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C’est la guerre
E. E. Cummings
fue acusado de traición sin motivo aparente y encarcelado durante cerca de tres
años en la prisión normanda de La Ferté Macé. Una vez de vuelta en su casa, el
poeta construyó una crónica de sus días en aquella habitación enorme, y escribió sobre la
experiencia vivida durante la
Gran Guerra que, precisamente, tituló La habitación enorme, publicada originariamente en 1922, y que
ahora edita, Nocturna Ediciones, traducida por Juan Antonio Santos Ramírez.
El libro,
escrito en plena eclosión de las vanguardias, se convertiría muy pronto en un
objeto de culto. Aunque tiene la estructura de una novela, es en realidad una
crónica de su estancia en la prisión francesa, que el autor narra en primera
persona, deja ver con toda claridad que es un relato autobiográfico, y pronto
empieza a incorporar al texto a todos los personajes que conviven con él en esa
horrible y enorme estancia, y no solo hará recuento de los presos sino que los
carceleros se incorporan a la nómina de una singular galería humana. Cummings
los va presentando uno tras otro y, de alguna manera, los obliga a sobrevivir
juntos en un ejercicio literario que opera como si se tratara de una auténtica ficción.
El relato es, como cabría imaginar, de una sordidez, de una crudeza y de una
desolación estremecedoras tanto por el absurdo de la situación en sí, un campo
de prisioneros donde se encuentran gentes de todas las nacionalidades, que
aguardan el fin de la guerra, y no precisamente para averiguar cuál su destino,
sino la acusación concreta que existe contra ellos y el grado de la pena que se
les impondrá. Sobresalen a lo largo del texto las condiciones en que se ven
obligados a sobrevivir, un hecho que aproxima al relato de Cummings a una
especie de crónica o documental, una curiosa relación de tipos estrafalarios y
miserables que construyen un concepto de escena dramática más que una novela;
pero lo cierto es que, el norteamericano, elige un modo de contar que da la
vuelta a la crónica y la convierte en una suerte de relato apasionante de
ficción. Una vez instalados en la habitación enorme, la elección de Cummings es
ir progresando en su relato por la vía de lo grotesco del lugar, y sobre todo
de la situación vivida allí, y así se permite el autor poner la distancia
necesaria para contarnos que necesita un narrador, no un documentalista y con
ello convierte el horror que es esa celda y ese campo en un territorio donde
poco a poco van asomando sus personajes, es decir, la galería de nombres que
cohabitan el lugar. El humor es cómplice de lo grotesco, un recurso por donde asoma
la vida y la gente, pero la situación, a medida que avanzamos en su lectura, es
tan grotesca en sí que se nos cuenta un microcosmos con leyes, relaciones,
afectos, odios y, en general, vida propia de unas gentes reducidas a lo
elemental, pero debe entenderse como esa vida que late fuera de la realidad
exterior, del “tiempo” y de la “historia” a la que aunque parezca absurdo,
pertenecen los personajes y deberían ser autosuficientes en medio de todas sus
carencias; y, a todo esto, en la realidad del tiempo y de la historia se está
llevando a cabo la más inútil y dañina de las guerras: una guerra de posiciones
y trinchera que sólo causa exterminio sin beneficio para ninguno de los dos
bandos.
La situación,
descrita por Cummings, es el relato de la vida en ese microcosmos del horror poblado
de seres humanos cuya importancia y calidades muestra espléndidamente el autor;
quizá porque Cummings fuerza la escritura a tenor de la situación, ha siso
capaz de crear un lenguaje que prescinde y modifica a su antojo la puntuación y
que está constantemente salpicado de frases y expresiones francesas
perfectamente trabadas con el inglés original (en el caso de la presente
traducción, con el español), e incluye un selecto argot de prisión que se
traduce en el efecto de una verosimilitud extraordinaria y de una frescura textual
que ayuda a sentir un libro por el que no pasa el tiempo, porque lo que
condiciona y ordena todo es la capacidad selectiva del autor en cuanto a los
elementos significantes de la vida en la cárcel y su instalación en el sentido
global del relato.
La habitación enorme ofrece un verdadero
canto a la dignidad y su aparente dificultad lectora le confiere su cualidad de
obra maestra, porque su dificultad es
solo aparente, es un libro que atrapa al lector muy pronto, y no pierde su interés
en ningún momento, nos dejamos llevar por su dramatismo, nos convence su humor
cáustico que se sustenta sobre las pequeñas cosas que trascienden a los grandes
acontecimientos, puesto que el dolor humano es siempre concreto, cercano y
probatorio. La guerra es solo el fondo sobre el que proyectar la verdadera
esencia del ser humano, traza el arco completo de su fascinante complejidad.
Tras el más noble sacrificio, tras la más inicua maldad o el absurdo
equilibrismo de la apariencia, Cummings busca y encuentra al ser humano, es
decir, su forma de convivir con el tamaño de su circunstancia.
Edward Estlin
Cummings nació el 14 de octubre de 1894 en Cambridge, Massachussets, EE.UU. Su
padre, profesor de sociología y ciencias políticas en la Universidad de Harvard,
le animó enseguida hacia las inclinaciones literarias y poéticas. Estudió
en la Universidad de Harvard, donde, en 1916, se graduó con honores en Inglés y
Estudios Clásicos. Durante el período universitario, siguió cultivando su
pasión por la poesía, analizando los escritos de Gertrude Stein y Ezra Pound.
Algunos de sus poemas se publicaron en el periódico escolar. Los poemas de este
período fueron recogidos en Ocho poetas
en Harvard (1920).
Cuando en 1917
estalla la
Primera Guerra Mundial decidió enrolarse, y un error
administrativo lo obligó a alojarse en París durante cinco semanas, allí
nacería su profundo amor por la capital francesa, a la cual volvería a menudo.
Debido a una serie de cartas que intercambió con su amigo William Slater, en
las que ambos expresaban opiniones contrarias a la guerra, fue detenido y
durante tres meses permaneció en el campo de La Ferté-Mace en Normandía. En
diciembre del mismo año, gracias a la intercesión de su padre, que escribió una
carta al presidente Woodrow Wilson, fue repatriado. Regresó a su casa en el año
nuevo de 1917, pero pronto fue llamado a filas. Cummings relatará la
experiencia de su cautiverio en la
novela La habitación enorme. Prestó servicio en
la duodécima división de Campo Devens hasta noviembre de 1918, y una vez
dispensado del servicio, entre 1921 y 1923 vivió en París, para volver definitivamente
a los Estados Unidos, aunque nunca dejó de viajar, cruzándose en su deambular con
personajes diferentes, como el mismo Pablo Picasso. De su experiencia en la Unión Soviética,
escribiría su novela Eimi (1933).
Su vocación
poética se vería condicionada por un terrible accidente en el que muere su
padre, y el dolor por la gran pérdida le hará comprender que debía centrarse en
las cosas importantes de la vida que se concretaban en el verso. Publicó
durante este tiempo muchas de sus obras, entre ellas: Tulipanes y chimeneas
(1923), Poemas XLI (1926), Árbol de Navidad (1928), No gracias (1935) y Poemas
(1938). Cummings fue un poeta de vanguardia que utilizaba formas tradicionales
como el soneto, aunque sus temas sean clásicos, sus poemas tratan a menudo de
amor, de la relación del hombre con la naturaleza y la conexión entre el
individuo y la masa. La
influencia de los movimientos, dadaísmo y surrealismo, a los que se acercó
durante su vida en París, hicieron nacer en él un cierto rechazo de la
sintaxis tradicional. Al igual que con Ezra Pound, para él la poesía tenia una naturaleza
pictográfica, y en su texto ya sean las letras o los signos de puntuación
adquieren un significado incluso desde el punto de vista rítmico. Su pasión
innovadora por las palabras lo llevó a crear constantemente nuevos nombres,
fundiendo adecuadamente, adverbios, preposiciones y sustantivos comunes. Su
idea de la vitalidad íntima de las letras le daba a las palabras tantos
significados diferentes, aumentados y fortalecidos por frecuentes juegos de
palabras.
Residió desde
1924 en Greenwich Village, que abandonaba solamente para sus muchos viajes.
Desde 1932 vivió una relación amorosa estable con su tercera pareja, la
fotógrafa y modelo Marion Morehouse. Los dos trabajaron juntos con un texto,
Aventura en valor, que contiene fotos de Marion comentadas por Edward. En el
período posterior a la Segunda Guerra Mundial muchos poetas jóvenes encontraron
en Cummings su guía, entonces recibiría una serie de reconocimientos, y en 1952
la Universidad de Harvard le concedió una cátedra como profesor honorario. Pasó
el último período de su vida viajando, llevando a cabo encargos como lector y
reservándose momentos de descanso en su casa de verano de New Hampshire. Murió
a los 67 años el 3 de septiembre 1962 de un ataque al corazón, y en el momento
de su muerte era el segundo poeta americano más leído después de Robert Frost.
LA HABITACIÓN ENORME
E. E.
Cummings
Traducción
de José Antonio Santos Ramírez
Madrid, Nocturna Ediciones, 2019
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