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ÉPICA DEL WESTERN
El western es el género que mejor define a
la industria cinematográfica de los Estados Unidos con argumentos que se han centrado
en los años de expansión que la civilización blanca llevó a cabo sobre las
fronteras de los nativos en la conquista del calificado territorio del salvaje
oeste, por eso las películas de este género se desarrollan durante el periodo
que abarca los comienzos de la
Guerra Civil en 1860 hasta el final de las llamadas Guerras
Indias en 1890, sin embargo, este periodo cronológico presenta otras
alternativas, y algunos westerns
incorporan incluso episodios entre la frontera norteamericana y el cercano
México. El denominador común, quizá el más popular de las
películas del oeste, es un personaje central de características nómadas que
recuerda a los caballeros de las antiguas leyendas y poemas europeos, que se
enfrenta a villanos, rescata a mujeres en peligro y transgrede las normas de
las estructuras de la sociedad sin traicionar su honor; es un vaquero o un
pistolero cuya caracterización incluye una vestimenta típica, su revólver y su
fiel compañero el caballo, figura que llega a adquirir dimensiones importantes
para la historia narrada. El wéstern toma estos elementos y los usa para contar
cuentos morales ambientados en el escenario de un paisaje desértico, tan
salvaje como desolador que incluye ranchos y fuertes en medio de la nada, otras
veces la historia se desarrolla en un pequeño pueblo del oeste: el almacén
local, las vías del tren en cuyos vagones se tirotean los vaqueros, un banco
que será atracado, la cantina o saloon,
mesas de pócker, música y bailarinas, y un permanente escenario de peleas y
tiroteos entre los fuera de la ley, para finalmente terminar en la oficina del
sheriff y la celda del alguacil a donde irán los malhechores. Como género
polifacético es usual que retrate la conquista de la civilización sobre la
barbarie y la subordinación de la naturaleza o lo nativo con la confiscación de
territorios a los habitantes originales. Escenifica una sociedad organizada
basada en códigos de honor, ya sea en familia o en soledad, más que al apego de
la ley en si. En las películas estas temáticas están contrapuestas y el avance
de la civilización es inevitable.
La naciente sociedad norteamericana se vio en la necesidad
de construir del territorio real, otro imaginario y fantástico que, de alguna
manera, respetara unas señas de identidad históricas y comunes. Y de esta
manera, al marco físico reconocible, a pesar de que en ocasiones se presente de
manera tan abstracta como increíble, se une una galería de personajes aferrada
al imaginario colectivo y como trasunto de aquella realidad, y los nombres de
Wyatt Earp, Doc Holliday, Pat Garrett, Billy the Kid, Buffalo Bill, Wild Bill
Hickok, Calamity Jane, Jesse y Frank James, Butch Cassidy, Sundance Kid, los
jefes indios Gerónimo, Toro Sentado y Cochise nos resultan familiares y forman
parte de nuestro conocimiento del salvaje Oeste. Las coordenadas del género
definen unos arquetipos y delimitan el desarrollo mismo, recurrente y
repetitivo: los duelos entre pistoleros justicieros, bandidos despiadados que
asaltan diligencias o bancos, la lucha de los colonos por establecerse en el
salvaje Oeste, la aventura de pioneros y buscadores de oro en pro de
prosperidad, las refriegas con las tribus indias o los conflictos entre
ganaderos y agricultores.
La novela del Oeste,
como género literario,
se puso de moda a lo largo del siglo XX y Owen Wister consiguió un gran éxito
con El virginiano (1902), y con igual
acierto han cultivado el género O. Henry que publicó su colección de cuentos El corazón del Oeste (1907), Stewart
Edward White, autor de Los del Oeste
(1901) y los relatos de Noches de Arizona,
para muchos el mejor. Zane Grey siguió con un auténtico torrente de creaciones,
La herencia del desierto (1910) y Los jinetes de la pradera roja (1912), y
en las revistas pulp de los años 30 y 40 publicaron autores como Eugene M.
Rhodes, William McLeod Raine, W. C. Tuttle, Clarence E. Mulford (creador de del
cowboy Hopalong Cassidy), Max Brand y Louis L'Amour, que convirtieron sus
textos en best-seller; y también el alemán Karl May disfrutó de un gran éxito,
y cuyas novelas del Oeste tienen como protagonista a Old Shatterhand y su
amigo, el indio apache Winnetou. En los 50 descollaron tanto como Frank Gruber,
maestro del western histórico y guionista prolífico, y hay que mencionar a
Dorothy M. Johnson (1905-1984) y Alan Le May (1899-1964). En España hay que
citar a Marcial Lafuente Estefanía, a José Mallorquí, creador de El Coyote, a Francisco González Ledesma,
que escribía bajo el seudónimo de Silver Kane y cuya primera novela Sombras
Viejas (1948) no solo ganó premios sino que fue víctima de la censura
franquista.
Una novela de cine
Una novela de
aventuras resulta, en ocasiones, una obra que trasciende un género, y en el
caso de La encrucijada del roble, de
Elizabeth Crook (Texas, 1959), además de un original y poderoso relato, podemos
calificarlo como un western épico, va
más allá del espacio físico y de la historia que lo genera porque, sobre todo,
Crook ha sido capaz de profundizar en la naturaleza de los seres humanos,
muestra una obstinación y una lucha que transcurre en Texas durante la Guerra
de Secesión Americana y los años inmediatamente posteriores que dejaron a
Norteamérica asolada, fue una época en la que sobrevivir entre hambrunas y
viejos rencores era una tarea difícil. En una perdida granja entre las montañas
de Texas una pantera hambrienta ataca en la madrugada a una familia de
campesinos. La madre, una joven esclava liberada, muere intentando salvar a su
hija, la pequeña
Samantha, que quedará desfigurada por el ataque del animal
ante la impotencia de su hermanastro Benjamin que no puede hacer nada para
ayudarla. Sam vivirá a partir de ese momento con una idea fija: cazar a la
pantera para vengar la muerte de su madre, un demonio en realidad, como se
murmura en todo Río Grande. La acompañará su escéptico hermano en el empeño y
tendrán la ayuda de un carismático forajido mexicano llamado Pacheco y del
predicador Dob, un buen hombre que posee un sabueso experto en el rastreo de
panteras. Tras ellos irá un sádico criminal, Hanlin, que tiene cuentas
pendientes con el predicador, y en realidad motivo de ese relato paralelo que debe
hacer Benjamín Shreve al juez Edward Carlton y cuyo testimonio en relación con el
asesinato de varios hombres motivará sentido completo que cuenta la novela.
El comienzo de la novela resulta original, y casi
cinematográfico: Benjamin, ahora ya con 17 años, declara ante un juez encargado
de investigar los crímenes cometidos durante la guerra, y como su Señoría debe
desplazarse le pide al joven que escriba, con todo detalle su testimonio, que deje
por escrito todo lo vivido en los últimos años, algo que Benjamin irá haciendo
en primera persona, no sin cierta dificultad por falta de papel y tinta, y sus
escasos conocimientos en el arte de la escritura; sin embargo, se empeñará en
contar la historia con todo lujo de detalles porque, como le dice al
magistrado, “he leído libros”, y gracias a esas lecturas el mismo Benjamín le
señala al juez en sus cartas que la obsesión de su hermana por la pantera es
muy parecida a la del capitán Ahab con Moby Dick, libro que no deja de leer una
y otra vez. Y mientras leemos esta narración el ingenio y el humor sureño
conforman una historia con ecos clásicos de la mejor narrativa norteamericana.
Benjamin es un
personaje entrañable que narra con inteligencia la historia de una venganza,
pero también una historia de amor y lealtad entre hermanos. Todo en esta novela
puede calificarse de salvaje: el medio, la época y los fenómenos naturales, los
ataques de los indios, los rencores y las persecuciones, o la propia guerra
entre el Norte y el Sur, aunque Elizabeth Crook ha sabido envolver al lector en
los momentos de la América más primaria, dotando a su prosa con un ritmo
extraordinariamente ágil y unas descripciones tan descarnadas como vivas que
dejan en el lector escenas perdurables y de una plasticidad visual extraordinaria.
La estructura
del relato, compuesta por una sucesión de documentos, en realidad,
cartas-informes que desde el acta del juicio inicial contra el soldado
confederado irá enviando Benjamin en una fluida relación epistolar con el juez
del caso. El formato y el contenido funcionan de una manera imparable, y la
simplicidad expresada por el narrador se unen las descripciones de los
acontecimientos, que se mezclan en una primera persona con las opiniones propias
y los honrados sentimientos del joven, que cautivan a un lector frente a la
crudeza de muchas de las situaciones de todos los personajes, aunque
especialmente sobresale Sam y su firme voluntad de acabar con la fiera. A medida que este curioso
grupo va conformándose en la novela crece nuestra expectación lectora en
intensidad, queremos que la aventura siga, nos replanteamos la humanidad en un
medio tan hostil, y nos dejamos llevar hasta un desenlace épico que solo la
medida del tiempo aclarará de una manera convincente.
LA ENCRUCIJADA DEL ROBLE
Elizabeth
Crook
Madrid,
Siruela, 2019
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