Y LA FIDELIDAD DE
MIGUEL DELIBES
Valladolid,
17 de octubre de 1920- 12 de marzo de 2010
Miguel Delibes
es un hombre de fidelidades tanto a sus ideas, como a sus amigos y a su tierra y,
sin duda, a su editor y a sus lectores. Convirtió en literatura sus aficiones,
sus viajes, sus preocupaciones, sus obsesiones y los problemas de su entorno.
Mantuvo una absoluta coherencia entre su obra y sus convicciones,
fue pródigo en expresar sus opiniones, un hecho que ha proporcionado a los
estudiosos muchas de las razones que explican su creación literaria; ofreció
las claves que deben ser tenidas en cuenta para comprender una obra que cubre
toda la segunda mitad del siglo XX, un caso poco frecuente de escritura
sostenida a lo largo de cincuenta años de ejercicio literario, desde que
sorprendiera con La sombra del ciprés es
alargada, Premio Nadal 1947, hasta la publicación de esa gran novela, El hereje, en 1998.
El escritor,
un excepcional comunicador, dominaba el arte del lenguaje y su obra, mosaico de
un rico anecdotario, se llenó de la autenticidad de la vida conversando con los
amigos, en las tertulias y en el trabajo, con los campesinos de su Castilla,
con los cazadores, con la gente de la calle, y como trasfondo la palabra viva.
Se adaptó a las modas literarias por las que pasó la narrativa en las últimas
décadas del pasado siglo, y si su obra arrancaba de un realismo social,
ensayaba en el experimentalismo de los sesenta, se abría a una definitiva
apertura, tras una larga y férrea censura, en los setenta. Delibes adecuaría
sus historias al momento valorando lo humano y de la propia iluminación que produce
su escritura, bien desde su refugio vallisoletano de la capital o en el pueblo
burgalés de Sedano, a donde el escritor volvía la vista atrás en esa doble
revisión melancólica que supuso gran parte de su vida. Fue una devoción que,
convertida en oficio, le aseguró el reconocimiento de los lectores, de la
crítica y de los eruditos de la literatura que acudían a la cita de su lectura
cuando uno de sus libros aparecía en los escaparates de las librerías de toda
España.
Etapas
Considerada
como unitaria, la crítica ha fragmentado su producción en períodos que se
concretan en los nuevos conceptos estructurales de la narrativa española de la
segunda mitad del siglo XX. Delibes no fue ajeno, todos sus libros parten de
una visión de coherencia equilibrada del mundo. Una primera etapa, marcada por
un fuerte subjetivismo, integra algunos de sus primeros libros, La sombra
del ciprés es alargada (1948), Aún es de día (1949) y Mi
idolatrado hijo Sisí (1953); una segunda, refleja el fuerte realismo social
que se inicia con su obra, más conocida y reeditada, El camino (1950), y seguirán Diario
de un cazador (1955), Diario de un emigrante (1958), La hoja roja
(1959) y Las ratas (1962).
El
marcado carácter experimental de los sesenta servirá al escritor para replantear
su novelística que, bajo la fuerza y el valor de la palabra, resultará incuestionable.
Cinco horas con Mario (1966) inauguró otra forma con que aglutinar esos
procedimientos ensayados en su producción anterior; esta obra acentúa una
marcada actitud crítica y una particular visión de las experiencias vividas, y
otra muestra serán sus libros de viajes, Europa, parada y fonda (1963), Por
esos mundos (1966), USA y yo (1966), La primavera de Praga
(1968); los de caza, La caza de la perdiz roja (1963), El libro de la
caza menor (1964), Con la escopeta al hombro (1970), o textos que
exhiben parte de su existencia, 377A, madera de héroe (1972), Un año
de mi vida (1974), Mi vida al aire libre (1989), Señora de rojo
sobre fondo gris (1991) y He dicho (1996). Su producción narrativa
fue tan congruente como definitiva, privilegiado espectador del mundo,
recurrente su descripción del mundo rural, con apuestas críticas, Los santos
inocentes (1981), alterna expresión culta y familiar, sencillez y belleza, y
no menos curiosa, El tesoro (1985). Escribía sugestionado por el estado
colectivo en que transcurría su vida, nunca encontró modelos a seguir, se volcó
en sus vivencias personales que le llevaron a practicar un tipo de literatura
con un estilo propio, entonces descubrió los nuevos aires del exterior: Joyce,
Faulkner, Brecht, Hesse o Beckett, incluido el realismo mágico hispanoamericano
de Vargas Llosa, García Márquez, Fuentes o Carpentier. Un ejemplo, Parábola
del náufrago (1969), una obra cuyos precedentes se encuentran en la fabulación
de una metamorfosis de un denodado estilo kafkiano.
Su
última obra
En
el trasfondo de nuestro espíritu existe ese subconsciente que nos inspira, un
mecanismo de conocimiento, un proceso de saber, aliado con la memoria para
producir, desde un punto de vista erudito o crítico, el germen de una nueva
creación. Delibes contempló esa realidad humana, la de los pueblos y de las
gentes de su tierra, y nos ofreció las preocupaciones y los afanes cotidianos
de su existencia. El hereje, ambientada
en el Valladolid del XVI, que luteranos e inquisidores protagonizan.
Reconstruye una etapa histórica muy conocida en aquella ciudad, resulta ambiciosa
por sus dimensiones, casi quinientas páginas, y por el asunto tratado, el auto
de fe celebrado en la
Plaza Mayor de la capital castellana contra veintiocho
personas acusadas de herejía, algunas agarrotadas y quemadas vivas; una
ceremonia similar se repitió con otras dieciocho acusadas de ser protestantes, condenadas
a muerte, entre ellas el doctor Cazalla, razón y motivo esencial de este relato
novelado. Delibes fabula la historia de un comerciante de pieles y lanas,
Cipriano Salcedo, y suma los conflictos de la época, el reinado de Carlos V y
los primeros años de Felipe II, que se sucedieron en esta importante ciudad de la España Imperial:
el fervor erasmista y el reformismo luterano, los acontecimientos en torno a
los correligionarios del teólogo y reformador alemán. El hereje se
muestra en la vehemente mirada con que el escritor toca el tema de la religión:
su ética más profunda y la herejía, y en esa actitud rebelde que ennoblece a
estos castellanos porque los actos que los llevaron hasta el patíbulo, no dejan
de emocionar, aún hoy, al lector.
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