SONRÍE,
SUEÑA Y HAZ EL AMOR EN LA HABANA
La vocación
social de la novela cubana resulta una absoluta verdad y explica las peculiaridades
que asume el género en el proceso creativo de la isla. La experiencia
narrativa de las últimas décadas revela que la evolución de la narrativa cubana
a lo largo de los siglos XX y XXI entrañaría esa búsqueda que defina un
discurso propio, un paisaje y una ambientación distinta, esa pesquisa
ontológica ante nuevas dimensiones estructurales que diversifique temas y modos
expresivos. El cambio que se iniciaba en 1959 abriría nuevas expectativas a la
evolución de la literatura cubana, un proyecto que transformaría la realidad
socioeconómica, política y ética del país, recuperará esa identidad mutilada
durante décadas por la dictadura de Fulgencio Batista, y anunciaba el
desarrollo de un nuevo proyecto: el modelo revolucionario. Desde los primeros
años de los sesenta, el discurso narrativo afronta el desafío estético que
resulta de la tensión entre una perspectiva innovadora y la adopción de formas
que garanticen la renovación del lenguaje. Uno de los fenómenos de mayor
interés de la segunda mitad de esta década reside en la diversificación que
registra el género, la aparición de nuevos proyectos armónicos que rebasen las
necesidades expresivas nacionales.
La década del
sesenta traerá a la novelística cubana un crecimiento cuantitativo y
modalidades genéricas antes inexistentes, un campo ideotemático que provoca la
exploración desde diversos ángulos que se concreta en el reconocimiento del
paisaje y el hombre, la modelación literaria del perfil psicosocial y cultural
cubano a través de su historia, o se imbrica con la conciencia de identidad adquiridas,
y se correlaciona con el proyecto de transformación de fondo de la sociedad. Será en
los setenta cuando algunas obras conciban su mundo tomando en cuenta las
peculiaridades y contradicciones de la realización práctica del mismo, se
incorporan facetas del presente, el discurso altera su registro, y se produce
una disonancia, entonces la novelística cubana del setenta y del ochenta
muestra tal diversidad de proyecciones que permite vislumbrar una nueva etapa
de cristalizaciones con fondo social y humano, y la reactivación de las formas
como base de todo el proceso. Sin embargo, en los noventa, tras una larga etapa
especial de paz en la isla, se produce un período de crisis económica como
resultado del colapso de la
Unión Soviética en 1991 y el recrudecimiento del embargo
norteamericano desde 1992. La depresión económica fue
especialmente severa a comienzos y mediados de los 90, se definió por
restricciones en hidrocarburos: gasolina, diésel y combustibles, derivados que
Cuba obtenía de sus relaciones económicas con la Unión Soviética. Este
período transformó la sociedad cubana y su economía, y llevó a la isla a
urgentes reformas en la agricultura, disminución en el uso de automóviles, y
obligó a acondicionamientos en la industria, la salud y el racionamiento de
alimentos. Fue una época de innovación y de creatividad para sobrevivir, etapa
en la que el humor se convirtió en el reflejo más fiel de la capacidad de
regeneración de los isleños. La joven Karla Suárez (La Habana, 1969) había
publicado un primer cuento, “Aniversario” en 1994, y una colección de relatos, Espuma, en 1999. Consciente de la
situación de su país convierte el Período Especial en ficción, y ofrece un singular
retrato en Habana año cero. Se trata
de un relato sobre aquellos años de hambruna, devastados por la desesperanza, una
auténtica lección de vida sobre el hecho de buscar lo mejor en cada extraña y
violenta situación que, en esta ocasión, viven los personajes creados por la
narradora habanera.
La sombra de la
depresión cubana nos devuelve aquella memoria ahora cuando la editorial
española, Comba, recupera la
premiada Habana año cero (2019). Cuenta los convulsos
años 90, cuando en la Habana se vivía en una sucesión de minutos que no iban a
ninguna parte, y cinco personajes: dos matemáticos frustrados, un escritor
decadente, una periodista italiana fascinada por el caribe insular y un galán
en declive, cifran sus esperanzas en el hallazgo de un documento histórico que
les puede cambiar la vida. El
documento probaría que el italiano Antonio Meucci confeccionó un prototipo de
teléfono mientras trabajaba en el Gran Teatro Tacón, allá por 1835, años antes
que Graham Bell patentara el invento. Los protagonistas se aferran a situaciones
absurdas, manipulan y destruyen alianzas en función de sus intereses
particulares, y el relato avanza a modo de intriga, la incertidumbre sobre
quién realmente posee el manuscrito levita sobre toda la novela, y sus
personajes articulan una red de subterfugios y pistas falsas que les permitan
ganar ventaja sobre los otros. El interés científico, llevado a un segundo
plano ante la falta de opciones y la necesidad de sobrevivir, desencadenará un
caos donde se constata el malestar de la sociedad, y se destaca la sensación de
estancamiento que se experimenta de forma individual.
La
narradora-protagonista, autonombrada como Julia, incómoda con su trabajo como
profesora en el Instituto Superior Politécnico, define su lugar en la trama así,
“estábamos buscando un papel que alguien había visto. Y ya sé que no tiene
tanta importancia saber quién inventó el teléfono, ni tener un papel que lo
demuestre, pero dame una situación de crisis y te diré de que ilusión vas a
agarrarte”; en realidad, para todos era el año cero. El desosiego de Julia, y
el resto de implicados que se sumarán a esta búsqueda con ribetes tanto de misterio
como de comedia de enredo, es una historia donde la existencia cubana transpira
un aroma y vigor únicos que, a lo largo de sus páginas, se convierte en una
fantasía tropical alegre y brillantemente contada, con escenas de un erotismo
calculado y elegante bajo el calor habanero, mientras los personajes sueñan y
hacen el amor, porque al hilo de la investigación se propicia un triángulo
amoroso entre Ángel, Lorenzo y la narradora, aunque sus sueños queden
desmontados porque el Congreso de los Estados Unidos aprobará una resolución
donde se reconoce a Meucci como el inventor del teléfono, y rotas las
expectativas los personajes volverán a sus rutinas porque los documentos
originales se traducen como la más satírica burla a los ingenuos, y porque
Suárez escenifica una sociedad desgastada donde todos se aferran a lo único que
no cuesta miles de fatigas: sonreír, hacer el amor y soñar. Los hechos se
repiten, de alguna manera, en la Historia reciente, la primera vez como una
tragedia, y la segunda como una inevitable farsa. Pedro M. DOMENE
Karla Suárez, Habana
año cero; Barcelona, Comba, 2019.
No hay comentarios:
Publicar un comentario