Isabel
Abenia
“En Delfos, el centro del mundo griego,
cuyo oráculo predice el futuro, la pequeña Berenice es llevada a la enigmática
vivienda de la sibila”.
Ediciones B publica la última novela de la zaragozana Isabel
Abenia que titula, La última sibila.
Isabel Abenia (Zaragoza,
1969) es licenciada en Derecho y ha cursado estudios de Arte e Historia
Medieval. Ha publicado las novelas, El
alquimista holandés (2008) y Erik, el
godo (2015). Y acaba de entregar a sus lectores, La última sibila (Ediciones B, 2018), que recrea el mundo de Delfos
en el ocaso de la Grecia clásica. La pequeña Berenice
llega a la enigmática vivienda de la sibila para iniciar su aprendizaje. En ese
fascinante lugar, lejos de su madre, convivirá con otras sacerdotisas e irá
adquiriendo conocimientos, no exclusivamente de gramática o de filosofía que
imparte el sabio Plutarco, sino otros tipo mucho más profundo, si cabe: la propia Pitia, la gran
pitonisa, la entrenará para que logre controlar sus emociones e incremente sus
dones adivinatorios, y pueda sobrevivir en un universo femenino lleno de
belleza y sabiduría, aunque también donde abundan las pasiones y las envidia. La
joven se dará cuenta de que, en ese particular escenario, están ocurriendo
hechos de difícil explicación que desembocarán en muertes violentas que junto a
otras hermanas sibilas deberá resolver.
¿De dónde
procede su relación con la literatura histórica?
De la adolescencia. Le
cogí el gusto muy pronto y poco a poco fui enganchándome hasta que llegó a ser
una adicción, destacaría el impacto que tuvieron en mí las obras de Robert
Graves y El nombre de la rosa de Umberto Eco, nunca me he librado de la
influencia de ambos autores y los releo a menudo.
¿Hablamos
de rigor histórico y de ficción narrativa en sus novelas?
Tanto uno como
otra son muy importantes, hay que manejar ambos y encontrar la fórmula para
mezclarlos sin que ninguno de los dos salga perjudicado. Una documentación
rigurosa y un estilo literario cuidado son las claves para lograr una buena obra
histórica, pero no debemos olvidar que la novela es un género de ficción, por
lo tanto hay que desarrollar argumentos entretenidos y plasmar personajes
fuertes y atrayentes para que el lector disfrute aprendiendo. Son muchos los ingredientes
a tener en cuenta y todos pesan por igual.
El alquimista holandés (2008) recrea la figura de El
Bosco, ¿por qué una novela sobre un pintor?
Porque es mi
artista favorito y también soy pintora, o lo fui, ya que ahora la literatura
ocupa todo mi tiempo. Además, se sabe muy poco sobre su vida y eso me estimuló
para investigar más a fondo. Me gustan los retos y hablar de épocas o
personajes que no sean muy recurrentes dentro de la novela histórica. La verdad
es que disfruté muchísimo escribiéndola, documentándome y viajando a su ciudad
natal para recabar información; fue apasionante.
Erik, el godo (2015) ¿quiere ser algo más de ese período
visigótico de Zaragoza?
La atracción
por la época visigoda me viene por lo comentado anteriormente, ya que la alta Edad Media es
un momento de nuestra historia muy poco conocido. En esos siglos, Zaragoza era
una de las ciudades principales del reino y hubo en ella personajes de una
relevancia excepcional, sobre todo a nivel cultural. De nuevo me maravillé con
lo que iba descubriendo y tardé más de tres años en acabar la novela porque no
encontraba forma de terminar con la documentación, quería saber todo lo
sucedido desde mediados del siglo VII a principios del VIII, hasta que decidí
que debía finalizar mi investigación o no acabaría jamás. Creo que no existe
ninguna otra novela que se desarrolle en Zaragoza durante el periodo visigodo.
¿Los saltos en el período histórico para escribir sus
novelas son determinantes para usted?
Mucho, me
resulta imposible escribir sobre la organización social, religiosa o económica
de un momento histórico sin describir su origen, sin hablar del porqué de las
realidades que se viven en una determinada época. Como ya he dicho, las
respuestas a múltiples preguntas se encuentran en el pasado, la causa de las
conductas de una civilización se halla en los tiempos precedentes a ella.
¿Y ahora, La última sibila (2018), recrea el mundo clásico
griego de Delfos?
El mundo
clásico me resulta muy seductor, y puede decirse que la idea de escribir sobre Delfos
concretamente permanecía latente desde hace tiempo. La primera vez que fui a
Roma, cuando era muy joven, me gustó tanto la figura de la sibila de Delfos de
Miguel Ángel en la
Capilla Sixtina que compré un póster de la imagen en la
librería de los Museos Vaticanos, lo enmarqué y lo colgué en mi habitación; llevo
viéndolo más de media vida. Un día comencé a indagar más profundamente el papel
de este personaje en el mundo mediterráneo a través de los siglos y me
sorprendió su importancia. El funcionamiento del oráculo, el protagonismo de la
mujer como sacerdotisa principal y la transición del paganismo al cristianismo
me parecieron temas muy atractivos para crear un argumento novelístico.
La historia de una niña, Berenice, obligada a abrirse
camino en el mundo adulto, ¿rinde culto al mundo hostil de la mujer entonces y
ahora?
Así es, las
mujeres lo hemos tenido siempre muy difícil porque el sistema patriarcal nos ha
mantenido encerradas. El hecho de que unas mujeres, las sibilas, fuesen figuras
tan sobresalientes a nivel religioso y político me llamó poderosamente la atención. Como
siempre había que escarbar en el pasado para encontrar la respuesta, y descubrí
que esta figura consultiva derivaba de las poderosas reinas y sacerdotisas asesoras
de épocas remotas, tiempos de matrilinaje, de un posible matriarcado o de una
mayor relevancia femenina en civilizaciones antiquísimas. Aunque en el siglo II
las mujeres ya han dejado de participar en muchos asuntos civiles, todavía
quedan ciertos resquicios de su pretérita importancia, y el oráculo es uno de
ellos. Berenice es joven e inocente y, como bien dices, tiene que luchar en un
mundo hostil y en un universo claustrofóbico para intentar sobrevivir y
prosperar dentro de la compleja institución en la que la han metido contra su
voluntad.
¿Es quizá su novela más feminista?
Me dicen que
en todas mis novelas destacan los personajes femeninos fuertes y valientes, y no
sé si lo hago conscientemente pero lo cierto es que me gustan las mujeres así. Puede
decirse que La última sibila es una obra feminista porque la mayoría de sus
protagonistas son mujeres, cosa bastante complicada y poco usual en una novela
histórica, y también porque hablo de sus problemas dentro de la sociedad y
plasmo la visión del mundo desde sus ojos.
La última sibila es mucho más, envidias, odios, amor,
intriga, incluso cierto aire de relato negro, ¿por qué?
Las
clasificaciones de las novelas no siempre me parecen apropiadas, la existencia
humana tiene momentos de todo tipo y yo retrato vidas. La última sibila puede,
indudablemente, calificarse de histórica porque su argumento se ubica en una
época concreta, hay personajes reales, y detrás hay mucha documentación que avala
su historicidad; pero también consideré necesario añadir la emoción de la
novela negra, la magia de la novela fantástica o mitológica y las pasiones de
la novela romántica. Cuando escribo no quiero barreras y tampoco puedo limitar
a mis personajes para que se muevan dentro de un solo ámbito, es el conjunto de
sus actos lo que consigue que sean creíbles.
El personaje de Plutarco ofrece esa perfecta relación
entre ficción e Historia, ¿o acaso es un personaje más?
Plutarco tiene
un enorme protagonismo dentro de la obra, es uno de mis filósofos favoritos y una
de las razones de que los hechos de mi novela se desarrollen durante el siglo
II, ya que fue sacerdote de Delfos durante las dos primeras décadas. Quería hablar
de este personaje insigne y tan especial para su tiempo, un hombre con unas
ideas tan avanzadas en cuanto a la mujer, la psicología y la educación, que más
bien parece un habitante de nuestra centuria.
¿La última sibila quiere dejar constancia del final de una
época clásica y el comienzo de una nueva época que avanza?
Sí, las épocas
de cambio son muy interesantes de relatar, y el siglo II fue el momento en que
el Imperio romano comenzó a darse cuenta de que tenía un problema grave con el
cristianismo. La carta de Plinio el Joven, gobernador de Bitinia, al emperador
Trajano es prueba palpable de ello.
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