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viernes, 22 de noviembre de 2019

Elizabeth Crook


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                                   ÉPICA DEL WESTERN

              

       El western es el género que mejor define a la industria cinematográfica de los Estados Unidos con argumentos que se han centrado en los años de expansión que la civilización blanca llevó a cabo sobre las fronteras de los nativos en la conquista del calificado territorio del salvaje oeste, por eso las películas de este género se desarrollan durante el periodo que abarca los comienzos de la Guerra Civil en 1860 hasta el final de las llamadas Guerras Indias en 1890, sin embargo, este periodo cronológico presenta otras alternativas, y algunos westerns incorporan incluso episodios entre la frontera norteamericana y el cercano México. El denominador común, quizá el más popular de las películas del oeste, es un personaje central de características nómadas que recuerda a los caballeros de las antiguas leyendas y poemas europeos, que se enfrenta a villanos, rescata a mujeres en peligro y transgrede las normas de las estructuras de la sociedad sin traicionar su honor; es un vaquero o un pistolero cuya caracterización incluye una vestimenta típica, su revólver y su fiel compañero el caballo, figura que llega a adquirir dimensiones importantes para la historia narrada. El wéstern toma estos elementos y los usa para contar cuentos morales ambientados en el escenario de un paisaje desértico, tan salvaje como desolador que incluye ranchos y fuertes en medio de la nada, otras veces la historia se desarrolla en un pequeño pueblo del oeste: el almacén local, las vías del tren en cuyos vagones se tirotean los vaqueros, un banco que será atracado, la cantina o saloon, mesas de pócker, música y bailarinas, y un permanente escenario de peleas y tiroteos entre los fuera de la ley, para finalmente terminar en la oficina del sheriff y la celda del alguacil a donde irán los malhechores. Como género polifacético es usual que retrate la conquista de la civilización sobre la barbarie y la subordinación de la naturaleza o lo nativo con la confiscación de territorios a los habitantes originales. Escenifica una sociedad organizada basada en códigos de honor, ya sea en familia o en soledad, más que al apego de la ley en si. En las películas estas temáticas están contrapuestas y el avance de la civilización es inevitable.
          La naciente sociedad norteamericana se vio en la necesidad de construir del territorio real, otro imaginario y fantástico que, de alguna manera, respetara unas señas de identidad históricas y comunes. Y de esta manera, al marco físico reconocible, a pesar de que en ocasiones se presente de manera tan abstracta como increíble, se une una galería de personajes aferrada al imaginario colectivo y como trasunto de aquella realidad, y los nombres de Wyatt Earp, Doc Holliday, Pat Garrett, Billy the Kid, Buffalo Bill, Wild Bill Hickok, Calamity Jane, Jesse y Frank James, Butch Cassidy, Sundance Kid, los jefes indios Gerónimo, Toro Sentado y Cochise nos resultan familiares y forman parte de nuestro conocimiento del salvaje Oeste. Las coordenadas del género definen unos arquetipos y delimitan el desarrollo mismo, recurrente y repetitivo: los duelos entre pistoleros justicieros, bandidos despiadados que asaltan diligencias o bancos, la lucha de los colonos por establecerse en el salvaje Oeste, la aventura de pioneros y buscadores de oro en pro de prosperidad, las refriegas con las tribus indias o los conflictos entre ganaderos y agricultores.
          La novela del Oeste, como género literario, se puso de moda a lo largo del siglo XX y Owen Wister consiguió un gran éxito con El virginiano (1902), y con igual acierto han cultivado el género O. Henry que publicó su colección de cuentos El corazón del Oeste (1907), Stewart Edward White, autor de Los del Oeste (1901) y los relatos de Noches de Arizona, para muchos el mejor. Zane Grey siguió con un auténtico torrente de creaciones, La herencia del desierto (1910) y Los jinetes de la pradera roja (1912), y en las revistas pulp de los años 30 y 40 publicaron autores como Eugene M. Rhodes, William McLeod Raine, W. C. Tuttle, Clarence E. Mulford (creador de del cowboy Hopalong Cassidy), Max Brand y Louis L'Amour, que convirtieron sus textos en best-seller; y también el alemán Karl May disfrutó de un gran éxito, y cuyas novelas del Oeste tienen como protagonista a Old Shatterhand y su amigo, el indio apache Winnetou. En los 50 descollaron tanto como Frank Gruber, maestro del western histórico y guionista prolífico, y hay que mencionar a Dorothy M. Johnson (1905-1984) y Alan Le May (1899-1964). En España hay que citar a Marcial Lafuente Estefanía, a José Mallorquí, creador de El Coyote, a Francisco González Ledesma, que escribía bajo el seudónimo de Silver Kane y cuya primera novela Sombras Viejas (1948) no solo ganó premios sino que fue víctima de la censura franquista.

Una novela de cine

       Una novela de aventuras resulta, en ocasiones, una obra que trasciende un género, y en el caso de La encrucijada del roble, de Elizabeth Crook (Texas, 1959), además de un original y poderoso relato, podemos calificarlo como un western épico, va más allá del espacio físico y de la historia que lo genera porque, sobre todo, Crook ha sido capaz de profundizar en la naturaleza de los seres humanos, muestra una obstinación y una lucha que transcurre en Texas durante la Guerra de Secesión Americana y los años inmediatamente posteriores que dejaron a Norteamérica asolada, fue una época en la que sobrevivir entre hambrunas y viejos rencores era una tarea difícil. En una perdida granja entre las montañas de Texas una pantera hambrienta ataca en la madrugada a una familia de campesinos. La madre, una joven esclava liberada, muere intentando salvar a su hija, la pequeña Samantha, que quedará desfigurada por el ataque del animal ante la impotencia de su hermanastro Benjamin que no puede hacer nada para ayudarla. Sam vivirá a partir de ese momento con una idea fija: cazar a la pantera para vengar la muerte de su madre, un demonio en realidad, como se murmura en todo Río Grande. La acompañará su escéptico hermano en el empeño y tendrán la ayuda de un carismático forajido mexicano llamado Pacheco y del predicador Dob, un buen hombre que posee un sabueso experto en el rastreo de panteras. Tras ellos irá un sádico criminal, Hanlin, que tiene cuentas pendientes con el predicador, y en realidad motivo de ese relato paralelo que debe hacer Benjamín Shreve al juez Edward Carlton y cuyo testimonio en relación con el asesinato de varios hombres motivará sentido completo que cuenta la novela.
          El comienzo de la novela resulta original, y casi cinematográfico: Benjamin, ahora ya con 17 años, declara ante un juez encargado de investigar los crímenes cometidos durante la guerra, y como su Señoría debe desplazarse le pide al joven que escriba, con todo detalle su testimonio, que deje por escrito todo lo vivido en los últimos años, algo que Benjamin irá haciendo en primera persona, no sin cierta dificultad por falta de papel y tinta, y sus escasos conocimientos en el arte de la escritura; sin embargo, se empeñará en contar la historia con todo lujo de detalles porque, como le dice al magistrado, “he leído libros”, y gracias a esas lecturas el mismo Benjamín le señala al juez en sus cartas que la obsesión de su hermana por la pantera es muy parecida a la del capitán Ahab con Moby Dick, libro que no deja de leer una y otra vez. Y mientras leemos esta narración el ingenio y el humor sureño conforman una historia con ecos clásicos de la mejor narrativa norteamericana.
       Benjamin es un personaje entrañable que narra con inteligencia la historia de una venganza, pero también una historia de amor y lealtad entre hermanos. Todo en esta novela puede calificarse de salvaje: el medio, la época y los fenómenos naturales, los ataques de los indios, los rencores y las persecuciones, o la propia guerra entre el Norte y el Sur, aunque Elizabeth Crook ha sabido envolver al lector en los momentos de la América más primaria, dotando a su prosa con un ritmo extraordinariamente ágil y unas descripciones tan descarnadas como vivas que dejan en el lector escenas perdurables y de una plasticidad visual extraordinaria.
       La estructura del relato, compuesta por una sucesión de documentos, en realidad, cartas-informes que desde el acta del juicio inicial contra el soldado confederado irá enviando Benjamin en una fluida relación epistolar con el juez del caso. El formato y el contenido funcionan de una manera imparable, y la simplicidad expresada por el narrador se unen las descripciones de los acontecimientos, que se mezclan en una primera persona con las opiniones propias y los honrados sentimientos del joven, que cautivan a un lector frente a la crudeza de muchas de las situaciones de todos los personajes, aunque especialmente sobresale Sam y su firme voluntad de acabar con la fiera. A medida que este curioso grupo va conformándose en la novela crece nuestra expectación lectora en intensidad, queremos que la aventura siga, nos replanteamos la humanidad en un medio tan hostil, y nos dejamos llevar hasta un desenlace épico que solo la medida del tiempo aclarará de una manera convincente.







LA ENCRUCIJADA DEL ROBLE
Elizabeth Crook
Madrid, Siruela, 2019

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