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ANTONIO PEREIRA, 10 AÑOS DESPUÉS
La literatura de Antonio Pereira (Villafranca
del Bierzo,1923- León, 2009) surge del cotidiano vivir de unos personajes que
cuentan unas experiencias concretas y se convierten en una estampa costumbrista
muy al uso de la narrativa española de los últimos cincuenta años. Los cuentos
de Pereira se pueblan de miradas alrededor que transmiten las situaciones y las
descripciones de más hondura de la narrativa breve castellana, porque el humor
y la ironía que contienen muchos de estos relatos deja paso a planteamientos
mayores, y en ningún momento el lector deberá averiguar el por qué o la razón
de la existencia de estos personajes que se ven seducidos por los imperativos
de la vida, entre otras causas porque las suyas son las aspiraciones y las
sorpresas de gentes sencillas, cuyas experiencias y obsesiones desembocan en
tenues insinuaciones. La prosa precisa se transmuta, como otra de sus
características a señalar, en una propuesta de sencillez sublime, en tanto que
se consigue percibir la realidad de unas vidas a través de una tendencia
realista como la que practicaron los principales autores de la postguerra
española, aunque lejos de esas actitudes patéticas de un humorismo
convencional, porque en el caso del leonés hay que hablar más de un cariñoso
trato de vecindad con sus personajes para tratar algunos otros temas
predilectos del escritor, el mundo del comercio, caso de algunos de sus cuentos
más celebrados “La tienda de Paco Santín”, o “Tío Candela”; otro de los temas
recurrentes en su cuentística es el erotismo, pero un erotismo al que se llega
a través del ingenio y del humor, además del tratamiento de una singular
sutileza cuya máxima expresión se concretiza en variados artificios que le son
sugeridos al lector, como el tono de la voz, las emociones, el lenguaje del
cuerpo o la imaginación hasta llegar a esa sublimación que se requiere para un
tema tan explícito; buenos ejemplos, “Palabras,
palabras para una rusa”, “El caso Tiroleone” o “Las peras de Dios”, y de forma
mucho más explícita, “Visita impía del Gulbenkian”, donde se cuenta la
contemplación de una estatua que en el narrador provoca unos golpes de
imaginación que se entrecruzan con esa otra visión de una visitante y pone de
manifiesto, el poder de la fantasía capaz de cualquier cosa.
Su propuesta narrativa desde Una
ventana a la carretera (1967) parte de un realismo al uso donde la
sencillez de la prosa sólo se ve confundida por esa tendencia del escritor
leonés a los silencios y al arte de la sugerencia que pueden percibirse en muchos de sus relatos. Pero también la ironía
y humor conforman el mundo de este narrador, cuyo segundo libro de relatos, El
ingeniero Balboa y otras historias civiles (1976) supuso la constatación de
un arte narrativo singular, porque en el conjunto de estas narraciones cortas,
cuatro en total, ofrecía ahora una mayor tensión entre los aspectos formales de
su narrativa anterior y donde el mundo mercantil y comercial, proponía mejores
aspectos para ampliar, además, su mundo particular hacia geografías distintas.
También, el dominio de la voz, según ha llegado a manifestar el autor, equilibraba
mejor todo lo que se cuenta en estas historias. Aparece, por primera vez, en
sus cuentos la conciencia de un narrador que ordena y desordena los recuerdos
de un pasado para contrastar los saltos obvios que nos ofrece la memoria.
Pereira, que conoce muy bien el mundo,
sabe que lo imprevisible puede encontrarse en todo lo que nos rodea, en los
grandes acontecimientos y en las pequeñas cosas cotidianas como así lo recogen
algunos de sus cuentos más significativos, “Los brazos de la i griega”
o “El ingeniero Démencour”; el primero dará título a una nueva
colección publicada en 1982. El síndrome de Estocolmo (1988), recoge una
inquietud viajera del escritor o quizá esa firme voluntad de registrar las
impresiones de muchos de los pueblos visitados. Su presencia en el panorama
narrativo en estos últimos años ha sido mucho más constante y así al año
siguiente entregaba Cuentos para lectores cómplices (1989), que viene a
confirmar que para el escritor leonés una buena historia es saber contarla con
intensidad y brevedad. Picassos en el desván (1991) y Las ciudades de
Poniente (1994), colecciones de casi un centenar de cuentos más que redondean
la obra cuentística del narrador berciano para quien el cuento quiere producir
un efecto y sobre todo se muestra como un desafío que lo mantiene inquieto,
inconformista y crítico, en definitiva. Y, después, vendrían, Relatos sin fronteras (1998), Cuentos del Medio Siglo (1999), Cuentos de la Cábila (2000), Cuentos del noroeste mágico (2006), La divisa en la torre (2007) o Todos los cuentos (2012).
Lectores cómplices
Natalia Álvarez Méndez y Ángeles Encinar
editan Antonio Pereira y 23 lectores
cómplices (2019) y seleccionan veintitrés cuentos del maestro y reúnen a
otros tantos narradores contemporáneos que comentan esta variada selección que,
diez años después, pone de manifiesto el dominio que el leonés tenía sobre el
género, y cuyos textos que se caracterizan por su brevedad e intensidad, la
elusión y su intensidad lo convierten en el más absoluto dueño de la palabra.
Álvarez y Encinar convierten este volumen en una esencial perspectiva del autor
de Villafranca del Bierzo a través de una cuidada lista de textos que oscilan
entre sus primeros libros, Una ventana a
la carretera (1967) y los últimos, la colección Todos los
cuentos (2012). Una extensa introducción pone de manifiesto las
características esenciales de la narrativa breve de Pereira, cuya obra someten
a un pormenorizado análisis de las características de buena parte de la obra,
la oralidad y su territorio, el cosmopolitismo, la sensualidad de los textos
del villafranquino, la realidad y la ficción que como señalaba el autor, “lo
primero es tener una historia que contar, sin esto nada”, historias que surgen
de su mundo familiar y conocido. Ambas editoras constatan cómo la personalidad
literaria de Pereira queda al margen de movimientos y de modas y escriben sobre
sus vertientes intertextuales y su metaficción como un recurso relevante de su
cuentística desarrollado a través de sus personajes. La bibliografía completa
del autor, una selección de estudios sobre el autor y la procedencia de los
textos seleccionados completa el estudio de ambas editoras.
Los
23 “lectores cómplices” son Berta Vías Mahou, Soledad Puértolas, Antonio
Gamoneda, José María Merino, Lara Moreno, Eloy Tizón, Pilar Adón, Marina
Mayoral, Cristina Grande, David Roas, Luis Mateo Díez, Hipólito G. Navarro,
Care Santos, Cristina Cerrada, Manuel Longares, Andrés Neuman, Julia Otxoa,
Pedro Ugarte, Pablo Andrés Escapa, Patricia Esteban Erlés, Óscar Esquivias, Ricardo Menéndez
Salmón y Nuria Barros, y cada uno de ellos ha escogido un relato
de Pereira, para comentarlo a su manera que representan, sin duda, lo más
emblemático del narrador, desde Una
ventana en la carretera, sus primeras ficciones (1967), hasta el recuento
de Todos los cuentos (2012), donde los
narradores y poetas contemporáneos perciben esa mirada abierta al mundo, o la
vertiente experimental del autor en algunos de sus cuentos, la importancia del
orden y la integración de las piezas en sus volúmenes publicados, los sobreentendidos
y la elipsis como otra característica del narrador Pereira, el juego de las
ilusiones y el simbolismo de sus mejores relatos, la elegancia del estilo, el
cosmopolitismo conjugado con el amor por el noroeste natal, la melancolía, el
humor, lo sensual y el enfoque insólito, manifiesto en su colección de cuentos,
Picassos en el desván (1991), o la necesidad,
siempre, de ese lector cómplice para desentrañar todo el sentido de sus relatos
tras la literalidad de lo expresado en torno a unos personajes humildes y a
unos hechos aparentemente anodinos; y siempre, el territorio del noroeste, cuna
del filandón. Entre otros, Andrés Neuman, pone de relieve la riqueza de la
estructura de los microrrelatos, donde Pereira trabaja con la ironía y la
sugerencia de contenidos no explícitos que afectarían a la historia, y así
meditar acerca de la inspiración, la escritura y la estética, y subraya uno de
sus grandes motivos narrativos: la nostalgia.
Las
editoras, Natalia Álvarez y Ángeles Encinar, ponen el punto y final invitando a
disfrutar del placer de la lectura de unas historias inolvidables y a
convertirnos en lectores cómplices de ese extraño fabulador que fuera Antonio
Pereira.
Antonio Pereira y 23 lectores
cómplices: Natalia Álvarez Méndez y Ángeles Encinar, eds.; León, Eolas
Ediciones, 2019.
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