Cádiz
Cádiz es una de
las bellas ciudades de España. Las calles son rectas, limpias, tiradas a
cordel, las casas de una blancura impactante, una refrescante brisa del mar
sopla continuamente en las calles. Una muralla circunda la ciudad formando un
paseo encantador. Desde ese mirador circular puede verse el océano y su
inmensidad, las líneas casi invisibles de la costa de África, y tras de
nosotros, España, de la que
Cádiz es por así decir su extremo. Alrededor de la ciudad hay
baluartes, baterías de cañones, y en el puerto cientos de navíos procedentes de
los confines de los mares, de las colonias de África, Asia y América.
Al entrar en la
ciudad por la estación, seguimos una pequeña colina pintoresca con rocas,
jardines guarnecidos de higueras y palmeras, mientras que por el mar se entra
inmediatamente en una gran plaza al fondo de la cual se encuentra la Casa Consistorial
o el edificio de la municipalidad y en grandes letras, de la muy leal, muy
noble y muy heroica Cádiz. Esta disposición de los españoles a servirse de
palabras rimbombantes es muy curiosa, porque en general el español se ufana muy
poco, es modesto y admira las cualidades de los otros además de quejarse de su
país. Es tal vez una tendencia oficial o gubernamental, porque mientras más
modesto es el soldado más pomposos son los uniformes militares. El soldado
contará con una sencillez sorprendente cualquier hecho de armas al que haya
asistido, mientras que la relación oficial os presentará soldados de seis pies
de altura, transpirando gloria y valentía por todos sus poros, derrotando a un
enemigo veinte veces más numeroso, persiguiéndolo con la espada en los riñones
y provocándole quince muertos y un gran número de heridos. Este gran numero de
heridos forma en las columnas de los periódicos cifras enormes.
Pero volvamos a
"la muy leal, noble y heroica Cádiz", tal vez una ciudad noble y
leal; en cuanto al heroísmo, es un asunto relativo; a juzgar por el número de
revoluciones que los gaditanos han hecho ellos solos, el heroísmo debería
haber nacido en esta antigua ciudad. Cuando se proclamó la república, hubo aquí
una gran alegría; estas buenas gentes se imaginaban, no se sabe muy bien por
qué, que todo iba a cambiar, las huelgas se produjeron de un extremo al otro
de la escala social, limpiabotas, porteadores, marineros, pescadores, cada uno
solo pensó en la alegría y en el placer. La ilusión duró poco, porque con la
república los impuestos no disminuyeron, las cargas públicas aumentaron tal
vez como consecuencia de las complicaciones que asaltaron la nueva forma de
gobierno. Entonces la guardia nacional asignada quiso entregar sus fusiles al
cónsul americano, no queriendo saber nada con ese execrable gobierno
centralizador de Madrid. Estas valientes personas han querido proponer al
cónsul americano que reconociera a Cádiz como una ciudad americana de la Unión,
pero el cónsul que es un hombre ingenioso les ha hecho ver todas las
dificultades de cancillería y otras que rodean la formalidad, así que la idea
ha sido olvidada. Hoy los gaditanos son más prudentes, han organizado gran cantidad
de asociaciones humanitarias, filantrópicas y de asistencia. Todas estas florecientes
asociaciones contribuyen al desarrollo intelectual de la población.
A
través de las Españas; Auguste Meylan; Introducción, traducción y notas de
Máximo Higuera Molero; Madrid, Trifaldi, 2018.
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