LA SÓRDIDA
REALIDAD DE LA NOVELA NEGRA
Durante el pasado siglo XX se cuestionaba
si ciertos libros formaban parte de esos posibles límites que establece lo
literario/ no-literario cuando se abarcaba el concepto de novela policíaca/
criminal; se habla de la validez de estas historias, o la autoría de la mismas,
aunque procedan de una tradición que arranca del XIX, con consagrados clásicos
en el género. En 1992, un joven estudioso, José R. Valles Calatrava, publicaba La novela criminal española, un ensayo
que apuntaba cuatro clasificaciones: una racionalista,
encabezada por Edgar A. Poe y Agatha Christie, una segunda moralizante, por G.K. Chesterton y Georges Simenon, una positiva que desempeñaría Arthur Conan
Doyle, y la denominada novela/negra/norteamericana,
con sus dos clásicos, Hammett y Chandler. En el libro, se teorizaba sobre la
reconstrucción del género en nuestro país, señalaba sus características o la
censura ejercida durante años y el menosprecio por un género considerado de
kiosco, y justificaba la aparición de colecciones y obras entre el período de 1975 a 1981, en ese proceso
democrático que supuso una libertad absoluta y proliferaron apuestas como
“Novela Negra”, “Etiqueta Negra”, “Crimen & Cía”, “Cosecha Roja” que
reivindicaron a un número cuantioso de autores que habían escrito y empezaban a
cosechar el éxito necesario; se analizaba la obra de algunos clásicos
españoles, Francisco
García Pavón, Manuel Vázquez Montalbán, Juan Madrid y Andreu
Martín.
En esa segunda lectura de novelas de
kiosco a que estaban destinadas las obras de Hammett o Chandler, subyacía la
denuncia de una descomposición moral de la sociedad norteamericana de la época
en que fueron escritas, y en sus historias los detectives, hoy ejemplos de
caracterización, eran tipos duros, solitarios, cínicos, aficionados al alcohol,
desesperanzados de todo que descubrían a los criminales en esas sórdidas
historias, y destapaban toda la podredumbre social, o las mezquindades de un
hombre ruin cuando se abría paso en una sociedad denigrante. El caso de
Dashiell Hammett (Saint Mary´s County, Maryland, 1894- Nueva York, 1961) es el
ejemplo más claro, un hombre sin oportunidades, no pasó de los estudios
primarios, se ganó la vida de formas muy distintas desde los trece años, y de
ellas aprendió las claves para sus futuras novelas. Agente de la Agencia Nacional de Detectives
Pinkerton de Baltimore, origen del futuro FBI, se alistó como voluntario en la
I Guerra Mundial y destinado a Francia,
aunque un brote de tuberculosis frustró sus deseos de seguir en ella; a su
vuelta comenzaron sus problemas con el alcohol que lo acompañarían durante toda
su vida, trabajó en publicidad y enseguida publicaría en la revista Black Mask, donde dio vida a uno de sus
personajes más célebres y conocidos, el agente de la Continental, Sam
Spade. Su prestigio llegaría con sus primeras novelas, Cosecha roja y La maldición
de los Daín, en 1929. Un año después aparece, El halcón maltés, una historia que cuenta como el detective privado
Sam Spade está sentado en su oficina, mirando por la ventana la ciudad de San
Francisco, cuando irrumpe una misteriosa dama, la señorita Ruth Wonderly. La
elegante mujer pretende investigar el paradero de su hermana; el socio de Sam
se ofrece para buscar al hombre, pero es asesinado. Hammett publicó su última
novela en 1934, comenzó una relación amorosa con Lillian Hellman, que duró más
de treinta años, y durante décadas se dedicó, desde el Partido Comunista, al
activismo político.
Muy diferente es la vida de Raymond
Chandler (Chicago, 1988- La
Jolla, California, 1959), aunque ambos coincidieron por su
presencia en la I Guerra
Mundial, coincidieron en algunas publicaciones, se hicieron un nombre en el
mundo del cine, y estuvieron marcados por su adicción al alcohol, además de
consecuentes para denunciar en sus obras la descomposición moral de la sociedad
norteamericana. Chandler tuvo una educación exquisita en Londres, a donde se
trasladó con su madre tras el divorcio de sus padres. Ampliaría estudios en
Francia y Alemania y llegó a trabajar como funcionario del Gobierno británico;
destacaría como periodista en varios medios, el London Daily Express y la Bristol Western Gazette. Cuando en 1912 regresó a
Estados Unidos ya había publicado poemas y un relato, se alistó en la Fuerzas Expedicionarias
Canadienses y luchó en Francia en la I Gran Guerra.
Se casó con una mujer bastante mayor que él, y abandonó sus ocupaciones para
dedicarse a escribir relatos pulp
(historias de terror, policíacas, ciencia-ficción o fantásticas) publicadas en
revistas populares de kiosco, aunque desarrolló un estilo propio y diferente a
otros autores. Su gran novela llegaría muy tarde, cuando el autor contaba 51
años, se trata de El sueño eterno
(1939), donde su conocido detective, Philip Marlowe, rescata de un chantaje a
la hija de un millonario. Casi quince años después publicaría su obra maestra, El largo adiós (1953).
La estela de Hammett y Chandler se
prolongaría durante años en Estados Unidos donde se profesa y cuida la
tradición de novela negra y cuenta con excelentes representantes y seguidores
de la misma: casos de James M. Cain (Anápolis, 1892- Maryland, 1977), autor de El cartero siempre llama dos veces (1940),
o el cronista de la perversión y depravación, lo infame y lo maligno que
encierra el ser humano, un maestro del género, Jim Thompson (Oklahoma, 1906-
California, 1977), con obras como 1.280
almas (1964), Chester Himes (Missouri, 1909- Alicante, 1984), que introdujo
el problema racial en sus novelas, con negros en Harlem; obras suyas, Todos los muertos (1960), El gran sueño del oro (1960) y Un ciego con una pistola (1969); a ellos
hay que añadir, una mujer, imprescindible hoy, Patricia Highsmith (Texas,
1921-Suiza, 1995), cuyos temas recurrentes, la mentira y la culpa, dominan a
sus personajes que se mueven por la lado oscuro de la vida, entre ellos, Tom
Ripley, ocasionalmente un asesino, protagonista de toda una saga. Su primera
novela fue todo un éxito, Extraños en un
tren (1950), adaptada pronto en el cine. Y a la lista, se unen los más
recientes, Walter Mosley, Elmore Leonard, James Ellroy, Michael Connelly o
Dennis Lehane, que merecen otro estudio aparte.
Clásicos
franceses e ingleses
Francia siempre adaptó valores culturales
capaces de desarrollarse en su territorio y crecer. Los maestros
norteamericanos desembarcaron en el país y consiguieron aun más prestigio que
en sus lugares de origen. Eugêne François Vidocq (1775-1857) fue el origen del
todo, salvado de la guillotina, informador de la policía, sugirió la creación
de una brigada, hoy la
Sureté Nacional. Gaston Leroux (París, 1868) conocido por su
novela, El fantasma de la ópera, debe
su fama a su periodista-detective, Rouletabille, una especie de Sherlock
Holmes, aunque bastante más común que el británico. El escritor belga, Georges
Simenon, elevó la novela negra francesa a la altura del resto de producción en
el mundo; la aparición del comisario Maigret alteró las características del
género, supuso un análisis psicológico y el retrato del ambiente donde se
desarrollaban las historias. Un total de 75 fueron las historias protagonizadas
por el famoso comisario. Siguieron las novelas de Léo Malet, Auguste Le Breton,
Frédéric Dard, y actualmente,
Jean-Jacques Reboux, Marc Villard, aunque hoy, la más famosa con numerosos
seguidores en España es, Fred Vargas. La novela policíaca británica se
caracteriza por sus exquisitos modales, una innegable escrupulosidad en la
investigación, escasa violencia, sus detectives son hombres y mujeres de
brillantes cerebros y admirable intuición. Arthur Conan Doyle y Agatha Christie
gozan de una indiscutible fama universal, herederos del legado de Edgar Allan
Poe autor del personaje, Auguste Dupin, protagonista de su celebrada obra, Los crímenes de la calle Morgue. Conan
Doyle empezó muy pronto a publicar y su famoso detective, Sherlock Holmes nació
antes de que cumpliera los treinta años, Estudio
en escarlata (1887). Hoy las cuatro novelas y cincuenta y seis relatos se
siguen editando y está traducido a ochenta y cuatro idiomas, con más de cinco
millones de libros editados anualmente en Reino Unido y Estados Unidos. A Conan
Doyle le siguió en fama de Agatha Christie, y la creación de sus personajes
emblemáticos, Hércules Poirot y Miss Marple. Su primera novela fue rechazada, El misterio caso de Styles (1920), y no
consiguió el éxito esperado, pero al publicarla por entregas en The Weekly Times, se convirtió en un
auténtico best-seller. Christie llegó
a escribir 79 novelas y decenas de historias breves, además de obras de teatro.
En 1930 se creó la London Detection
Club con la intención de ordenar el género y allí acudían autores como Dorothy
Leigh Sayers, Arthur Morrison, G.K. Chesterton, Freeman Wills Croft o el padre
Ronald Knox, la saga ha seguido, años después, con P. D. James, Val McDermid y
la renovación del género encabezada por Ian Rankin.
La invasión
nórdica
Kurt Wallander fue el primer
inspector que se asomó a las librerías españolas de la mano de Henning Mankell
(Estocolmo, 1948), que retrata, de manera magistral, la sociedad de hoy y
denuncia las perversiones y los males de los países europeos más desarrollados,
además de las necesidades y carencias de los lugares más pobres. La serie
Wallander está compuesta por diez títulos, la primera, Asesinos sin rostro (1991) y la última, El hombre inquieto (2009). La suerte de estas novelas ha provocado
todo un aluvión, desde Stieg Larsson, Camilla Läckberg, Asa Larsson, Jo Nesbø,
Mari Jungstedt, Jens Lapidus, Karin Fossum, Leif Davidsen y Peter Hoeg que en
1992 se asomó a nuestras conciencias con Smila
y su especial percepción de la nieve.
Novela negra en
España
En España, el género novela negra, ha
tenido durante las décadas últimas un desarrollo desigual, desde que en la
transición española se difundió en colecciones editoriales que la apartaron de
esa literatura de kiosco, cuando se consideraba como algo menor o de fácil
lectura. Así a las colecciones apuntadas, se constata una novela de corte
policíaco que apunta ciertos estados sociales tras un largo franquismo que
provoca un análisis del fracaso del realismo social. Aunque se aleja de los
planteamientos del género inglés, está más cercano al norteamericano porque
centra su atención en el asesino así como el aspecto social que rodea al crimen.
En estos últimos años no solo podemos hablar de los clásicos, García Pavón,
Vázquez Montalbán, Madrid, o Andreu Martín, sino que también han picoteado en
el género, desde esa doble perspectiva, lo puramente criminal o el uso de la
investigación como medio para plantear el tema, autores como Mendoza, La verdad sobre el caso Savolta (1975),
Millás, Papel mojado (1983), Marsé, Ronda del Guinardó (1984), Puértolas, Queda la noche (1989), y otros como
Chirbes, Martínez Reverte, Jose Luis Muñoz, Muñoz Molina o Pérez Merinero.
La madre de Petra Delicado, Alicia
Giménez Barlett (Almansa, Albacete, 1951), publicó, Ritos de muerte (1996), donde aparece por primera vez la inspectora
y el subinspector Garzón. Después apareció, Días
de perros (1997), Mensajeros en la
oscuridad (1999), Muertos de papel
(2000), Serpientes en el paraíso
(2002), Un barco cargado de arroz (2004), Nido
vacío (2007) y El silencio de los
claustros (2009). El más de los devotos discípulos de Vázquez Montalbán,
Domingo Villar (Vigo, 1971), afirma que es mucho más fácil entender la historia
reciente de España a través de su maestro y la novela negra. Dos novelas,
protagonizadas por el policía, Leo Caldas, Ojos
de agua (2006) y La playa de los
ahogados (2009), relatos con un afiliado sentido del humor, además de un
crudo retrato de las miserias y los secretos humanos de la sociedad gallega.
Francisco González Ledesma (Barcelona, 1927), veterano del género, durante las
dictadura franquista sobrevivió firmando bajo seudónimo novelas de todo tipo y,
aunque reconocido en el extranjero, solo pudo publicar con su nombre las
novelas policíacas tras la instauración de la democracia, Expediente Barcelona (1983), El
pecado o algo parecido (2002), No hay
que morir dos veces (2009), protagonizadas por el inspector Méndez, un tipo
con un instinto especial, que se conoce Barcelona al dedillo y acumula
problemas en su trabajo diario. Y el referente más actual de novela negra es
Lorenzo Silva (Madrid, 1966) que ha popularizado a una pareja de la Guardia Civil, Bevilacqua y
Chamorro que, en cierta medida, representan dos elementos típicos de una
realidad española a través de los cuales el madrileño se permite describir la
sociedad y los problemas de nuestro país en estas últimas décadas ofreciendo un
tipo de investigación criminal muy nacional, poco conocida por el público
lector. La primera aparición de estos personajes, El lejano país de los estanques (1998), y con la siguiente entrega,
El alquimista impaciente (2000), ganó
el prestigioso Nadal. Han seguido, La
niebla y la doncella (2002), Nadie
vale más que otro (2004), La reina
sin espejo (2005) y La estrategia del
agua (2010). Ambos agentes forman parte de la Unidad Central Operativa que
investiga homicidios. Silva les ha otorgado una vida propia, Bevilacqua es divorciado,
padre un hijo y colecciona soldados de plomo de ejércitos derrotados, es
inteligente, sincero y disciplinado; Chamorro es aficionada a la astronomía,
una mujer sensata, tímida y de carácter agrio.
El éxito de este género en España ha
llevado a otros autores a intentar incluirse en el universo de la novela negra,
Marta Sanz, Black, black, black, José
Ángel Mañas, Sospecha, Luis García
Jambrina, El manuscrito de piedra y El manuscrito de nieve, Cristina
Fallarás, Las niñas perdidas, un
género refrendados por la Semana Negra
de Gijón y, últimamente, la
BCNegra de Barcelona, y por el Festival de Novela Negra de
Getafe.
No hay comentarios:
Publicar un comentario