OBRAS COMPLETAS DE
RUBÉN DARÍO
La literatura tiende a clasificar
en siglos, movimientos, épocas y generaciones, todas las manifestaciones
literarias que se han venido sucediendo a lo largo de su historia. Sin embargo,
no podemos dejar de reconocer que algunas de estas divisiones ofrecen poca luz
y una menos firme actitud ante el hecho literario en sí. Ha ocurrido, por
ejemplo, con términos como novecentistas,
generación del 14, incluso con la acepción, modernismo cuya
vaguedad es patente y, subrayar, para mayor imprecisión, que tanto en inglés
como en portugués, significan, en ambos idiomas, vanguardia. Cuando el
nicaragüense Rubén Darío publicó Prosas profanas (1896) enseguida se le
identificó con el término modernismo porque sus composiciones equivalían
a un mundo poblado de cisnes, princesas y jardines, esa denominación del arte
por el arte y de evasión de la realidad. La musa modernista se convertía, así,
en la encarnación de la
Belleza. Esta es voluptuosa, sensual pero a la vez fascinate,
enigmática, la esfinge de la decadencia francesa y alemana, la mujer fatal de
los románticos. Fusión, en suma, del Amor, la Belleza, el Saber y la Muerte, como sugirió el
propio Darío. Por supuesto, no se encontró ningún libro que abiertamente se
proclamase deudor o representase a la totalidad del movimiento porque, entre
otras cosas, el modernismo no podría simplificarse cuando no existen
suficientes hipótesis de trabajo, algunas de las cuales, José Emilio Pacheco resume de la siguiente manera:
Los avances científicos sumados a
la explotación de las colonias dan nacimiento a la gran industria que crea el
mercado mundial.
El modernismo es un movimiento,
no un dogma ni una escuela, que se origina en Hispanoamérica y se transmite a
España.
El movimiento tiene dos fuentes y dos etapas: la primera parnasiana, la segunda simbolista y decadente. El parnasianismo ya puede encontrarse en poemas del joven Hugo, y alcanza su mayor difusión con la obra de Gautier. Durante más de una década perviven hasta llegar a la expresión simbolista, pasando por esa expresión modernista de José María Heredia o Guillermo Valencia. En 1884 el simbolismo ya está asentado en la poesía francesa y domina en todos los países occidentales. Con él se vuelve a privilegiar la subjetividad y sus versos se muestran vagos y sugerentes: «busca la música, piensa en el tinte y el matiz, une lo tenue con lo exacto, trata de ser suave no fuerte...», afirma Verlaine. Todos los poemas de Darío después de 1905 son, evidentemente, simbolistas aunque de su mano el modernismo se convertirá en la expresión hispanoamericana de un lenguaje para una cultura planetaria, hasta llegar a poder afirmar que se trata de una transformación de todos los recursos expresivos del idioma, de la prosodia castellana, una estética de la libertad y, sobre todo, la constatación de una modernidad acompañada por todos los cambios que se sucedían en la sociedad, incluidos los inventos que por entonces proliferaron.
El movimiento tiene dos fuentes y dos etapas: la primera parnasiana, la segunda simbolista y decadente. El parnasianismo ya puede encontrarse en poemas del joven Hugo, y alcanza su mayor difusión con la obra de Gautier. Durante más de una década perviven hasta llegar a la expresión simbolista, pasando por esa expresión modernista de José María Heredia o Guillermo Valencia. En 1884 el simbolismo ya está asentado en la poesía francesa y domina en todos los países occidentales. Con él se vuelve a privilegiar la subjetividad y sus versos se muestran vagos y sugerentes: «busca la música, piensa en el tinte y el matiz, une lo tenue con lo exacto, trata de ser suave no fuerte...», afirma Verlaine. Todos los poemas de Darío después de 1905 son, evidentemente, simbolistas aunque de su mano el modernismo se convertirá en la expresión hispanoamericana de un lenguaje para una cultura planetaria, hasta llegar a poder afirmar que se trata de una transformación de todos los recursos expresivos del idioma, de la prosodia castellana, una estética de la libertad y, sobre todo, la constatación de una modernidad acompañada por todos los cambios que se sucedían en la sociedad, incluidos los inventos que por entonces proliferaron.
Los
modernistas y Rubén Darío
A pesar de esa deuda parnasiana,
Julián del Casal, Manuel Gutiérrez Nájera y José Asunción Silva, instauran una
primera exigencia que llevaría a una estilización denotativa en el lenguaje que
se prolongaría desde José Martí a Rubén Darío, es decir, la afirmación del cosmopolitismo,
la musicalidad y las correspondencias artísticas porque en el caso de Martí y
Darío, ilustran una complementariedad y parten de esa conciencia renovadora que
los hace excepcionales; ambos se convierten en la constatación de una
profesionalidad: los viajes y el estudio favorecerán esta actitud, conseguirán
la transformación de una realidad, una conciencia del espacio mental hacia un
futuro, con la percepción del presente y la asunción de un pasado ingrávido.
Tras una lectura global de la poesía de Darío constatamos que muchos años
después sus versos producen el mismo placer y su fuerza y vigencia siguen
presentes.
Tres volúmenes conformarán las Obras
Completas de Rubén Darío, I. Poesía, II. Crónicas y III. Cuentos, crítica
literaria y prosa varia. El primero que acaba de aparecer, en edición de Julio
Ortega, con la colaboración de Nicanor Vélez y un prólogo de José Emilio
Pacheco, recoge en las 1.300 páginas, no sólo sus grandes libros, es decir, la
denominada Obra Mayor, léase, los poemarios completos y actualizados, Azul,
Prosas Profanas y otros poemas, Cantos de vida y esperanza, Canto
errante, Poema del Otoño y otros poemas y Canto a la Argentina y otros poemas,
sino esas obras de transición, como Epístolas
y poemas, Abrojos, Rimas, Canto épico a las glorias de Chile y la obra
dispersa que perteneció a su más estricta juventud: Primeros poemas (1880-1886)
o casi todos los Poemas dispersos (1886-1916).
Los editores de la poesía de
Rubén Darío ordenan el presente volumen siguiendo dos ejes o pautas: el
primero, biológico que incluye su infancia, su adolescencia, su juventud,
madurez y últimos poemas; otro segundo, geográfico que oscila entre los
primeros publicados de Nicaragua a los de Chile, Argentina, París y, sobre
todo, España. Ambos ejes están sustentados en la cronología de su vida porque
en ocasiones no resulta fácil fechar estos libros o poemas. Buena parte de su
obra aparecería en periódicos americanos y una vez publicados volvía a aparecer
en medios editoriales con notables cambios. Ni siquiera Darío pudo establecer
una cronología para el conjunto de sus Obras que iniciaba con Primeras
Notas (1888), en el mismo año que publicaría su asombroso Azul...
Anteriormente, había publicado Epístolas y poemas (1885) y poco después
aparecerían Abrojos (1887) y Rimas (1887), en realidad, los
primeros textos impresos del poeta. Sabemos que en una última lista, antes de
morir, Darío había incluido estos dos libros como parte de Azul... en
esa primera visión de conjunto que pretendía ofrecer de su primer corpus
poético. Los editores han realizado la presente O.C. a partir de las ediciones
que el propio Darío organizó, subrayando que se han eliminado los abundantes
errores y erratas de algunas ediciones críticas anteriores. Darío sigue siendo
un clásico de lo nuevo, leyendo sus versos aún hoy día conmueve esa búsqueda
feliz de lo más bello como si realmente fuera lo más humano. En palabras de
Julio Ortega, «esa estética, tan sensorial como epifánica, tan fresca como
sabia, se despliega desde la sílaba, la acentuación y la prosodia hasta la
sensualidad, levedad y nostalgia de su pasión verbal y su deleite formal.
Parece esta poesía decirnos que el lenguaje es el alma viva del mundo, y que en
su materialidad sensible se ilumina la nostalgia de una plenitud del presente».
Vida
Rubén Darío nació en Metapa, Nicaragua en 1867, de padres
que se separarían cuando él apenas era un niño. Criado por su abuela, fue
llevado más tarde a Managua como niño prodigio. Allí empezaría una carrera como
poeta cuando apenas era un adolescente. Leía poesía francesa y, sobre todo, a
Víctor Hugo. En 1886 visita Santiago de Chile donde publicaría un puñado de
poemas y unos cuentos que titularía Azul (1888), un libro que pronto
llamaría la atención, por ejemplo, al crítico y novelista español Juan Valera.
Su «Canto épico a las glorias de Chile» le proporcionaría fama de poeta cívico
y pronto se daría cuenta de que debía llevar una vida refinada, sofisticada que
sólo podía cultivarse en las grandes ciudades. Pasó cinco años en Buenos Aires
y trabajó en el más importante periódico latinoamericano, La Nación. En 1900
se instaló en París, y en 1907 fue nombrado representante diplomático de
Nicaragua, en Madrid. Durante este tiempo realizó frecuentes viajes entre
América y Europa y ya era el centro de la vida literaria hispánica. Durante
décadas vivió identificado con un mundo que para él terminaría en 1914. Fue
entonces cuando inició una gira pacifista y, poco después, tras una breve
estancia en Mallorca, volvió a Nicaragua y viajó a Brasil, México, Buenos Aires
y casi moribundo en Nueva York fue rescatado por Manuel Estrada Cabrera. Murió
en León el 6 de febrero de 1916, sin llegar a percibir la transformación de
valores que se ofrecían en el crepúsculo de Europa y que implicaban a las
generaciones de poetas más jóvenes.
Tras Azul que conoció una
segunda edición en 1890, publicaría Prosas profanas (1896), del que vio
una segunda edición aumentada en 1901; Cantos de vida y esperanza
(1905), El canto errante (1907), Poema del otoño y otros poemas
(1910) y Canto a la
Argentina (1914). La poesía que aparece en Azul
tiene aún tintes románticos, debe mucho a Víctor Hugo y su tono bebe también
las fuentes del Cantar de los Cantares. Pero en Prosas profanas
Darío evitará establecer paralelos entre el amor y la naturaleza. Se siente
ahora más protegido gracias al arte. Su poesía empieza a tener la consistencia
que le otorgaría la fama universal, es decir, haber expresado sus gustos, sus
tentativas y limitaciones con absoluta fidelidad. Para Darío, el ideal es que
la poesía fuese profética y opinaba que si el modernismo tenía alguna
importancia, era en este aspecto, a la manera de una estela luminosa. Octavio
Paz escribía que «la imaginación de Darío tiende a manifestarse e direcciones
contradictorias y complementarias y de ahí su dinamismo». Darío es importante
por su personalidad, por el alcance continental de sus actividades, por su fama
internacional porque llegó a ser como el catalizador de los elementos
artísticos de su época. También puede considerarse como el primer escritor
profesional de Latinoamérica y gracias a su ejemplo, como señala Jean Franco,
la literatura hispanoamericana desarrolló una preocupación más seria por la
forma y por el lenguaje. Gonzalo
Torrente Ballester, en su Literatura Española
Contemporánea (1966) escribía que «Muchos de los temas poéticos de Rubén,
aquellos, precisamente, manidos por sus seguidores, han perdido hoy interés y
atractivo. Pero en su obra amplia y compleja, son muchos los poemas que
conservan el encanto y la emoción, cuyas audacias aún nos asombran y cuyos
conceptos nos conmueven. Rubén Darío sigue siendo uno de los grandes poetas en
lengua castellana». O como el mismo Borges escribiera: «Todo lo renovó Darío:
la materia, el vocabulario, la métrica, la magia particular de ciertas
palabras, la sensibilidad del poeta y de sus lectores. Su labor no ha cesado ni
cesará».
Las biografías de Ian Gibson, Yo,
Rubén Darío (2002), Blas Matamoro, Rubén Darío (2002) y Julio Ortega
Rubén Darío (2002), no han hecho sino agrandar y confundir la figura y
la obra del poeta nicaragüense, considerado el mejor portavoz de ese diálogo
entre Europa y América, entre lo antiguo y lo moderno, como afirma José Emilio
Pacheco.
No hay comentarios:
Publicar un comentario