Sevilla
Tras unas
treinta horas de ferrocarril, se experimenta una vaga necesidad de estirarse o
de sumergirse; una vez en el hotel, comienza el aseo. En principio, el solo
nombre de Sevilla inspira al viajero un sentimiento de respeto y de admiración.
¡Aquí está esta célebre ciudad, tanto por sus fastos pasados como por su
presente! Apenas deposito mi equipaje mediante algunas monedas de vil metal, me
lanzo hacia un barbero de la capital, con el fin de honrar el famoso recuerdo;
Rossini me domina por entero. Entro en un establecimiento. El dueño daba
vueltas a su sempiterno cigarro, lanza una mirada de desconfianza sobre el
intruso y me recibe con mal talante. Habituado en mis viajes a encontrarme
gente de todo tipo de caracteres y de todos los temperamentos, me siento y
espero. Mi personaje deambula alrededor de mí con el aire de quien quisiera
saber a quién tiene el honor de hablar. Al fin, rompiendo el silencio, me
pregunta: "¿Usted es extranjero? - Sí, señor. -¿Usted es francés? - No,
señor."
Hay una pausa
embarazosa en la que el barbero de la Sevilla moderna reflexiona y busca entre
sus recuerdos cuál debe ser la nación a la que pertenece un extranjero que no
es francés. Así que decido liberar a mi locuaz barbero de su duda: "Soy
suizo". Entonces su rostro se ilumina. "Buen país, pueblo sabio,
buenos ayuntamientos." Lo que más sorprende a estas buenas gentes es que
existan países en los que hay buenos gobiernos municipales, prueba evidente de
que es la primera reforma que demandan para ellos. Nuestro barbero sevillano no
se avendría a servir a un conde de Almaviva. Es un excelente republicano que me
cuenta, como si tal cosa, cómo el 4 de enero la población de Sevilla no ha
cedido ante el gobierno porque se temía una trampa. Se podría haber traído a
las tropas, pero esto no se consideró, ya que el movimiento no se tuvo por algo
serio, y se espera que las personas que están en el poder cometan un sacrilegio
contra las libertades para revolverse; mientras tanto se les dejará salir así
del compromiso. Esta perorata es todo el sistema del sur de España, región profundamente
republicana, pero dispuesta a justificar a las personas en el poder. Salí de
casa del barbero, provisto de su afecto como por otra parte lo había tenido del
exdiputado a cortes. Me pidió por favor que volviera a verlo porque quería
presentarme a algunos de sus colegas, republicanos convencidos y partidarios de
Castelar. Estos barberos de Sevilla son todos como éste. Así que habría que
recorrer toda la ciudad, la provincia, para encontrar al alegre Fígaro que tan
bien secundaba el conde de Almaviva. El ferrocarril y la República lo cambian
todo.
Sevilla es una
espléndida ciudad que se extiende a ambas orillas del Guadalquivir. En la
orilla derecha está el barrio de Triana, villa moruna con pequeñas casas de un
piso, blanqueadas con cal, pobladas de familias de estos célebres gitanos de
los que tanto se habla. Su belleza está reconocida y consagrada, y sin embargo
lo único que veo son muchachas amarillentas, mujeres ancianas bastante feas, pero
con ojos de ensueño. Pero aquí, entre estas ruinas moras, al pie de estas
mezquitas con arabescos cargados de años, se desarrolla la vida original de un
pueblo exótico. Las jóvenes tienen el aire entre atrevido y orgulloso,
maldición para el extranjero que se adentra en sus dominios, las navajas están
afiladas y los temperamentos ardientes. Se juega y se canta acompañándose de
la guitarra; en este barrio el gitano es el rey bajo el cielo azul, nadie viene
a estorbarle, y por la noche apenas se escucha a través del Guadalquivir la
voz lastimera del sereno que da las horas. La Sevilla de la margen izquierda
del Guadalquivir es la Sevilla poética, la que da nombre a las historias de
escalas de cuerdas en Don Juan; sus casas son bajas, de uno o dos pisos, adornadas
con balcones y miradores llenos de flores; es aquí donde las sevillanas pasan
el día, flores recién cortadas en el cabello, mirando hacia la calle a los
jóvenes que pasan y que levantan los ojos hacia la novia. El novio es el
hombre de sus pensamientos. Este flirteo dura mucho tiempo, ya que las
sevillanas son orgullosas y sabias, fieles hasta la tumba, y quieren poner a su
amante a prueba. Así que, tras años de este cortejo, la sevillana pasa a
pertenecer a su amante; si el padre y la madre están de acuerdo, el matrimonio
será cosa hecha, si no surgen complicaciones familiares. Y ahora veamos el
aspecto de Sevilla. Todas las casas disponen de un patio en el que borbotea una
fuente, un chorro de agua rodeado de umbelíferas; entrando hacia el interior de
la ciudad encontramos la gran catedral, y un amasijo de las construcciones más
originales del mundo. Desde la torre de la Giralda, planea la vista sobre esta
gran ciudad tan singular y curiosa.
A
través de las Españas; Auguste Meylan; Introducción, traducción y notas de
Máximo Higuera Molero; Madrid, Trifaldi, 2018.
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