LOS PLIEGUES DE SARAMAGO
No existe mejor literatura, sino aquella
capaz de hablarle al lector, que lo interpela y resulta de lo más hábil para
contar una historia, que se pregunta por la posición y la responsabilidad
moral, o como Fernando Gómez Aguilera afirma en su texto-semblanza, “hurga en
su conciencia, para incomodar, intranquilizar y depositar en el ámbito personal
el desafío de la regeneración: la eventualidad, si bien escéptica, de
encarrilar la alternativa de un mundo más humano”. José Saramago (Azinhaga,
1922-Tías, Lanzarote, 2010) dejó un texto inconcluso en su ordenador, tres
capítulos, además de una copia impresa en una carpeta roja sobre su escritorio,
un total de veintidós folios; y en una apreciación cercana, entusiasta del
narrador luso, estas páginas leídas con la perspectiva que otorga el tiempo, se
convierten en su testamento literario, ofrecen lo más depurado de su prosa,
muestran el sentido del humor y la ironía con que el Nóbel dotaba a toda su
literatura.
En septiembre de 2009, Saramago se sentía
con fuerzas para empezar un nuevo proyecto, y puso en marcha una vieja idea que
rondaba su cabeza, sobre la que jamás había leído línea alguna, la industria
del armamento y el tráfico de armas, y la eterna pregunta de toda una vida sin
resolver, ¿por qué nunca se ha producido una huelga en una fábrica de armas? El
narrador luso buscaba escribir su gran parábola sobre la deshumanización y la
irracionalidad que, de alguna manera, y según su certero juicio, seguían
azotando al mundo y convertían en incierto nuestro destino. En los meses previos a su enfermedad, tras la publicación y
lanzamiento de Caín (2009), recordemos
este libro como un sutil ensayo y su capacidad para modernizar una historia
conocida de un principio a fin, o su mordaz visión de la figura del Creador y de
su criatura; solo entonces, Saramago siente que debe repasar las facetas que
asolan los errores humanos para otorgarle un sentido final a su vida; por eso, Belona S.A. se convierte para él en un
reto primordial, y no contento con su cometido, renombra su nuevo proyecto, Productos Belona S.A, y meses después, en
su inseguridad, y quebrantada su salud, se agudiza aun más su ingenio, Alabardas, alabardas, espingardas,
espingardas (2014); en realidad, es
un epígrafe extraído de una tragicomedia de Gil Vicente, y título definitivo,
que él mismo anotaría, a comienzos de febrero de 2010, pese circunstancias
adversas que no le permitían sentarse mucho frente al ordenador, y darle
continuidad a la novela, aunque en su cabeza persistía la idea de darle
consistencia a la historia porque aun tenía algo que decir.
Para Saramago la idea de la literatura es
la de un arte comprometido y global, capaz de integrar géneros y difuminar las
fronteras entre estos sin caer nunca en el caos más absoluto, pero sobre todo
defiende cada uno de los resquicios de humanidad que desde el origen de los
tiempos alberga el individuo; tal vez por eso, su capacidad fabuladora, y en un
amplio sentido su producción total, narrativa, relato, poesía, teatro, ensayo y
crónica, aúna tanto cualidades líricas como épicas, y no falta en ella la crítica
y la parábola de contenidos, porque desde sus comienzos ha gozado de una
fertilidad imaginativa y temática que hacen de su lectura un continuo
descubrimiento, un conocimiento de la tierra y sus gentes sin cuyo ingrediente
no parece concebible su novelística que, a lo largo de las décadas, ha
resultado tan histórica como contemporánea.
Dos detalles ponen a Saramago en la pista
para componer su novela inacabada, la impresión que le causa la noticia de que
en la guerra civil española una bomba lanzada contra las tropas del Frente
Popular no estallara, y en su interior se encontró un mensaje redactado en
portugués que decía: “Esta bomba no reventará”; un episodio que atribuyó a la
lectura de L´Espoir, la novela de
André Malraux, aunque no pudo concretar que fuera así; además, la referencia de
unos trabajadores de Milán fusilados por haber saboteado obuses, y otros
episodios de delitos armamentísticos que se reproducen en la literatura
española y prensa de la época, un gesto que conmueve a Saramago y se repite por
la geografía española en guerra: Madrid, Jaén, Alicante, Sagunto, Cáceres o
Badajoz, y le aportan el carácter narrativo suficiente, así como el contraste
moral y el objetivo último: su denuncia.
Los personajes del portugués, visible característica,
apenas existen o importan por sí mismos en su obra, se asemejan a títeres a los
que una voluntad superior sujeta a un destino inusitado, y carecen por tanto de
un devenir previo que haya dado lugar a la gestación de una realidad interna
puesta a prueba por la calamidad que, mágicamente, se ha incorporado a sus
vidas; y es así como aparecen esbozados en Alabardas
los protagonistas, Artur Paz Semedo y su esposa Felícia, en realidad, su
contrapunto dramático. No obstante, Saramago se esfuerza por definirlos
ambiguos, y nos induce a ver el mundo de Artur en el que vive una esposa que
representa el conflicto frente a la moral de la venta de armas; y un jefe
diplomático, lejano en el organigrama de la empresa, pero accesible que simula
el puente para que Paz Semedo se enfrente consigo mismo. Unos textos inéditos
acompañan la edición, apuntes que el autor iba haciendo conforme tramaba la
historia, y que nos permiten vislumbrar, sin que tengamos certeza de ello, en
un posterior proceso creativo y en una aproximación de por dónde iba a llevar a
sus personajes.
Las 81 páginas del original, incluye un
texto de Fernando Gómez Aguilera, amigo cercano, que completa la visión final del
portugués, y firma una posible despedida, y Roberto Saviano, periodista
italiano que ha desafiado a los grandes cárteles de la mafia con su literatura;
además, la edición se ilustra con grabados de Günter Grass que acompaña los
pasos de Artur Paz Semedo. El estilo resulta directo, austero y concentrado,
deja a un lado la belleza formal e impone nitidez al barroquismo innato en la
creatividad del gran José Saramago.
José Saramago;
Alabardas. Textos de Roberto Saviano y Fernando Gómez Aguilera; ilustraciones
de Günter Grass; Madrid, Alfaguara, 2014.
No hay comentarios:
Publicar un comentario