Liliana Blum acaba de publicar su primera
colección de cuentos, Tristeza de los
cítricos (Páginas de Espuma, 2019).
Liliana Blum (Durango, México, 1974) es autora de las novelas Residuos de espanto (2013), Pandora (2015) y El monstruo pentápodo (2017), y de los
libros de cuentos La maldición de Eva
(2002) Vidas de catálogo
(2007), ¿En qué se nos fue la mañana? (2007), El libro perdido de Heinrich Böll
(2008), Yo sé cuando expira la leche
(2011) y No me pases de largo
(2013). Estudió Literatura Comparada en The University of Kansas. En España
acaba de publicar su primera colección de cuentos, Tristeza de los cítricos
(Páginas de Espuma, 2019).
Permítame una
primera pregunta, ¿qué le lleva a practicar una literatura incómoda?
No
es algo que me proponga hacer, pero sucede. Los temas que me escogen a mí, y no
al revés, son incómodos de alguna manera. Más bien, los temas son temas
simplemente, pero a la gente le incomoda tener que enfrentarse a ellos. En mi
novela El monstruo pentápodo (Tusquets 2017; Bordes 2019), por ejemplo,
hablo de un pedófilo que secuestra una niña de cinco años, con ayuda de su
pareja. El abuso sexual infantil, que se da casi siempre dentro de las
familias, es algo de lo que la mayoría prefiere no hablar o reconocer, ya que
hacerlo implica tomar cierto tipo de acción. Así con los demás temas en mi
obra: para algunos es preferible no enfrentarlos.
¿Estamos
amenazados por una absoluta oscuridad?
Sí.
Existe en los humanos una parte oscura, muy oscura, que puede permanecer
agazapada o emerger con brutalidad, dependiendo de las circunstancias y la
voluntad de cada quien. Al menos en México, en los últimos años, pero en
particular en el 2019 que llegó a ser el año más violento y con más asesinatos
desde la revolución mexicana en 1910, me parece que la oscuridad nos amenaza
todos y cada uno de los días. Se comete un asesinato en México más o menos cada
cinco minutos; se cuentan cuatro feminicidios cada día según las cifras
oficiales, pero ciertas mujeres desaparecen sin dejar rastro. Los ciudadanos
tenemos la sensación de que estamos desamparados; el Estado tiene la ilusión de
que la violencia terminará bajo la política del presidente de “abrazos no
balazos”; y el crimen organizado tiene la certeza de que puede cometer con
absoluta impunidad cualquier delito que le venga en gana. Esta violencia
desbocada no es una idea abstracta: se trata de las acciones de gente con un
abismo oscuro en sus almas.
¿La violencia
acecha nuestras vidas, y por tanto debe denunciarse, también, en literatura?
Personalmente
me parece que no. Al menos no de primera instancia ni como objetivo principal:
no creo que ninguna novela deba de convertirse en un objeto de denuncia o en un
vehículo para transmitir cualquier ideología del autor. Al menos a mí no me
gusta leer este tipo de libros ni tampoco escribirlos. Creo que al escritor le
toca mostrar el mundo tal y como lo ve, que siempre será desde un ángulo único
como nuestras huellas dactilares. Al lector, por su parte, le corresponde mirar
este pedazo de mundo desde aquella perspectiva nueva, y reflexionar, entender,
reaccionar, como mejor pueda. El autor no es nadie para decirle al lector qué
debe pensar, pero sí puede mostrarle una situación particular en la historia
que cuenta. Si hay una denuncia debería ser un efecto secundario de una
historia bien contada y un lector avezado.
¿Escribe usted
sin concesiones?
Intento.
No sé si siempre lo logro, pero lo intento. Es cerrar los ojos y escribir
pensando que nadie me va a leer, que el texto es parte de un diario íntimo. En
el momento en que me detenga a pensar en lo que va a decir mi familia, amigos,
colegas, y lectores, seguramente me auto censuraría. Es imposible darle gusto a
todo mundo, así que solo aspiro a escribir para Liliana y esperar que existan
más personas por allí que lleguen a apreciar o disfrutar lo que escribo.
Los temas que
maneja ¿sirven tanto para sus novelas como para sus cuentos?
Sí,
al menos hasta ahora. Los temas giran en torno a mi cabeza como una nube de
mosquitos en verano. Son mis obsesiones y miedos que emergen en ambos géneros
sin que yo me lo proponga en realidad.
¿La tragedia
humana es íntima y personal?
Sí.
No solo somos el fruto de contextos únicos y personales, sino que percibimos al
mundo de distinta manera e intensidad. Lo que es pasable para unos puede
resultar insoportable para otros. Pocas veces tenemos idea de lo que sucede en
la vida de las demás personas y qué significado tiene para ellas.
Se lo pregunto
porque muchos de los cuentos de Tristeza de los cítricos (2019) exploran ese
camino.
Así
como “cada cabeza es un mundo”, cada infierno es particular. Mis personajes,
como la mayoría de las personas, viven una cotidianidad tan llena de violencia
y tan permanente, que llegan a olvidar que está allí. Es solo cuando se miran
las cicatrices que caen en cuenta de su propia realidad. Relacionarse con el
otro, sea la pareja, el padre, la madre, los hijos, o el amante se antoja una
meta imposible, tanto como establecer una verdadera comunicación. La felicidad,
azarosa y efímera como es, se desvanece en el ambiente de incomprensión y de
violencia soterrada a veces, explícita en otras.
¿Escribir
cuentos le permite a usted tener una mayor heterogeneidad para sus historias?
Solamente
en términos de la anécdota, pero ciertas temáticas son recurrentes en casi
todos mis textos. Ahora que trabajo en una colección de cuentos de corte
fantástico me doy cuenta de que la oscuridad siempre es el trasfondo de mis
historias.
¿Hay mucho de
maldición femenina o feminista en sus cuentos?
La
pregunta me hizo pensar en mi primer libro de cuentos, La maldición de Eva.
Aunque no ha sido algo que me haya propuesto de manera consciente, mis
personajes son casi siempre mujeres (porque es lo que me es más familiar y
cercano) y la vida se ensaña un poco con ellas. Sin que exista una agenda
feminista tras mis historias, siempre he escrito sobre lo que veo, sobre lo que
conozco, y la constante es la adversidad y el sufrimiento que social y
culturalmente se cierne sobre las mujeres, a pesar de todos los avances en
términos de leyes y educación. La tasa de feminicidios en mi país así lo
demuestra en el extremo más crudo; y por supuesto no hay forma de evaluar otro
tipo de violencias que si bien no ponen en juego la vida, sí el mínimo bienestar
que merece un ser humano.
¿Es importante
para usted narrar ciertos momentos del horror?
Siempre
se me complica decidir qué cosas narrar en la historia y qué cosas dejar sin
decir. Lo implícito. En algunos casos el horror es necesario: por ejemplo, en
el cuento “Luz de mi vida, fuego de mis entrañas” sería imposible aludir al
incesto y la pedofilia sin narrarlos. Darle la oportunidad al lector de no ver
el horror, de pasar de largo sin que se vaya nauseabundo después de leer, sería
minimizarlo. Entonces perdería su condición de horror y podría volverse un
elemento más del paisaje. En ciertos casos, como en el ejemplo que doy, es algo
que no me puedo permitir.
Por otra parte,
Lucia, la protagonista de “Conejillo de indias”, realiza una autoagresión en su
propia vida, ¿debemos entenderlo así?
Más
bien, Lucía se equivoca. Erróneamente piensa que tener un amante y un ritual
secreto con él, aminorará el tedio y la infelicidad de su matrimonio. Descubre
que los orgasmos sin un conocimiento profundo de la otra persona, sin un toque
de ternura, no le resuelven los problemas. Por supuesto también está el tema de
la maternidad: los hombres pueden ir y venir, pero una hija es una hija. Al
final Lucía recapitula. La última escena, cuando está cocinando un pastelillo
en forma de cobayo con su hija, para mí significa que no muy lejos en su
futuro, tomará una mejor solución. Es un cuento lleno de esperanza.
Sus personajes,
masculinos y femeninos, de Tristeza de los cítricos ¿viven amenazados en un
mundo violento?
Definitivamente
sí. Pienso en mi país, con récords de violencia jamás antes vistos que se
doblaron solamente en 2019 con la entrada del nuevo gobierno. La amenaza está
allí y uno llega a tomarla como algo natural, pero no lo es. Eso lo descubrí en
mi breve estancia en Madrid: me di cuenta que se puede caminar de noche con una
amiga sin morirse del miedo, tomar un taxi sin temer que te vaya a violar,
asesinar, y tirar en algún terreno baldío. Mis personajes viven en México,
acosados por esta violencia exterior, pero al mismo tiempo, también la ejercen
a diversas escalas.Al final del día, todos somos cómplices y responsables de
este infierno que hemos creado a lo largo de los años.
Sus cuentos
inquietan al lector, ¿quizá para sacar a la luz matices de cuestiones incómodas
que, generalmente, preferimos evitar?
Como
lectora, no me gusta la literatura autocomplaciente y como escritora trato de
que mis lectores no se queden impávidos al terminar mis libros. Que no puedan
dejar el libro en una mesita y luego iniciar una partida de Candy Crush como si
nada. Busco que mis textos sacudan, que obliguen al menos a una pequeña
reflexión después de la lectura. Por supuesto, los temas que más deseamos
evitar son los que nos terminarán sacudiendo con más fuerza. Si bien no se
trata de mover consciencias ni de cambiar al mundo (ojalá fuera esto posible),
sí al menos dejar esta certeza bien plantada: no porque no lo quieras ver esto
va a dejar de existir.
Las historias
que cuenta, de alguna manera, ¿tienden a resumir la historia de la humanidad?
Las
tragedias son genéricas hasta que lo tocan a uno de manera íntima y particular.
No creo que mis historias resuman la historia de la humanidad, pero sí narran
experiencias con las que casi todos nos podemos relacionar porque al final del
día, sucedan en Tampico, o en Durango, o en cualquier otro lugar del mundo, la
esencia humana está allí. Esa imposibilidad de relacionarnos con el otro, la
oscuridad del alma, el hacernos daño, son cosas que estoy segura los primeros
humanos también experimentaron, y lo seguiremos padeciendo hasta el final de
los tiempos. O de nuestra especie.
¿Qué supone para
Liliana Blum publicar un libro como Tristeza de los cítricos en España?
No
sólo una gran alegría sino una gran oportunidad en varios niveles. A pesar de
que muchas editoriales son transnacionales, sucede que los escritores, con
excepción de los best sellers, pocas veces salen de sus propios países.
Es decir, los peruanos sólo se venden en Perú, la mayoría de los mexicanos sólo
se venden en México. Curiosamente, a México nos llegan muchísimos escritores
españoles publicados en estos grandes sellos comerciales, pero a España no
llegamos todos los mexicanos publicados en los mismos sellos, pero que se
venden en el mercado interno. La posibilidad de que alguien pueda leerme fuera
de mi país es genial y que ciertamente no me esperaba. Publicar en Páginas de
Espuma es también un gran honor: su catálogo es tan exquisito, que todavía no
me creo estar junto a escritores no solo importantes, sino excelentes en lo que
hacen, que no siempre es lo mismo. Y no solo eso: Tristeza de los cítricos me
llevó a España, donde no había estado antes, y regresé a México encantada y
enamorada al mismo tiempo. Fue como asomar la cabeza debajo del árbol y ver las
raíces. Un descubrimiento profundo para mí, Liliana Valderrama Blum.
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