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martes, 13 de noviembre de 2018

Inspiración de la Naturaleza


      


        En un tiempo donde la poesía rural sigue siendo observada con cierto recelo, si no con un indisimulado desdén, por parte de la crítica especializada y, sobre todo, por un gran número de lectores, los poetas seleccionados en Neorrurales (2018) apuestan por la inspiración de la Naturaleza y escriben desde esa amplia perspectiva que les proporciona el campo, aunque nunca se apropian del paisaje para expresar su intimidad, sino que pretenden dejar constancia de su amor por los caminos polvorientos, los barrancos y las veras, la visión de los jaramagos y el canto de los abejarucos, de las retamas y de los álamos, y se asombran ante esa inmensidad que les proporciona una mirada sobre los trigales. Recrean aquellas cosas singulares, captan su misterio, las comprenden y las hacen suyas; son en definitiva, eso, las cosas esenciales del campo.
       La presente selección antológica, Poetas de campo, convoca a los poetas cuyos versos ofrecen una amplia mirada y una particular visión sobre lo rural, o sobre el campo, ejemplo de esa poderosa evocación de la literatura moderna a partir del romanticismo, y todo cuanto se convierte en puro sentimiento que estéticamente logra fundirse con esos elementos físicos que podamos descubrir en la variada y multisecular geografía de nuestro país. 

      
       Tres generaciones coinciden, de alguna manera, en reconstruir un universo perdido, devastado en que se ha convertido todo lo relacionado con lo rural; la de los veteranos: Alejandro López Andrada (1957), Fermín Herrero (1963) y Reinaldo Jiménez (1969) para quienes, a través de las palabras, los espacios rurales que existieron viven en un plano distinto a una realidad actual, y así la tierra, los montes, los pájaros, las fuentes, o los caminos del bosque habitan sus versos, cargados de emoción bucólica y de bagaje lírico, reconstruyendo el tiempo antes vivido con una pulcra y pausada nitidez, conscientes de la trascendencia del entorno natural que los rodea: una naturaleza en su renovación y en sus caducidades, el vínculo primigenio y esencial entre la tierra y los seres que la habitan.
        
       Le sigue una generación intermedia: Sergio Fernández Salvador (1975), Josep M. Rodríguez (1976) y David Hernández Sevillano (1977), los cuales sostienen que el campo y la naturaleza en cuanto a espacios, y también en cuanto a ritmo, ofrecen una importancia fundamental con respecto a una elección de vida. Así mismo, sienten la naturaleza como espejo del alma humana porque saben que sus enseñanzas y dones inagotables la convierten en un tema infinito, conscientes como el poeta Friedrich, pintor realista y romántico, que afirmaba cómo cada manifestación de la naturaleza, registrada con suma precisión, con mucha dignidad y un profundo sentimiento, puede llegar a ser tema del arte en general, cuando entendemos que esa naturaleza no se restringe al medio físico, sino a la relación de este con el hombre . Al mismo tiempo, observan que a menudo caminan a través de campos y bosques de la mano de Wordsworth, de Keats, de Frost, y en una gran parte esta poesía de la naturaleza tiene un valor esencial como punto de partida de sus obras, un escenario a partir del cual el poema cobra aliento, se mueve y trepa y trota, en definitiva vive.
       
       Por último, hallamos una tercera generación, más joven, la de Hasier Larretxea (1982) y Gonzalo Hermo (1986), cuya poesía, en ambos casos, se sustenta por la visión de paisajes rurales y bosques de sauces y alisos. Escriben con la memoria del paisaje en carne viva, sobre todo para que el viento mueva de nuevo las hojas del aliso y la palabra sea, en definitiva, idioma, cuerpo, paisaje y memoria. Y se traduzca en el aire que respira el poema; en la ruta de color de la palabra en su esencialidad misma.

Neorrurales. Antología de poetas de campo; Selección e introducción de Pedro M. Domene; Córdoba, Berenice, 2018.
      

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