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martes, 17 de septiembre de 2019

Antonio Pereira


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                 ANTONIO PEREIRA, 10 AÑOS DESPUÉS



       
        La literatura de Antonio Pereira (Villafranca del Bierzo,1923- León, 2009) surge del cotidiano vivir de unos personajes que cuentan unas experiencias concretas y se convierten en una estampa costumbrista muy al uso de la narrativa española de los últimos cincuenta años. Los cuentos de Pereira se pueblan de miradas alrededor que transmiten las situaciones y las descripciones de más hondura de la narrativa breve castellana, porque el humor y la ironía que contienen muchos de estos relatos deja paso a planteamientos mayores, y en ningún momento el lector deberá averiguar el por qué o la razón de la existencia de estos personajes que se ven seducidos por los imperativos de la vida, entre otras causas porque las suyas son las aspiraciones y las sorpresas de gentes sencillas, cuyas experiencias y obsesiones desembocan en tenues insinuaciones. La prosa precisa se transmuta, como otra de sus características a señalar, en una propuesta de sencillez sublime, en tanto que se consigue percibir la realidad de unas vidas a través de una tendencia realista como la que practicaron los principales autores de la postguerra española, aunque lejos de esas actitudes patéticas de un humorismo convencional, porque en el caso del leonés hay que hablar más de un cariñoso trato de vecindad con sus personajes para tratar algunos otros temas predilectos del escritor, el mundo del comercio, caso de algunos de sus cuentos más celebrados “La tienda de Paco Santín”, o “Tío Candela”; otro de los temas recurrentes en su cuentística es el erotismo, pero un erotismo al que se llega a través del ingenio y del humor, además del tratamiento de una singular sutileza cuya máxima expresión se concretiza en variados artificios que le son sugeridos al lector, como el tono de la voz, las emociones, el lenguaje del cuerpo o la imaginación hasta llegar a esa sublimación que se requiere para un tema tan explícito;  buenos ejemplos, “Palabras, palabras para una rusa”, “El caso Tiroleone” o “Las peras de Dios”, y de forma mucho más explícita, “Visita impía del Gulbenkian”, donde se cuenta la contemplación de una estatua que en el narrador provoca unos golpes de imaginación que se entrecruzan con esa otra visión de una visitante y pone de manifiesto, el poder de la fantasía capaz de cualquier cosa.
        Su propuesta narrativa desde Una ventana a la carretera (1967) parte de un realismo al uso donde la sencillez de la prosa sólo se ve confundida por esa tendencia del escritor leonés a los silencios y al arte de la sugerencia que pueden percibirse en  muchos de sus relatos. Pero también la ironía y humor conforman el mundo de este narrador, cuyo segundo libro de relatos, El ingeniero Balboa y otras historias civiles (1976) supuso la constatación de un arte narrativo singular, porque en el conjunto de estas narraciones cortas, cuatro en total, ofrecía ahora una mayor tensión entre los aspectos formales de su narrativa anterior y donde el mundo mercantil y comercial, proponía mejores aspectos para ampliar, además, su mundo particular hacia geografías distintas. También, el dominio de la voz, según ha llegado a manifestar el autor, equilibraba mejor todo lo que se cuenta en estas historias. Aparece, por primera vez, en sus cuentos la conciencia de un narrador que ordena y desordena los recuerdos de un pasado para contrastar los saltos obvios que nos ofrece la memoria.  
        Pereira, que conoce muy bien el mundo, sabe que lo imprevisible puede encontrarse en todo lo que nos rodea, en los grandes acontecimientos y en las pequeñas cosas cotidianas como así lo recogen algunos de sus cuentos más significativos, Los brazos de la i griega” o El ingeniero Démencour”; el primero dará título a una nueva colección publicada en 1982. El síndrome de Estocolmo (1988), recoge una inquietud viajera del escritor o quizá esa firme voluntad de registrar las impresiones de muchos de los pueblos visitados. Su presencia en el panorama narrativo en estos últimos años ha sido mucho más constante y así al año siguiente entregaba Cuentos para lectores cómplices (1989), que viene a confirmar que para el escritor leonés una buena historia es saber contarla con intensidad y brevedad. Picassos en el desván (1991) y Las ciudades de Poniente (1994), colecciones de casi un centenar de cuentos más que redondean la obra cuentística del narrador berciano para quien el cuento quiere producir un efecto y sobre todo se muestra como un desafío que lo mantiene inquieto, inconformista y crítico, en definitiva. Y, después, vendrían, Relatos sin fronteras (1998), Cuentos del Medio Siglo (1999), Cuentos de la Cábila (2000), Cuentos del noroeste mágico (2006), La divisa en la torre (2007) o Todos los cuentos (2012).

Lectores cómplices

        Natalia Álvarez Méndez y Ángeles Encinar editan Antonio Pereira y 23 lectores cómplices (2019) y seleccionan veintitrés cuentos del maestro y reúnen a otros tantos narradores contemporáneos que comentan esta variada selección que, diez años después, pone de manifiesto el dominio que el leonés tenía sobre el género, y cuyos textos que se caracterizan por su brevedad e intensidad, la elusión y su intensidad lo convierten en el más absoluto dueño de la palabra. Álvarez y Encinar convierten este volumen en una esencial perspectiva del autor de Villafranca del Bierzo a través de una cuidada lista de textos que oscilan entre sus primeros libros, Una ventana a la carretera (1967) y los últimos, la colección Todos los cuentos (2012). Una extensa introducción pone de manifiesto las características esenciales de la narrativa breve de Pereira, cuya obra someten a un pormenorizado análisis de las características de buena parte de la obra, la oralidad y su territorio, el cosmopolitismo, la sensualidad de los textos del villafranquino, la realidad y la ficción que como señalaba el autor, “lo primero es tener una historia que contar, sin esto nada”, historias que surgen de su mundo familiar y conocido. Ambas editoras constatan cómo la personalidad literaria de Pereira queda al margen de movimientos y de modas y escriben sobre sus vertientes intertextuales y su metaficción como un recurso relevante de su cuentística desarrollado a través de sus personajes. La bibliografía completa del autor, una selección de estudios sobre el autor y la procedencia de los textos seleccionados completa el estudio de ambas editoras.
       Los 23 “lectores cómplices” son Berta Vías Mahou, Soledad Puértolas, Antonio Gamoneda, José María Merino, Lara Moreno, Eloy Tizón, Pilar Adón, Marina Mayoral, Cristina Grande, David Roas, Luis Mateo Díez, Hipólito G. Navarro, Care Santos, Cristina Cerrada, Manuel Longares, Andrés Neuman, Julia Otxoa, Pedro Ugarte, Pablo Andrés Escapa, Patricia Esteban Erlés, Óscar Esquivias, Ricardo Menéndez Salmón y Nuria Barros, y cada uno de ellos ha escogido un relato de Pereira, para comentarlo a su manera que representan, sin duda, lo más emblemático del narrador, desde Una ventana en la carretera, sus primeras ficciones (1967), hasta el recuento de Todos los cuentos (2012), donde los narradores y poetas contemporáneos perciben esa mirada abierta al mundo, o la vertiente experimental del autor en algunos de sus cuentos, la importancia del orden y la integración de las piezas en sus volúmenes publicados, los sobreentendidos y la elipsis como otra característica del narrador Pereira, el juego de las ilusiones y el simbolismo de sus mejores relatos, la elegancia del estilo, el cosmopolitismo conjugado con el amor por el noroeste natal, la melancolía, el humor, lo sensual y el enfoque insólito, manifiesto en su colección de cuentos, Picassos en el desván (1991), o la necesidad, siempre, de ese lector cómplice para desentrañar todo el sentido de sus relatos tras la literalidad de lo expresado en torno a unos personajes humildes y a unos hechos aparentemente anodinos; y siempre, el territorio del noroeste, cuna del filandón. Entre otros, Andrés Neuman, pone de relieve la riqueza de la estructura de los microrrelatos, donde Pereira trabaja con la ironía y la sugerencia de contenidos no explícitos que afectarían a la historia, y así meditar acerca de la inspiración, la escritura y la estética, y subraya uno de sus grandes motivos narrativos: la nostalgia.
       Las editoras, Natalia Álvarez y Ángeles Encinar, ponen el punto y final invitando a disfrutar del placer de la lectura de unas historias inolvidables y a convertirnos en lectores cómplices de ese extraño fabulador que fuera Antonio Pereira.






Antonio Pereira y 23 lectores cómplices: Natalia Álvarez Méndez y Ángeles Encinar, eds.; León, Eolas Ediciones, 2019.

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