Teoría del desencanto
Jesús Carrasco (Badajoz, 1972) intentaba escribir una historia universal con Intemperie (2013), buscaba una recuperación de la cultura de la nimiedad, un retrato de la vida rural y campesina de tanto arraigo, certificaba la crueldad de una existencia tan tremendista como real, y cautivaba a sus lectores con una historia atemporal protagonizada por personajes que crecían psicológicamente, un sostenido lirismo y la ejecución precisa del lenguaje caracterizaban a su prosa. Con La tierra que pisamos (2016) retomaba ese bis psicológico de unos personajes que despertaban a una nueva realidad, aunque Eva y Leva se mostraban estáticos desde las primeras páginas. Ella, rebelde convencida de la humanidad del extraño Otro; él, un niño, a quien el horror había dejado mudo.
La tercera novela, Llévame a casa (2021) recupera esas sensaciones estilísticas de su prosa anterior, cuenta una historia ambientada en nuestro tiempo, un ámbito familiar reconocible. Todos tenemos unos padres a quienes, desde un indiscutible sentido moral, nos debemos cuando se hacen mayores, necesitan ayuda, o le debemos un apoyo emocional. A ese dilema se enfrentan Juan y su hermana Isabel, los protagonistas, aunque Carrasco hará que Juan reaccione de un modo desconcertante ante los acontecimientos que se suceden en un breve espacio de tiempo, la muerte del padre y la soledad e incipiente enfermedad de la madre, hechos que se expondrán en los reproches de Isabel al ausente Juan que un día decidió instalarse en Escocia.
La historia reproduce las tensiones domésticas y costumbristas entre dos generaciones: la paterna, entregada a su trabajo, la resignación y el cuidado familiar sin concesiones, o muestras de cariño; y los hijos, criados con más medios y oportunidades, aunque en el momento de la madurez se enfrentan con la crisis económica, y la necesidad personal de construir su propio camino. En los protagonistas de esta segunda generación, en Juan, y en Isabel, su antagonista, aflora idéntico conflicto: optar entre el individualismo capitalista que nos aleja para vivir una experiencia propia, quizá, en Edimburgo, fregando platos, o verse en la obligación de responder al vínculo familiar de profundas convicciones arraigado en nuestra sociedad, hacer lo que se espera de uno, para no convertirse en un descastado. La antítesis de la capital escocesa, el pueblo toledano de Cruces, donde Juan hereda el modesto y ruinoso negocio familiar, vuelve a esa casa de su adolescencia, recorre los senderos de la juventud, o visita los bares de aquel aburrido pasado.
La novela se desliza por un camino previsible, sin giros o sorpresas, añade una evolución en la forma de ser, en el comportamiento de Juan, evidente y nada más. Tal vez, la emoción de este libro radique en el patetismo de algunas escenas, en la falta de empatía de Juan hacia sus iguales, que se comportan como se espera, no existe conflicto, ni en los diálogos ni en los choques entre posturas o puntos de vista. Se muestran aspectos sugerentes a través de los objetos, los usos, o la descripción de la vivienda, símbolos de una brecha generacional y la concepción de la familia, pero el protagonista claudica, se conforma, acepta aquello que se espera de él, y reproduce el esquema que Isabel le había descrito durante los años de su ausencia.
Llévame a casa
Jesús Carrasco
Barcelona, Seix-Barral, 2021
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