN
El escritor José
Morella debutaba con una curiosa novela, Asuntos
propios (2009), un relato que ponía de relieve algunos de esos problemas
cotidianos, a través de una trama centrada en personajes corrientes como
Roberto, un traductor jubilado septuagenario que se enamora de Jacinta, la
asistenta centroafricana que le cuida la casa; la situación peculiar provocará
que su hija, alentada por las habladurías de los vecinos de su padre, aproveche
un pequeño accidente doméstico para llevárselo a vivir con ella para alejarlo,
según su opinión, de un serio peligro. El argumento se sostiene porque se reflexiona
sobre el fenómeno de la inmigración, sobre las transformaciones para abordar
cuestiones sociales, ciertos resabios de racismo que persisten en la sociedad
española contemporánea, el problema de las jubilaciones y de la tercera edad,
el día a día de un anciano todavía en buena forma, del cambio generacional, de
las nuevas formas de discriminación social, de los prejuicios interclasistas, o
de la xenofobia que aún vivimos, y sobre todo de las ocultas manifestaciones de
esa tremenda lacra: la violencia de género. Para su siguiente novela, Como caminos en la niebla (2016), se
inspira en un personaje real: Otto Gross, un psiquiatra y psicoanalista de
ideología anarquista, cuya locura le llevarían a unos excesos devastadores, una
historia en la que el propio Morella no ofrece a su personaje ninguna solución
o salvación, y convierte el relato en la tragedia personal de Gross y de esa
visión colectiva que inconscientemente se va fraguando en su mundo.
José Morella
consigue con West End (2019) el
prestigioso Premio de Novela Café Gijón, un texto que para escribirlo se sometió,
según se desprende y ha manifestado públicamente, a un riguroso aprendizaje
sobre las enfermedades mentales, y una vez conseguido ese proceso de
conocimiento, y escrito su relato, nunca ha dejado de tener dudas respecto a la
salud de su personaje, o la forma de tratamiento que, como él, soportan quienes
padecen ese tipo de afecciones, ejemplificado en el protagonista, el abuelo
Nicomedes. Para contar esta historia Morella recurrirá a una suerte de
autoficción que, como se espera de la buena literatura, contiene idéntica
cantidad de invención, parábola, o de una edificante realidad porque se nos
cuenta un drama familiar oculto detrás de otro individual: la enfermedad mental
de Nicomedes Miranda, el abuelo materno, un episodio del que, como sabremos,
nadie habla. Su frágil salud mental fue llevadera mientras vivió en la calma y
tranquilidad del pequeño pueblo andaluz del que casi nunca salió en cincuenta
años. Por eso, cuando su familia, campesina e iletrada, se traslada a Ibiza, en
pleno auge de la industria del turismo y durante la última época del
franquismo, su suerte quedaría echada: su lucidez se perdió para siempre y,
paralelamente, nació un tabú alrededor de su extraña condición o conducta
psicótica. En el West End, donde se asentó la familia, no había nada para el
abuelo, cuatro estridentes calles en Sant Antoni de Portmany, llenas de
clubes nocturnos y de bares de copas para turistas, una auténtica tierra de
nadie para los propios ibicencos.
Para el
narrador, en la pérdida de la lucidez de Nicomedes Miranda, tuvo mucho que ver
también el haloperidol, el medicamento antidelirante que hizo desaparecer sus manifestaciones
psicóticas más aparatosas, incluso su capacidad para hablar, para tragar
saliva, y finalmente para expresarse porque Nicomedes, ya nunca volvió hablar. Y
ese estado ausente anuló la relación con sus hijos y normalizó en sus nietos el
hecho de que, sencillamente, el abuelo no se comunicaba con ellos de ninguna
manera porque tampoco le habían conocido antes de que se le suministrara el
medicamento; un drama familiar que todo el mundo callaba con respecto a la
locura del anciano, un tabú doloroso. Quizá por eso, Morella convierte su
relato en una obra colectiva, intentará averiguar la verdad sobre su abuelo con
los testimonios de su madre y de sus tíos, como ocurre cuando su tío revive la
historia de cómo llevó a Nicomedes a un hospital psiquiátrico y de la culpa
posterior que sintió porque no estaba seguro de hacer lo más correcto, y se
convirtió en el dolor de una familia que pasado el tiempo logró desenterrar una
historia que fuese al mismo tiempo una auténtica liberación colectiva.
Lo mejor de West End es que nos habla del control
físico y psíquico que se ejerce sobre las personas, pero que, de alguna manera,
una vez constatada esta certeza supone una liberación que, en la novela, queda
condicionada en esa voluntad de huir de la miseria y del silencio obligatorio que
nos cuesta a veces la vida entera, aunque también trae consigo una alegría
inmensa, la preciosa experiencia de alcanzar un espacio para el concepto humano
genuino, para la verdadera cercanía con los demás. Y con este relato, el autor
de la novela, José Morella, constata cómo el poder político, durante el
franquismo, se apropió de la psiquiatría, resulta más que evidente en el
repetido nombre de Vallejo Nájera, conocido como el Mengele español, pero lo
que no es tan evidente es lo que pasa en la actualidad, puesto que parece que
se siguen apropiando de ella, y en términos muy parecidos. El tema de la
psiquiatría es uno de los grandes tabúes de nuestra sociedad, todos lo callan
como si fuese una vergüenza, y esos brotes psicóticos de los enfermos son
asumidos por las familias. La demanda de Morella en West End es esa necesidad de escuchar a los enfermos mentales,
porque esta ficción, en resumen, es un grito contra la discriminación que
sufren esas personas, no solo en la pasada historia reciente, sino también en
la actualidad.
WEST END
José
Morella
Premio
Novela Café Gijón 2019
Madrid,
Siruela, 2019
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