UN MUNDO
ÍNTIMO
Natalia García
Freire (Cuenca, Ecuador, 1991) escribe una novela poética cuyo lirismo queda
enfatizado por una abundancia de símbolos e imágenes que resultan tan
fundamentales como susceptibles en sus interpretaciones más variadas, y ocurre cuando
uno se deja llevar por la magia de las primeras páginas de un texto como, Nuestra piel muerta (2919), y empieza,
de alguna manera, un viaje que, como enseguida descubrimos, se traduce, al
mismo tiempo, en un retorno, en una huida y en una búsqueda, un regreso que se
concreta en un espacio determinado, la casa familiar, en cuyo jardín yace
enterrado el padre de Lucas, el protagonista de esta historia. Todo el
argumento de esta novela se convierte en la huida de un pasado oscuro y,
también, en la búsqueda de un sentido, de una respuesta, y sin duda de la
demanda para llegar a un final liberador.
La narradora
ecuatoriana nos cuenta la llegada de Lucas a la casa familiar de sus ancestros
después de lo que intuimos fuera un abandono forzoso. De este joven
protagonista apenas sabemos nada, no se especifica su edad, los motivos por los
que se fue, o las circunstancias que le han llevado a volver a visitar una casa
que, en apariencia, ya no es suya. Averiguaremos que está ocupada por dos
desconocidos, Felisberto y Eloy, y que su padre está muerto y enterrado en el
jardín de la finca. Y
ahí, en ese jardín abandonado, que un día fue el orgullo de la madre de Lucas,
donde crece la mala hierba y hoy hace las veces de cementerio, da comienzo la
historia.
La narración queda
estructurada como un extenso monólogo que Lucas establece con el padre muerto,
con quién comenta la historia de su familia desde el día aciago en que la
decadencia de la misma comenzó, aunque entonces el protagonista era un niño, y
ahora es consciente de un hecho incuestionable, cuando la memoria ya no
recuerda y deforma cuanto uno no es capaz de rememorar. Una enumeración de sucesos
y reproches que el narrador irá dosificando en breves capítulos con un curioso título,
con saltos en el tiempo para que se mantenga el interés de un lector que quiere
llegar a descubrir esa oscuridad, y en algunos momentos, una auténtica locura,
que envuelve al joven Lucas en gran medida, un mundo subterráneo del que pese a
sus esfuerzos no logrará zafarse.
Una suerte de
bichos de todo tipo, símbolos de la perfección de la Madre Naturaleza,
frente a la imperfección humana, conviven con la tumba del padre, babosas,
arañas, lombrices, hormigas o cochinillas, toda una alegoría que habla de lo
efímero de nuestras acciones en comparación con el ciclo de la vida, que se
alimenta de todos nosotros, y que funciona como una máquina exacta. La
historia, lo que se cuenta en estas páginas, se mueve dentro de esa paradoja que
podemos medir entre lo contextual y lo concreto, incluso entre lo difuso y lo general.
Y se acerca a ese milagro con que concebimos la cordura, solo entonces nos
aproximamos a la enajenación.
Nuestra piel muerta supone una rigurosa compilación
de conocimientos, se adueña de una tradición literaria, asume una
desequilibrada aceptación de riesgos cuando escribe una primera novela, porque
si sintetizamos, García Freire, una periodista que solo había publicado un
cuento, “Noche de fiesta”, y cursado un Máster en la Escuela de Escritores de
Madrid, ha sido capaz de inventar un jardín y nos habla de lo que allí ve, domina
ese territorio sentimental que se desprende de su belleza y acierta con las
palabras para delimitarlo. Símbolos e imágenes como la casa ocupada por
intrusos, el jardín abandonado e invadido por la mala hierba, la vaca muerta
rodeada de moscas en medio del jardín o los insectos, cuevas, sequías y lluvias
que se enumeran en este relato, y nos devuelven a la memoria algunos elementos,
muy renovados, del realismo mágico: la tragedia y el mal, la enfermedad y la muerte,
incluso la locura como elementos básicos de un ambiente opresivo que llevan a
ese narrador hacia percepciones sensoriales que desembocan en una sensación de
violencia que se formará como las nubes de tormenta hasta explotar en un
instante final revelador. García Freire maneja la información, el potencial
lírico de los símbolos e imágenes utilizados para contar una historia perversa
de crímenes emocionales, la recreación de un mundo convertido en algo opresivo
hasta la asfixia porque como en “nuestra piel muerta” siempre ha estado el
abuso de poder, la tiranía patriarcal y el absolutismo emocional.
NUESTRA
PIEL MUERTA
Natalia
García Freire
Madrid, La Navaja Suiza, 2019
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