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ESAS
FRONTERAS DIFUSAS
La prosa de Irene Gracia (Madrid 1956)
resulta tan hipnótica como original desde sus primeras incursiones en la
narrativa española a comienzos de la década de los 90, y en su ya larga
trayectoria siempre ha sido consciente de lo difícil que le resulta demostrar su
apuesta narrativa con cada entrega. Fiebre
para siempre (1994) fue una primera novela de acertado tono, y cinco años
después Hijas de la noche en llamas
(1999) confirmaría su condición de curiosa narradora, pero sería con Mordake o la condición infame (2001) cuando
alcanzaría sus señas de identidad y experimentó, por primera vez, con el mundo
de lo fantástico para contarnos la historia real de un joven aristócrata
británico que tenía en la parte posterior de su cabeza otra cara, la de una
bella mujer; El coleccionista de almas
perdidas (2006) resulta una obra tan intensa como inquietante, que
protagoniza Anatol Chat, uno de los más memorables fabricantes de autómatas que
pretende preservar el noble arte del relato oral y sus múltiples perspectivas recitando
cuentos en las calles y en las plazas de las ciudades o en las ferias adonde
acude. Irene Gracia ha continuado, durante la última década, entablando un
diálogo con la mejor tradición fantástica europea, y ha publicado, El beso del ángel (2011), un relato
poético que se estiliza hasta llegar a una simbiosis arcaica, trasciende al
clasicismo y se eleva hasta un auténtico fervor místico que explica el concepto
posesivo del mito Adanel, el ángel del amor; El alma de las cosas (2014) donde, una vez más, el factor
prodigioso, el mágico, el sobrehumano e inexplicable, incluso el quimérico
conforma el origen de esta singular novela; Anoche
anduve sobre las aguas, XXII Premio Juan March Cencillo (2014) es una
historia que bebe de las fuentes del milagro bíblico más original, la castidad
femenina y el mito de la virginidad, y Ondina
o la ira del fuego (2017) la historia de Johanna Eunicke, conocida cantante
que interpretó a Ondina en la ópera homónima compuesta por Hoffmann, en 1815,
que Gracia convierte en la crónica de
aquel hito musical y subraya el fatal desenlace que sobrevino tras las primeras
y aclamadas representaciones, causa que tanto Hoffmann como ella quieren
aclarar: la misma noche en que arde el teatro.
Irene Gracia ha sido capaz de volver a
ese concepto fantástico en su nueva novela Las
amantes boreales (2018) y cuenta la historia de dos amigas
adolescentes, Roxana y Fedora, bailarinas en la Escuela Imperial
de Danza, que un día debutan en el Teatro Mariinsky ante el zar y la alta
burguesía, y una vez expulsadas son llevadas a una isla del lago Ladoga, al
internado de Palastnovo, en Valaam, donde vivirán una suerte de descenso a
ciertos infiernos. Jóvenes, hermosas e inocentes, las dos muchachas conviven en
este sórdido lugar ajenas a los peligros que les acechan, retratadas como
rehenes de un destino escrito por otras manos. Gracia se adentra en las
cavernas de la pérdida de la inocencia para contarnos su historia desde diversas
perspectivas, que se alterna con el diario de Fedora, y sitúa la acción en la
Rusia de la pre-Revolución, y mientras las revueltas y la sangre corren por los
campos de batalla en Europa, la alta burguesía rusa disfruta de sus privilegios
envuelta sociedad de lujos y fiestas que desdeña los aires de cambio que traerá
la Revolución de 1917. Entretanto las jóvenes despiertan a una curiosa y no
menos inocente sexualidad, vivirán su particular historia de amor y, por encima
de todo, intentarán sobrevivir a su propio destino.
La narradora madrileña ha conseguido
contarnos su historia con un marcado estilo lírico, elige con acierto las
palabras precisas para describir con nitidez tanto sus personajes como los
paisajes con descripciones certeras y sencillas, y los ambientes donde se
desarrolla la historia, así como las atmósferas apropiadas que imprimen las
sensaciones pertinentes de sus protagonistas y el resto de personajes en cada
momento, incluida la enigmática señora Novgorov, la inocente Inna, o la enigmática Madame,
y de su mano se nos muestra ese interesante y acertado ejercicio de
contextualización con el que permite comprender muchas de las actitudes de la
sociedad de la época, sin tomar partido de unos sucesos que conmovieron al
mundo en lo social, lo político y en lo estético, para contarnos el curioso
descubrimiento del amor de las dos bailarinas que en su tierna adolescencia experimentaron
en las sombras de la noche, tanto el horror como su goce supremo.
Irene Gracia regresa, una vez más, al
pasado en busca de los referentes que siempre han caracterizado su
narrativa, lo onírico, lo fantástico o
el misterio muy en la línea de los relatos del mejor Poe, los folletines
franceses del XIX, las perversiones sexuales de Sade, o las maliciosas
introspecciones sociológicas y psicológicas de la Comedia Sentimental de Flaubert y esa comprensión
que fagocita a cada ser humano como un complejo ser infinitamente variable, y
esto por citar sólo algunos de los espectros que resuenan en la mente del
lector durante la lectura de esta singular novela. Las amantes boreales se convierte así en un texto subyugante, donde
la expresión más explícita tiene tanto poder como lo emocional, y se convierte
en una obra que trasciende a una posible caracterización genérica, abunda en
los aspectos más sinuosos y pérfidos de la personalidad human y confirma, como
nos tenía acostumbrados, el ingenio de su autora.
LAS
AMANTES BOREALES
Irene
Gracia
Madrid,
Siruela, 2018
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