LOS TEMPLARIOS EN LA PENÍNSULA IBÉRICA
El presente libro pretende
deslindar la historia del Temple del mito templario porque sólo conociendo bien
la historia se podrá abordar el mito.
Los templarios formaron parte de una
minoría consciente que, a lo largo de sus doscientos años de existencia,
consiguieron jugar esa baza que otorga el poder económico y el guerrero.
Tuvieron una enorme visión de futuro sobre unas monarquías, a veces,
debilitadas por numerosas guerras. La
Orden del Temple nació en Oriente (hacia 1119), creada
conscientemente por militares de occidente que buscaban, en Tierra Santa, las
fuentes de un conocimiento ancestral a través de ese simbolismo críptico que
ofrecen las Sagradas Escrituras. Los templarios creían en esa otra realidad que
nada tiene que ver con el Bien supremo ni con el Mal más abominable.
Diseminados por toda Europa, los que se establecieron en la Península Ibérica
distribuyeron su poder en Aragón, Cataluña, Castilla, Navarra y León. Aunque
ampliaron su influjo en la
Provenza, Bretaña y en tierras de Portugal e Irlanda. En la Península buscaron sin
tregua el saber en los lugares elegidos y lucharon militar y económicamente
para alcanzarlo pero cuando, conscientes de sus hallazgos fueron perdiendo
credibilidad, defendieron sus intereses a costa, incluso, de su seguridad y de
su supervivencia. Calificados de monjes, soldados, místicos, brujos,
diplomáticos, herejes, mártires, banqueros y comerciantes, hace más de
veinticinco años Juan G. Atienza establecía con su libro La meta secreta de
los templarios (1979), de una forma ordenada y consciente, los pormenores
de esa mágica circunstancia que envolvía todas las actuaciones de la Orden, pero sobre todo
pretendía estudiar los enclaves y el por qué de aquellos especiales emplazamientos.
Según el propio Atienza es posible que los templarios contribuyeran, en el
terreno económico y material, a ese gran boom de las catedrales de los
siglos XII y XIII y aunque no existen pruebas directas sobre el asunto, es
seguro que mantuvieron estrechas relaciones con las logias de constructores,
canteros y escultores para transmitirles esa serie de módulos simbólicos que se
reflejarían en la mayoría de los templos de occidente; en realidad, es muy
fácil afirmar hoy que los templarios adquirieron un conocimiento, lo
asimilaron, lo «significaron» y, posteriormente, lo transmitieron. Como otras
órdenes de la época conocían o
tenían razones para intuir una realidad
paranormal en determinados lugares que, desde siglos atrás, se habían hecho
patentes y así lo manifestaron como esa suprarrealidad que provenía en signos
cifrados de toda una sabiduría antigua.
En la historia reciente de España esta
especie de templemanía de finales de los setenta se concretaba en
algunos intentos testimoniales por ofrecer una reducida difusión en el ámbito
universitario, pero el conocimiento de las aventuras de estos caballeros
llegaba a los curiosos a través de una tradición popular y de una saga de
leyendas nacidas sin rigor alguno.
Arte
y arquitectura
La bibliografía, actas y simposios sobre
el tema de temple en estos últimos años ha llevado a los especialistas a
establecer las bases sobre las que asentar toda una auténtica historia sobre el
mito y sus consecuencias, sobre todo las que se derivan de su poder en el mundo
del arte y la arquitectura como vienen a poner de manifiesto Joan Huguet y
Carme Plaza en su monumental estudio Los templarios en la península ibérica (El
Cobre Ediciones, 2005), quizá la mejor guía para conocer la historia y el arte
de la Orden del
Temple en la península ibérica y en la vecina Portugal. Sobre todo el libro
pretende justificar el patrimonio de los templarios y profundizar en las
coronas de Aragón y Castilla donde la huella, en el marco catalán-aragonés fue
mucho influyente, tuvo extensos dominios y se asentó por toda su geografía. En
Castilla los reyes y nobles nunca favorecieron las órdenes internacionales. Se
convierte, también, en una justificación de los innumerables edificios que
durante siglos habían sido catalogados como de la Orden del Temple y que
posteriores investigaciones, de un marcado rigor científico, han llevado a
catalogar. Aunque tanto Huguet como Plaza han pretendido rastrear las huellas
de estos caballeros en Portugal, la falta de una catálogo documentado les ha
llevado a cuantificar exclusivamente las fortalezas conservadas de la Orden en el vecino país.
También se especifica cómo las encomiendas navarras están comprendidas en el
capítulo de la Corona
de Aragón así como las casas del Rosselló pertenecen, hoy, al estado francés.
Una orientación bibliográfica básica sirve para documentar los diferentes
apartados e incluso una amplia selección de libros muestra el nivel de los
temas tratados en el volumen. Los autores sugieren la posibilidad de utilizar
su libro como si de una auténtica guía de viaje se tratara para conocer los
lugares templarios y visitar sus restos.
El rasgo más significativo de la
arquitectura templaria es su carácter, eminentemente, práctico, adaptado a las
necesidades de la Orden
y su integración dentro de la tradición arquitectónica de los países o
geografías donde se manifiesta. El lector rastrea las encomiendas de la Primera Marca en
Cataluña, en Aragón ( Zaragoza, Huesca, Teruel) y los establecimientos del
Temple en Mallorca, Valencia, Navarra, Castilla y León, Murcia, Galicia y las
ciudades extremeñas y andaluzas de Jerez de los Caballeros, Ventoso y casas y
albergues en Sevilla y Córdoba porque la Orden no tuvo encomiendas en Andalucía. El libro
pone de manifiesto cómo los templarios demuestran que la realidad de su
presencia supera con creces la ficción.
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