SILVERIO
LANZA, UN RARO RECUPERADO
La Fundación Central
Hispano edita en dos volúmenes la novela de este singular narrador.
Se
trata de escribir sobre esos escritores calificados por Andrés Trapiello de un
poco inútiles, pero muy pintorescos porque formaron parte de una muy genuina y
honrada locura de la bohemia de principios de siglo, de los que ahora,
transcurrido el XX, se puede hablar, es más, escribir con la suerte de acertar
en algunos ditirambos que fueron dignos de las páginas de la revista Prometeo,
de Ramón Gómez de la Serna,
quien publicó algunos de los textos de este excéntrico que fue Silverio Lanza,
lo visitaba en Getafe, a donde se había retirado el escritor, y de quien llegó
a escribir una especie de biografía. En realidad, Silverio Lanza fue esa clase
de autor calificado de raro que, en su vida y en sus obras, mostró siempre un
radical individualismo y una oposición violenta a cualquier forma de pensar. En
su producción novelesca mezcló, de una manera consciente, las técnicas
narrativas del realismo y el noventaiochismo, además del convencional
detallismo folletinesco de finales del siglo pasado. Autor de ocho novelas
publicadas entre 1883 y 1909 que ahora aparecen en una excelente edición, en
dos volúmenes, por la
Fundación Central Hispano.
Biografía
Su
verdadero nombre fue Juan Bautista Amorós y Vázquez de Figueroa, nacido en
Madrid en 1856 y muerto en Getafe en 1912, lugar a donde se había retirado
voluntariamente. De su vida, en general, se conoce poco y las cosas que se
saben de él parecen, en alguna medida, inciertas. De su etapa de marino, si es
que lo fue, se sabe aún menos y parece ser que dejó este oficio para casarse e
instalarse en Getafe, un hecho que nadie en su sano juicio por aquel entonces
hubiera hecho jamás. Esto ocurría en 1885, recién casado con Justa Bárbara
Sala, una mujer quince años mayor que él. Se desvinculó de todo y de todas sus
amistades, pero sin embargo algunos han llegado a escribir que fue un hombre
extraordinario, precursor de las ideas de los hombres del novecientos. Fue
visitado por los Baroja, Pío y Ricardo, el pintor, que escribiría más tarde una
semblanza en su obra Gente del 98 (1952) y a quien certeramente califica
de «hombre extraño (...) pero escritor de originalidad admirable
(...) Era cuando lo conocí moreno, barbudo, corpulento, de estatura
mediana. Vestía siempre de negro y muchas veces de gran levita y sombrero de
copa. Sobre el chaleco, bombeado por el estómago, una cadena de oro cruzaba de
un bolsillo al otro. Dos o tres veces al mes aparecía de noche en el café.
Nunca por la tarde». El autor madrileño ya había publicado unos cuantos
libros, dos o tres novelas y dos o tres colecciones de cuentos. Practicó
siempre una literatura efectista, invertebrada, impresionista que recuerda las
técnicas cinematográficas entonces en boga.
Su
padre, don Narciso Amorós y Folch de Cardona, había llegado a ser brigadier en
el Ejército y participó en la primera guerra carlista después de haber ejercido
como gobernador en Ceuta y Peñíscola. Juan Bautista se vio obligado a
inventarse una vocación marinera que no tenía y para la que le faltaron
aptitudes, sin embargo ingreso en una escuela naval pero las sucesivas
enfermedades que minaban su cuerpo, le obligaron a licenciarse y dar lugar a
falsificar una biografía que incluyó toda una serie de galones y botones
dorados. Todo este capítulo de su vida quedó plasmado en Desde la quilla
hasta el tope (1891), una especie de memorias apócrifas en las que su
trasunto heterónimo, Silverio Lanza, asciende de guarda marina a almirante. Ramón
Gómez de la Serna
incluyó algunos de sus escritos en la revista Prometeo, ese espacio de
textos entremezclados, desde artículos políticos y anticlericales, pasando por
las «delirantes» y «complejas» prosas y soliloquios teatrales, hasta
incipientes novelas cortas, propias, y de sus contemporáneos. La publicación se
iniciaba en noviembre de 1908 en 1912, siendo el saldo total de XXXVIII números. Silverio Lanza colaboró en los
de marzo de 1909, con los textos, «De socioscopía. El estímulo», número XII de
1909, con «Autobiografía», número XV de 1910, con «Extracto del Evangelio de
Ramón Gómez de la Serna»,
el número XVI de 1910, con «Diálogos triviales», el número XVIII de 1910, con
«Un conflicto», el número XXX de 1911, con «Nuevos revolucionarios» y el número
XXXIII de 1911, con «El hambre y el miedo». El autor de las greguerías visitó,
entre 1909 y 1912, asiduamente, a Silverio Lanza en su casona de Getafe y
departía con él, en muy largas conversaciones, acerca de aquello que a ambos
les gustaba pontificar, convirtiendo su plática en irreverentes monólogos que nunca fueron
desentrañados en sus posteriores obras por ninguno de los dos.
Fue
siempre un hombre admirado por los literatos más jóvenes que vieron en él a esa
leyenda que había retratado las lacras de una falsa Restauración y de una no
menos engañosa Regencia, cuestiones que le había llevado a la cárcel, aunque
parece ser que el motivo fuera por ese libelo que tituló Ni en la vida ni en
la muerte y que una señora denunció por creerse retratada en él. Pío Baroja llegó a decir de él que, por
encima de todo, era un pensador de una originalidad violenta, de un
independencia huraña y salvaje. Considerado por algunos como el precursor de
las ideas novecentistas, habló en su
literatura de un mundo rarísimo, porque en sus argumentos no hay descripción, ni sentimientos y, sobre
todo, planea la muerte por todos ellos y al final de cada uno el protagonista
suele morir. “La muerte es mi capricho constante—llegó a escribir el
propio Lanza—quizá porque es el único que espero conseguir”.
Ramón
escribiría algunos, años más tarde, una fervorosa semblanza que tituló In
memoriam que serviría de prólogo a las Páginas escogidas e inéditas
del autor madrileño que fueron publicadas en Biblioteca Nueva (1918). Es un
texto que podemos calificar de homenaje doble a un maestro extinguido, pues se
trata de un panegírico que se completa con una especie de etopeya de tono
humorístico en más clásico estilo de las greguerías. En esta especie de
fisonomía-psicológica se pueden leer cosas como:
«Su
frente es una frente estrecha, plana, rectangular que parece una tablilla
anunciadora sin ningún anuncio (...). Su mirada es inolvidable, una mirada de
hombre que ve por entero al hombre, una mirada como si sus ojos fuesen tan
grandes como aquello a lo que mirase (...). Su nariz, era imperante y
bondadosa, gran nariz de barro amazacotado (...). Su boca de labios muy
delgados cuyas comisuras apenas son perceptibles (...). Sus barbas
próceres, puntiagudas aunque anchas; barbas bien pobladas de ironía, de
transigencias, de bondad; barbas llenas de experiencia, entrecanas, nobles, muy
cuidadas (...). Sus orejas eran diminutas como son las del que oye lo sutil,
las del que oye lo que habla en voz baja, las del que oye el silencio (...). Su
cuello era ancho, apoplético como el de Costa, y usaba cuellos cortos y
redondos, tirilla de cura (...). Sus hombros eran anchos como con grandes
hombreras y charreteras de militar antiguo y por tanto eso quiere decir que su
pecho era ancho, como atorado de dignidad (...). Sus manos eran limpias,
perfectamente limpias, manos de doctor que al cabo del día se ha lavado muchas
veces en aguas templadas y con jabones de olor y se ha secado en numerosas
toallas limpias (...)
Su obra
En
1880 entrega a la imprenta un volumen de cuentos que tituló El año triste
y en el que desarrolla una festividad señalada del año. En realidad, se trata
de una serie de apólogos sobre el talante de una España prisionera de sus
caciques. Resultó, como era de esperar, un profundo fracaso, pero le dio vuelos
al heterónimo Silverio Lanza a lanzarse al mundo de la escritura y proyectar
para unos años más tarde una novela que tituló Mala cuna y mala fosa
(1883), la historia de Juana en cuya genealogía confluyen todos los vicios
conocidos en el momento. El tremendismo, aún no inventado literariamente,
campea por el relato para contar la crónica de una degradación, la de esta
joven que de criada pasa a ser prostituta para terminar en un hospital de
tuberculosos y desde ultratumba pretender rescatar a su amante. Luis S.
Granjel, autor de varios trabajos sobre el excéntrico novelista, habla «del
modo casi cinematográfico de presentar la compleja trama». Cuentecitos sin
importancia se publican en 1888, un nuevo ataque a los caciques y a sus
propiedades. Muy curioso es el texto que publicará al año siguiente y que
tituló, Noticias biográficas acerca del Excmo. Sr. Marqués del Mantillo,
una parábola sobre la moralidad de los políticos de su época. Se trata de un
collage de fragmentos de discursos, debates parlamentarios, un retrato del
Marqués y hasta una Carta al Papa.
No
menos irreverencias y chocarrerías—en palabras de Juan Manuel de Prada—contiene
su siguiente libro, Ni en la vida ni en la muerte (1890), su novela más
incendiaria, un auténtico escarnio al dogma y la religión cristiana, además de
ofensivas injurias al clero y la magistratura. Transcurre la acción de la
novela en un pueblo, cuyo gobierno se disputan los funcionarios de justicia,
los sacerdotes y los caciques. Dos nuevos libros de relatos, Cuentos
políticos (1890) y Para mis amigos (1892), ambos en medio de esa
especie de biografía que hemos adelantado en líneas anteriores, Desde la
quilla hasta el tope (1891), el relato de su frustrada adolescencia. En
1893 aparece Artuña, la suma de las obsesiones lancistas, su cosmogonía,
sus continuos enojos para narrar una historia de amor en el más preclaro estilo
folletinesco.
En
mayo de 1896 fallece su esposa Justa y paradójicamente cae en una profunda
depresión que tratarán de amortiguar, primero Luis Ruiz Contreras y más tarde
los amigos Azorín y Baroja. En 1903 reincide en el matrimonio casándose con
Vicenta Anastasia Tallaeche, quien tampoco le dará el hijo deseado por el
escritor. En 1907 publica La rendición de Santiago, su segunda mejor
novela, en la que vuelve de nuevo a arremeter contra los estamentos sociales,
tales como la policía, los políticos, los socialistas, la prensa, el ejército,
los caciques y el clero. La última novela publicada en vida por Lanza será la
única que no sufragó de su bolsillo y que tituló, originariamente, como La
vermicracia (gobierno de los gusanos), pero su inclusión en la revista Los
contemporáneos que capitaneaba Eduardo Zamacois, motivó que cambiara el
título por el de Los gusanos. Poco después escribiría una nueva novela
que Gómez de la Serna
publicaría en La
Novela Corta. En Medicina rústica se cuenta la
kafkiana historia de un alter ego de Lanza que suplanta a un amigo, médico
rural, para que éste pueda casarse con el hija del alcalde. El problema es que
el sustituto no tiene ningún conocimiento sobre Medicina.
Como
su vida, la muerte le sobrevino por desaforado y su corazón dejó de bombear a
un pesado cuerpo una mañana de abril de 1912. A su entierro, pobre, asistieron su
hermano Narciso y su viuda. También lo acompañó Ramón que escribió una crónica
para La Tribuna,
hablando sobre aquel desangelado sepelio.
Los
dos volúmenes, con un prólogo-introducción de Juan Manuel de Prada, que ahora
actualizan, de alguna manera, la obra de este raro, incluyen las novelas Artuña
(1893) y La rendición de Santiago (1907), en el primero y Mala cuna y
mala fosa (1883), Noticias biográficas acerca del excelentísimo señor
marqués de Mantillo (1889), Ni en la vida ni en la muerte (1890), Desde
la quilla hasta el tope (1891), Los gusanos (1909) y Medicina
rústica (1918), obra póstuma, publicada por Ramón Gómez de la Serna, todos en el segundo
volumen. Lanza se muestra en su narrativa como un cristiano viejo que sigue
reclamando un país con honra y, quizá por ello, ningún sector de la sociedad
que le tocó vivir se escapa a sus furibundos ataques, la política, la
judicatura, los militares o los caciques, en general entremezclados en una alegórica conciencia
que él convierte en literatura, trasnochada, pero literatura en definitiva. Sus
ideas, sin embargo, son las de un hombre práctico de corte universal basadas en
las ventajas de la higiene, la alimentación sana y un cierto epicureísmo.
Una
bibliografía de su producción, las reediciones a lo largo del siglo XX y un
somero recuento de la crítica sobre este singular autor, actualizan este
curioso de la literatura española que, acertadamente, edita en su colección
«Obra Fundamental» la
Fundación Central Hispano.
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