Las voces ciegas
La violencia
contra las mujeres como acto sexista produce un tipo de daño físico,
psicológico o emocional que deriva en maltrato verbal o corporal en cualquier
contexto. El menosprecio y la discriminación son manifestaciones de la
necesidad de un cambio, un grave problema que debe solucionar esa igualdad
entre personas. La violencia psicológica se da en cualquier entorno: la casa,
la pareja y la familia suelen ser lugares comunes; la violencia psicológica es
la puerta de entrada a otros tipos de agresión, la física o la sexual; la
física se traduce en acciones que provocan daño o sufrimiento, afecta a la
integridad de la persona.
La literatura
universal ha legado notables ejemplos que ilustran el problema, las versiones
clásicas, Cantar de Mío Cid (1140), describe en la Afrenta de Corpes un maltrato
femenino, el primer relato pormenorizado del triste episodio que los infantes
Ferrán y Diego González llevan a cabo con las hijas del Cid, las abandonan en
el campo, desnudas y malheridas, las golpean e hieren, y las dan por muertas; o
la tragedia, Otelo (1603), de William Shakespeare, que daría lugar a la
patología psiquiátrica de celos irracionales y desmesurados con dramáticas
consecuencias; incluso Pamela, o la virtud recompensada (1740) la novela
epistolar del británico Samuel Richardson que puede ser leída como el relato
del rechazo de un constante acoso sexual.
La asfixia que
genera la violencia, o los monstruos creados a lo largo de los años, por una
sociedad patriarcal, ejercen su opresión sobre la vida de las mujeres tanto en
el aspecto de lo real o de la ficción, el horror se instala tras las paredes de
una casa normal, en un barrio corriente, un lugar del que es imposible escapar,
se convierte en un auténtico laberinto del que no hay salida; en este sentido
ensaya Elsa Veiga (Santiago de Compostela, 1972) su primera entrega narrativa, Me
desperté con dos inviernos a los lados (2020), una novela de grandes silencios,
que describe una atmósfera familiar donde la culpa y el miedo forman parte de
sus vidas durante años, una visión sobre el maltrato atávico como maldición
incontrolable. La historia de tres generaciones de mujeres que han sufrido
tanto violencia física como psicológica por parte de hombres, contada por su
protagonista, Cara, que deja constancia del maltrato que su padre causa a su
madre Carmen, y certifica las heridas que deja en su hermano y en ella,
adolescente, pero que la narradora salvaguarda creando una atmósfera de
auténtico cuento de hadas donde la vida se tiñe de sombras, fluye la sangre y
aflora la muerte; la bestia se convierte en esa fuerza que somete a las mujeres,
a los espacios, en un aparente componente fantástico que la narradora Cara
lleva al terreno de la realidad, su historia familiar, y en esa convivencia, de
apariencias convencionales, cada noche se desata el horror: una madre y sus dos
hijos cohabitan con la bestia protagonista de este cuento.
Un hilo
invisible une la vida de varias mujeres, la historia nos conduce a preguntas
sobre la memoria, la transmisión de los traumas vividos, el duelo cuando no
encontramos las palabras adecuadas o las lágrimas no sofocadas y que jamás
ejercieron su poder terapéutico. La novela, Me desperté con dos inviernos a los
lados, habla del infierno vivido entre las paredes de una casa donde nunca
existió la felicidad, y pese a que algunos personajes tuvieron la opción de la
huida, otros nunca lo hicieron porque significaba el fin de toda su existencia.
Entre tanto secreto, miradas perdidas y sombras que ahogan, sobresale la forma
en que Veiga narra esa confraternidad de las mujeres de la familia, esa
alianza, compromiso que nace en tiempos revueltos, pura vida y afecto, una esperanza
absoluta en medio de la incertidumbre.
Elsa Veiga
estructura y concreta su relato en cuatro fechas, el discurrir del tiempo donde
las mujeres viven los accesos de violencia sin que haya cambiado nada, una
primera opresiva, que plantea y da comienzo al recuerdo en 2005, una segunda en
mitad de la Guerra Civil,
verano del 1938, que protagoniza la abuela, Elisa, con sus consecuencias
posteriores, una tercera en febrero de 1970, justifica la vida de Carmen, la
madre, y una cuarta y final, de vuelta a la primavera de 2005, testimonio de
esas terribles situaciones vividas, porque la historia de las mujeres que han
rodeado a la protagonista, abuela, la madre, y ella misma no ha cambiado con el
paso del tiempo.
ME DESPERTÉ CON DOS INVIERNOS A LOS LADOS
Elsa Veiga
Madrid, Tres Hermanas, 2020
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