Galíndez o la ética de la resistencia
Anagrama
reedita la novela de Vázquez Montalbán, con prólogo de Manuel Vilas
Manuel Vázquez Montalbán iniciaba un
nuevo ciclo narrativo dentro de su producción novelística y propuso una
trilogía sobre la «ética de la resistencia», que inició con El pianista (1985), siguió con Galíndez
(1990) y terminó con Autobiografía del
General Franco (1992). La trilogía pretendía llevar a cabo una reflexión
acerca del papel del intelectual en la sociedad y la postura del escritor frente
a la misma, materia que le preocuparía a lo largo de su vida literaria.
España experimentó, iniciados los
setenta, un cambio, aunque durante esta década, en la que comenzaba su andadura
Vázquez Montalbán, aún persistían los ecos del franquismo, el mundo sufría la
crisis internacional del petróleo y, finalmente, se produjo la muerte del
dictador Francisco Franco. Estos sucesos, unidos al cansancio de una tradición
de casi veinte años, que desde la perspectiva crítica, quedó caracterizada como
literatura social, desembocó narrativamente en tres vertientes diferentes: una
novela experimental, que no tuvo continuación más allá de esta década; otra
bautizada de oportunista, que aprovechó todas las situaciones de vanguardia, es
decir, la transición, el terrorismo, o los cambios sociales; y, por último,
autores que reflejaron la situación con mejor o peor humor en sus textos
narrativos, caso de Manuel Vázquez Montalbán. Y una novela que Antonio Cerrada
Carretero llamó novela referencial frente al concepto experimental propiamente
dicho: novelas que, utilizando las nuevas técnicas narrativas dieron absoluta
prioridad a la historia, a los acontecimientos y a los personajes buscando la verosimilitud. Respecto
a esto, María Dolores de Asís afirma que esa novela española, iniciada en los
setenta y, sobre todo, avanzados los ochenta que hubiera conseguido una nueva
novela española en tiempos de libertad, no dio el esperado renacimiento al
género. Coincide con Umberto Eco en que ha comenzado la posmodernidad en la literatura,
y Cerrada Carretero añade que estas tendencias esgrimidas por María D. de Asís
se muestran tanto en el panorama español como en el europeo, y serían las
siguientes: novela fantástica, histórica, de intriga y de aventuras, poemática,
metaficción, autobiográfica y, por último, la novela de testimonio, crónica o
reportaje.
Galíndez se nutre de estas tendencias:
tiene una base importante de novela negra, con el sello personal que le da el
autor, y es una novela histórica, pero unida, como apunta Sanz Villanueva, al
relato culturalista. Es decir, puede afirmarse que la síntesis y creación
personal de Vázquez Montalbán se basa en la mezcla de estos tres subgéneros y
tendencias de los 80, es decir, una novela policíaca, un relato culturalista y,
finalmente, histórico. Y así podemos calificarla de obra realista que compagina
lo novelesco con lo histórico, aunque se trata de un realismo que implica
desvelar aspectos del entorno que permanecían ocultos e iluminar zonas oscuras
de una realidad siempre compleja. Vázquez Montalbán compaginaría el nivel de la
narración con los ingredientes de la novela negra norteamericana; el autor
ajusta la investigación policíaca que se aplica a crímenes imaginarios de la
novela negra con la investigación histórica aplicada a un verdadero crimen del
pasado y lo representa por medio de la ficción. El escritor recupera y rescata del
olvido la figura histórica del nacionalista vasco Jesús Galíndez Suárez y
reivindica la memoria de alguien que, según él, ha propiciado los cambios históricos,
y con su novela profundiza en la historia española pasada, e indaga por los
senderos de la memoria histórica y el olvido colectivos.
Galíndez,
Manuel Vázquez Montalbán. Prólogo de Manuel Vilas. Anagrama. Barcelona, 2018.
ARGUMENTO
La obra narra los pasos de Muriel
Colbert, investigadora norteamericana, en su búsqueda de explicaciones para su
tesis sobre Jesús de Galíndez, representante del gobierno vasco en el exilio
durante la primera posguerra (hasta la entrada de España en la ONU en 1956),
asesinado y torturado por matones de Trujillo. Esta búsqueda, objetiva y
dirigida hacia un trabajo científico, se convierte en una obsesión para la becaria Muriel. Agentes
gubernamentales norteamericanos reciben la orden de parar la investigación
porque consideran que una nueva revisión del caso podría dañar a figuras de
ideología conservadora en los Estados Unidos (Partido Republicano). Suponen que
Muriel es comunista y trata de publicar en su tesis ideas antiimperialistas, y
esa sospecha viene por la relación que mantiene con su director de tesis, el
profesor Norman Radcliffe, de pasado no muy limpio para los conservadores
estadounidenses. Los agentes, con Robards a la cabeza, persuaden a Radcliffe
con amenazas para que ofrezca a Muriel otra tesis con mayores ayudas
gubernamentales. Consiguen interceptar toda la correspondencia entre él y Muriel,
pero esta se niega a abandonar el proyecto. Muriel está en Madrid recogiendo
informaciones de última hora, mientras al otro lado del Atlántico le tienden
una trampa para conseguir que la tesis no se publique; Muriel viajará a la República Dominicana
y los agentes ponen en su pista a antiguos agentes trujillistas para que le den
informaciones falsas con el propósito de querer ayudarle. La estrategia final
la llevará a cabo Don Voltaire, un excompañero de Galíndez, convertido en
anticomunista fervoroso que intenta disuadirla de su propósito difamando a
Galíndez, pero Muriel no cede, y causa su secuestro. Convencidos de que Muriel
es comunista desoyen su primera declaración, por lo que Muriel confiesa
irónicamente un pasado comunista ficticio. Los agentes norteamericanos dejan
paso a los extrujillistas que torturan y matan a Muriel. Cabría destacar los
interesantes tres capítulos que recrean la vida de Galíndez, desde su secuestro
hasta su muerte. La novela termina con una carta que Ricardo, joven con el que Muriel
había tenido una relación en España, escribe a la hermana de Muriel. En la
carta dice cómo va a seguir los pasos de su desaparición. La carta es
interceptada por la Compañía y llega a manos de Robards y ofrece un final
abierto.
Galíndez ofrece múltiples puntos de
vista, oscila entre la realidad y la ficción que se mezclan para contarnos el
relato, y a Muriel y a Galíndez les concierne la misma perspectiva, el mismo
punto de vista, pero Vázquez Montalbán no recurre a la primera persona cuando
habla la protagonista o el delegado vasco, sino a la segunda persona, y se
supone que existe un yo locutor sin identidad. Los tiempos verbales están en
presente y abundan los monólogos interiores. La elección de Vázquez Montalbán
de la segunda persona para su narrador implica que crea un relato inhabitual en
el que no finge la voz de las víctimas, ni tampoco cuenta desde fuera, o
renuncia a las convenciones de verosimilitud, típicas del género de la novela
histórica tradicional. Se trata de un narrador omnisciente, sabe todo lo que
piensan e imaginan los demás personajes, y, además, abarca todas las
situaciones posibles. Esta fusión de la segunda persona y de la omnisciencia
origina un continuo vaivén entre la voz de Galíndez y la de Muriel, es decir,
entre quien es narrado y quien narra; un ejemplo representativo, la escena de
tortura que sufre Muriel y en un momento dado se diluye la voz de los dos, sin
poder distinguir si la tortura la sufre ella o él. Quizá, estructuralmente,
Galíndez planteaba un problema inicial, lograr dos tiempos históricos
diferentes y dos puntos de vista diferenciados, que Vázquez Montalbán resuelve
hermanando el tono de intimismo y de introspección en el discurso narrativo
tanto del personaje real Galíndez, como de ficción Muriel, utilizando el mismo
procedimiento, y usando la segunda persona. Manuel Vilas, autor del prólogo a
la edición de Galíndez (Anagrama, 2018), afirma «que esta novela es una
advertencia y un recuerdo de que la libertad siempre está amenazada, de que hay
que seguir luchando por la libertad, en cualquier momento de la vida y del
tiempo. Justamente para eso se escribió Galíndez, para recordarnos que una
palabra puede valer toda una vida».
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