El solar de Coimbra
Coimbra es la
ciudad madre, la ciudad tradicional, la que sirve de cimiento y fundamento a la
nacionalidad; algo así como el solar en que se ha edificado un Estado.
El río
Mondego, ese río portugués que la baña, fue la primera frontera histórica que
separó a Portugal del resto de la Península. Ese río es el que vivifica a la
vieja ciudad; la hace sonreír, renacer entre sus viejos palacios, sus antiguas
iglesias y sus severos monasterios, los cedros y los áloes que la rejuvenecen y
la libran del polvo de la
vetustez. Gracias al Mondego, Coimbra no tiene un aspecto
ruinoso, y oculta su valor histórico y su cualidad de ciudad sabia entre
bosquecillos de verdura y jardines de flores y plantas tropicales. Es esta una
nota de los jardines portugueses, que distingue a esta parte de la Península y
la hace algo colonial. Se conoce que han tenido especial empeño en aclimatar
la flora exótica de América, de Asia y de África, y que lo han conseguido.
La fama de
esta ciudad radica en la célebre y prestigiosa Universidad, por donde han
pasado todos los grandes hombres.
Veo cruzar por
las calles estudiantes, que se distinguen por su traje negro y por la costumbre
de llevar descubierta la cabeza.
Hay una
rebeldía simpática en ese gesto; el sombrero pugna contra la Naturaleza que
dio una defensa a la cabeza en sus cabellos, y no hace más que humillarla como
un signo de servidumbre. En los pueblos más progresivos se suprime el
sombrero, como se ve en los norteamericanos.
Es que también
yo veo a estos estudiantes con la impresión de saber cuántos grandes hombres
hubo entre ellos y qué labor de libertad y regeneración han realizado. Está
aquí en esta ciudad toda el alma del viejo Portugal en cuanto conserva de
tradicional y de antiguo. Se la escucha palpitar en ese «Claustro del
Silencio» del viejo Monasterio de Santa Cruz, panteón de reyes, en donde la
extraña devoción del siglo XVI empleaba, aún para adornar la Casa del Señor,
las esculturas adquiridas en la lucha y la devastación de las otras naciones.
Así, sobre la fachada, restaurada tantas veces que se hace difícil buscar su
primitivo carácter, se ven unas interesantes esculturas normandas con su característica
rigidez acética.
Al «Claustro
del Silencio» no llega el ruido de la calle. Tiene una desnudez de piedra vieja que le
hace parecerse al claustro de San Marcos en Florencia, y una suntuosidad
rememorativa del de Santo Domingo en Toledo. Guarda todo el encanto de estos
claustros viejos revestidos de un prestigio legendario, que yo gusto de
visitar, porque después de pasear las calles entre monasterios, iglesias y
portadas románicas, las más severas, las más bellas, las que representan el
carácter de la fundación de Portugal, no hay nada como el reposo de este
claustro para hacer entender el espíritu de la ciudad y descifrar sus secretos
misterios en el susurro rumoroso de la fuente, que canta en su fondo con melancolía,
y cuyas aguas toman un valor de aguas bautismales, castalias.
Pero la gran
atracción romántica de Coimbra está en la Quinta de las Lágrimas, donde se
recuerda siempre, con una impresión depresente, la historia de la desventurada
esposa de Pedro I, asesinado en estos jardines.
Inés de
Castro, la de las bellas trenzas, ha
quedado como una de las grandes figuras femeninas en las que se inspiran la
leyenda y la poesía. Su
celebridad más que a su hermosura y su desdicha, se debe al amor impetuoso,
firme y leal del Rey Don Pedro, que supo amarla después de su muerte. Es la
fidelidad del amante la que coloca a Inés de Castro entre las amantes célebres
como Isabel y Julieta. .Si el Rey la hubiera olvidado, su historia hubiera
sido una historia vulgar.
Merced a aquel
gran amor que supo inspirar y compartir la figura de Inés de Castro, se
aparece en estos bosques de la Quinta de
las lágrimas y se comprenden todo el tormento, toda la angustia y toda la
desesperación de ese alma enamorada entre la placidez, la calma y la poesía
que parecen favorables a la exaltación de los amantes. Sin embargo, Inés de
Castro fué dichosa; su vida breve terminó con toda la ilusión de su delirio,
de su confianza, de sus ensueños.
Se ve aquí una
pequeña corriente de agua que va del jardín al castillo, y donde los conjurados
retenían a su amante; y esa corriente de agua era agua viva, mensajera de amor,
que llevaba las tierras misivas escritas con sangre. Aquí, cerca de esa corriente
de agua pura cayó Inés bajo el puñal del asesino, y la tradición dice que las
manchas obscuras que hay en la piedra son de su sangre inocente, que no se ha
podido borrar.
El triunfo de
Don Pedro fue tardío para sus amores. En su desesperación escribió la página
más romántica de todos los amores, haciendo coronar a su esposa muerta. Bajo su
mirada se esculpió la estatua de ella que está, desfigurada y borrosa, sobre su
sepulcro en el monasterio de Santa María de Alcobaca, donde reposan los dos,
colocados de «modo—reza la crónica—que al despertarse el día del Juicio su
primera mirada sea una mirada de amor».
El ambiente de
Coimbra no ha sido propicio a las preclaras mujeres. Aquí, donde reposan las
cenizas de la reina
Santa Isabel, murió también la infeliz doña Juana la
Beltraneja, jurada heredera del trono de Castilla, y víctima de pasiones ambiciosas
que no respetaron su corazón ni el honor de los suyos. Aquí sufrió el martirio
doña María Téllez, por orden de su hermana Leonor, elevada al trono por el
amor de un rey, y con cuya figura ha compuesto Marcelino Mezquita uno de los
dramas históricos más interesantes. Está Coimbra llena de recuerdos de
mujeres célebres y de tradiciones románticas, pero ninguna conmueve tanto como
esa historia de amor desventurado, que recordada al lado de la Fuente de los
Amores hace experimentar ese escalofrío de pavor que se siente ante todo lo
irremediable.
La poesía del
lugar cautiva, y creemos que es esta la misma agua mensajera de amor, y no
aquella que hace tantos siglos fue a perderse en el mar. Son los mismos
árboles, las mismas piedras, las mismas plantas, para nuestro sentimiento. Es
un milagro del amor borrar así la distancia de los siglos y aproximar a
nosotros las figuras. Hay, indudablemente, una vida eternal para los que
supieron apartar sus corazones de la vulgaridad y conquistar un puesto en el
cielo de los amantes fieles.
No hay comentarios:
Publicar un comentario