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jueves, 27 de enero de 2022

CONVERGENCIAS

              CONVERGENCIAS: TEXTO/ IMAGEN

       (El arte de mirar, la imitación de la imagen en la pintura de                                           Pepe Bernal)

       Escribir sobre arte, sobre ese concepto de mecanismo tan complejo, significa en ocasiones un atrevimiento, o acaso una tortura. Nuestro tiempo ha heredado el culto por la obra mayor, si entendemos que un adjetivo así se podrá aplicar a las dimensiones y a las condiciones materiales a que se ve sometido cada artista.

       El arte del siglo XX, y las teorías sobre literatura, cine, pintura, fotografía o escultura tienden en muchos casos a favorecer la confusión y forman parte de la dificultad para desvelar mecanismos muy simples, o la sencilla apariencia de las cosas; un cuadro limpiamente concebido y tratado, un texto sin el artificio fantasmal de una compleja sintaxis, la yuxtaposición de imágenes, convierten esta serie de texturas en una obra de arte porque la experiencia estética ensayada se percibe como algo natural, un impacto sencillo cuya pericia técnica permanecerá oculta tras una serena expresión de realidad, o mejor de inmediatez. El pintor y el escritor subrayan con su arte la claustrofóbica sensación de una soledad alimentada por su propio ego, en su eterna búsqueda de una obra provista de ese acento personal que llegue a escribirse con mayúsculas.

 

       Mirar y aprender, rendirse al milagro de cualquier obviedad: un cuadro es el dificilísimo arte de mirar las cosas con los ojos abierto; la literatura se rinde ante la voz, es una hipóstasis de la voz, una imitación del flujo verbal y de la memoria. La pintura, el lenguaje no resultan de una emanación espontánea de nuestras almas o de nuestras fisiologías, sino una auténtico proyecto de aprendizaje y un acuerdo para llevar a cabo ese aprendizaje. No olvidemos que, Arte y Literatura, comparten territorios conceptualmente comunes, coinciden sin temor a equivocaros, en mudarse en sustancias cómplices, con características que convierten su textura en una auténtica expedición hacia una absoluta verdad, como aseguraba el escritor checo Franz Kafka. Y se rigen, también, por señales precisas que provocan nuestra atención como seres o individuos inquietos. Aunque siempre podríamos preguntarnos con cierta inseguridad qué es o para qué sirve la literatura, en qué se concreta o se traduce el arte sin que jamás llegáramos a sospechar cuál sería la respuesta más idónea, puesto que nadie nunca nos resolvería esa inquietud: la necesidad de asimilar una realidad a través de los signos, en un sentido más amplio y la inexcusable razón de oralizar nuestros pensamientos que, con el paso del tiempo, se tradujo en la composición de un alfabeto, para luego convertirse en palabras. Solo así pudimos descifrar o completar el conocimiento último del mundo. Aunque, es verdad que no existe un concepto del absoluto artístico en ninguno de su más amplio sentido, nadie ostenta esa relativa inquietud por alcanzar en trazo único: texto/ imagen con la intención de convertirlo en un sólido argumento tanto desde el punto de vista de la escritura como de la pintura. Por otra parte, es verdad que existen diversas maneras de decir una misma cosa, según afirmaba Râfols-Casamada, siempre habrá que estar atento a las variaciones que imprime la dicción, así la forma resulta tan importante como aquello que uno es capaz de decir; en arte, las dos cosas vienen a ser los mismo, dos caras con un mismo razonamiento.

 


       Las circunstancias históricas generan trascendencias que se convierten en actitudes exclusivamente artísticas, y así el arte se funde con otros islotes que se concretan en el espacio de la música, el cine, la fotografía, o la literatura y la pintura por añadidura que se fusionan en un compás semejante, es decir, en la propensión de un pintor entreverado por un lenguaje fastuoso y extraño, para llegar a un escritor inoculado por la curiosidad de los mecanismos del mundo de la imagen. Sin duda, resultan dos visiones del mismo delirio analítico aunque de la impostura se sirven tanto el arte literario como el pictórico: ambos se mueven en un auténtico territorio sin fronteras en la medida que presuponen una validez propia y una capacidad de progreso, cuando pintores y escritores se hacen la misma pregunta y defienden una estética universal que desembocará posiblemente en la abstracción. Y, una vez instalados en ella, la literatura necesitará de la pintura para ser vista, y la pintura de la literatura para poder ser leída; esta última le aportará a la anterior inteligibilidad, aquella un valor de icono a la palabra escrita.   

     Pepe Bernal aboga por una abstracción, tan estructuralmente geométrica como pura y por una teoría del color, porque el arte en su concepto esencial no retoma sino que modifica su forma de ver e interpretar el mundo, le otorga por extensión el valor supremo de la conciencia. Su pintura se puebla de superficies densas y propone movimientos poéticos que en los lienzos transforma y cambia en un continuo valor experimental. Y en la misma proporción se impone el rigor de la forma, nada en sus cuadros parece producto del azar ni un capricho al servicio del efecto visual. Los trazos y las líneas ofrecen la desmesura de una permanente actitud renovadora que invita a la prefiguración de un lenguaje, sostenible por la validez del equilibro que apreciamos en su obra. En la obra de este singular pintor la escritura está siempre visible, y queda establecido el orden de los conceptos y la misma escritura. 

       La ausencia de figuras en el mejor Bernal ofrece algunas de las mejores sensaciones o visiones de esa realidad sustentada por ese intenso cromatismo de énfasis manifiesto, blancos, amarillos, rojos, verdes, azules de variada intensidad, o incluso tonalidades violáceas que nos hablan y nos descubren espacios nuevos, en ese permanente flujo textual y reflujo pictórico, convertido en un proceso de transparencia colorística y variedad de tonos que se superponen en superficies planas pero de profundidades sorprendentes; por otro lado, esas sombras han acompañado al artista durante buena parte de su historia personal, los objetos que sobresalen de ellas lo convierten en un único creador. Su arte, ofrece así la visión de numerosas sensaciones que se debaten entre forma y espacio, entre trazo y color, entre materia y línea, como si al contemplar uno de sus cuadros habláramos de una interminable metáfora donde la pintura encuentra su voz en el margen de una escritura invisible, y su sentido último en la forma. Y la literatura y su convergencia, se traducen en secretos únicos capaces de ampliar el horizonte desde cualquier mirada.


 

 

     


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