Vistas de página en total

miércoles, 20 de mayo de 2020

Juan Villoro


… me gusta
                                UNA VOLUNTAD METAFÍSICA 

  
                   
       El ensayista, cronista y narrador mejicano Carlos Monsiváis realizaba un balance de los cuentistas más representativos del siglo XX en Lo fugitivo permanece. 20 cuentos mexicanos (1989) antología que reunía relatos publicados entre 1934 y 1984 de escritores nacidos en la primera mitad del siglo XX: Juan de la Cabada, José Revueltas, Edmundo Valadés, Ricardo Garibay y el indispensable Carlos Fuentes; incluye a otros de transición, Guillermo Samperio, nacido en 1948, y a un autor de la generación siguiente que había publicado tres libros de cuentos: Juan Villoro (Ciudad de México, 1956), La noche navegable (1980), Albercas (1985) y Tiempo transcurrido (1986). El antólogo menciona a varios autores que destacaban en aquellos años y ubica a Villoro entre sus compañeros de promoción: María Luisa Puga, Agustín Ramos, Alberto Huerta, Ignacio Betancourt, Luis Zapata, Arturo Ramos, Salvador Mendiola, Emiliano Pérez Cruz, Eduardo Medina y David Martín del Campo, entre otros.
       Villoro destacará por sus diferencias frente a los autores que lo han precedido, desde un México más tradicional hasta una sociedad de masas, papel que le corresponde al joven narrador, su visión de ese México ya no depende de los ambientes rurales sino que recrea rasgos culturales urbanos. Significativa la proporción que, con los años, ha alcanzado su obra, rica y variada: cuento, novela, ensayo y tentativas en la narrativa infantil y juvenil. Sus primeros libros recibieron muestras de admiración, anunciaban un acusado tratamiento psicológico en sus personajes, su narrativa breve crea una atmósfera sugestiva, abunda en alusiones y elipsis que conducen a un estilo mesurado que lleva a sus textos a un virtuosismo pleno; singular su voluntaria caracterización por ofrecer individualidades, personajes solitarios que pueblan, con su actitud, un universo muy variado, se mueven en escenarios reconocibles y alternativos, aunque la segunda caracterización, dota con esa voz única relatos que se articulan en un mismo sentido literario: la reflexión, en primera persona, explora cómo hablan en cada momento estos seres inventados. El propio Villoro se niega a buscar la trascendencia a través del acto puro para contar historias; no deben narrarse grandes verdades, ni crear héroes explícitos o implícitos, los personajes son caricaturas de falsos héroes porque los protagonistas de sus historias se enfrentan diariamente al aburrimiento, al fracaso y al vacío.
       Juan Villoro revisa la condición mediática del mundo contemporáneo con una irónica visión, reivindica el espacio lírico como sustrato en el caos histórico; El testigo (2006) y Arrecife (2012) son novelas ambiciosas, pero consciente de que la brevedad del discurso de la novela corta provoca mayor complejidad en el momento de desenvolver la trama de una historia, entregaba Llamadas de Ámsterdam (2007), una nouvelle, o la historia de una pareja que decide crear un país imaginario donde su amor prevalezca; e insistió en su reflexión sobre el desorden del método expositivo y las relaciones amorosas con Conferencia sobre la lluvia (2015) un monólogo o confesión sobre la improvisación.
       La editorial palentina, Menoscuarto, en una propuesta de excelencia narrativa, recupera ambos textos en un volumen, Dos amores perdidos (2019), título que evidencia la consideración de sus protagonistas sobre el fracaso de las relaciones amorosas. La primera novela Llamadas de Ámsterdam cuenta la historia de Juan Jesús y de Nuria, una pareja que en la brevedad de la narración están tan lejos y tan cerca como dos personas pueden estarlo en la experiencia del amor. El protagonista masculino es diseñador, un artista frustrado, un creador incomprendido en quien creyeron dos personas que ya no forman parte de su vida, lo han dejado sin lugar y casi sin identidad. Villoro retrata un hombre débil e inofensivo a quien una ruptura modifica su existencia; su pasividad para aceptar un destino que le da la espalda lo atan a un pasado del que no ha podido salir y a ese concepto de artista que ya no es, y que como se intuye nunca fue. Nuria es la mujer resuelta cuyas decisiones trazan el rumbo de su destino y el de Juan Jesús. Retrato de la mujer que rehace su vida después de la ruptura, le habla desde el otro lado del teléfono lanzándole imágenes y situaciones pasadas de nostalgia, frases que juegan y coquetean con los recuerdos de ambos. Una historia de amor así no deja indiferente a cualquiera, si a medida que avanzamos no supiéramos que Nuria es una víctima, en concreto de Felipe Isidro Benavides, su padre, el hombre que abarca y controla todo en la vida de sus hijas, la figura paternal en un sentido freudiano que determinará el futuro no solo de su hija, sino el de Juan. Y se añade El Tornillo Lascuráin, un enigmático hombre entrometido burdo y burlesco que juega un papel decisivo en el sentido final de la historia de un amor, lugar fértil para la memoria, la nostalgia, y el redescubrimiento. Villoro traza episodios de humor, escribe una narración breve y desenvuelta, y abundan los silencios que, de alguna manera, suple Juan Jesús, su personaje principal. 
       Un conferenciante, un bibliotecario solitario y taciturno al que han encargado una charla, va a hablar sobre la relación entre la poesía amorosa y la lluvia, pero pierde sus apuntes y, una vez frente al público, nervioso, se verá obligado a improvisar. El protagonista no renuncia a la conferencia, transforma su desorden en método expositivo y comienza hablar de sí mismo, y a citar a todos aquellos poetas que iban cambiando sus versos según el clima. En realidad, Conferencia sobre la lluvia es un discurso que entremezcla ese concepto de hablar en público y la propia confesión, se traduce en un monólogo teatral que versa sobre la vida de los libros y las emociones que estos despiertan. La intimidad de la lluvia se transforma en la intimidad del personaje, que va desgranando sus filias y fobias mediante un intermitente goteo. Las palabras, como en cualquier chaparrón, se precipitan sin aparente estructura previa. Estamos, pues, ante un género clásico, la digresión, territorio que acoge como pocos la intemperie.







Juan Villoro, Dos amores perdidos; Palencia, Menoscuarto Ediciones, 2019.

No hay comentarios:

Publicar un comentario