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Una pandemia 25 años después de Ensayo sobre la ceguera
José Saramago
fue, a lo largo de su existencia, un autor crítico con el mundo, inquieto e
insatisfecho con la vida, un hombre que miraba su entorno y lo recreaba en sus vivencias
más cercanas y en su propia literatura, y llegó a afirmar: “No sólo hay
desigualdad en la distribución de la riqueza, no en la satisfacción de las
necesidades básicas. No nos orientamos por un sentido de la racionalidad
íntima. La tierra está rodeada por miles de satélites, podemos tener en casa
cien canales de televisión, pero de qué nos sirve eso en este mundo donde
mueren tantos. Es una neurosis colectiva, la gente ya no sabe lo que le
conviene esencialmente para su
felicidad. Vamos hacia los 500 canales y ¿para qué nos sirve? ”. Para Saramago la idea de la literatura es la de un arte comprometido y
global, capaz de integrar géneros y difuminar las fronteras entre estos sin
caer nunca en el caos más absoluto, pero sobre todo defiende cada uno de los
resquicios de humanidad que desde el origen de los tiempos alberga el
individuo; tal vez por eso, su capacidad de fabulación, y en un amplio sentido
su producción total, narrativa, relato, poesía, teatro, ensayo y crónica, aúna
tanto cualidades líricas como épicas, y no falta en ella la crítica y la
parábola de contenidos, porque desde sus comienzos ha gozado de una fertilidad
imaginativa y temática que hacen de su lectura un continuo descubrimiento, un
conocimiento de la tierra y sus gentes sin cuyo ingrediente no parece
concebible su novelística que, a lo largo de las décadas, ha resultado tan
histórica como contemporánea.
Una pandemia
La novela Ensayo
sobre la ceguera (1995) es
la historia sobre una gran pandemia, una epidemia ocular, que el propio José
Saramago (Azinhaga,
Portugal, 1922-Tías, Lanzarote, 2010) calificaba de “ojodependiente”,
una enfermedad que padece la sociedad moderna, una sociedad sometida a una
ceguera colectiva, donde al hombre se le cataloga como un ente industrial y
comercial con una sola y sesgada posición frente a los avatares de la vida. Se asiste a una
gran peste, a un calificado SIDA óptico que se expande sin piedad, y el relato
se traduce en el retrato colectivo de una sociedad confundida y aturdida que
tuvo “que enfrentarse con lo más
primitivo de la naturaleza humana: la voluntad de sobrevivir a cualquier precio”.
La idea acerca de la formación del hombre queda plasmada en esta obra porque a
través de la novela, Saramago busca confrontar al lector con la realidad, y así
determina su concepción sobre el mundo como una experiencia misma; pero lo
importante, y definitivo, los personajes sufren una transformación tanto
individual como colectiva.
Saramago basa
casi toda su obra en el aspecto emocional de sus personajes, crecerán a través
de una larga y profunda reflexión, el hombre evoluciona primero en su interior
y después se exterioriza en determinadas acciones, como el caso de la
protagonista, la única vidente y esposa del médico, testigo de la hecatombe
urbana. Para el narrador el concepto del amor se afianzará en dos propuestas:
la ética del amor y la
solidaridad. La locura es, para el autor, una metáfora
recurrente y, por consiguiente, lingüísticamente, será fácil encontrar a lo
largo del texto esta palabra repetida; y entre las muchas dimensiones que
podemos evidenciar en la obra, el concepto mismo carece de significado, no se
le encuentra respuesta, no se le atribuye un concepto; en realidad, será
reconocido falsamente como lo desconocido, la razón no importa cuando de amor se
está hablando, y entonces será asociado con la locura.
Las alegorías que
el escritor plantea en Ensayo sobre la
ceguera resuenan hoy más que nunca, cuando el mundo se enfrenta a una
ceguera colectiva, a sus innumerables desaciertos y equivocos; quizá por eso,
Saramago exacerba los aspectos negativos que caracterizan a la humanidad: la
crueldad, la deshumanización y la incomprensión, para luego mostrar que la
solidaridad es la única cura válida a las plagas. Cuando el primer ciego visita
a un oftalmólogo, este es incapaz de encontrar la causa de la ceguera, y tras
minuciosos exámenes los ojos parecen “en perfecto estado, sin la menor lesión,
reciente o antigua, de origen o adquirida”. El verdadero problema de esta
ceguera no es su origen desconocido sino su alto grado de contagio, su
tendencia a expandirse entre la población como un simple resfriado, y poco a
poco el mundo va cayendo en la ceguera, sin que ninguna precaución posible
pueda evitarlo. El oftalmólogo esbozará una especie de explicación que no establece
la causa ni en los ojos, ni en lo físico, sino en el cerebro: “los ojos no son
más que unas lentes, como un objetivo, es el cerebro quien realmente ve, igual
que en una película la imagen aparece”. Las explicaciones médicas pronto quedan
a un lado, dando lugar a otro tipo de explicaciones mágicas o supersticiosas,
que atribuirán el contagio al contacto visual, como si de un mal de ojo se
tratara.
José
Saramago, Ensayo sobre la ceguera; Madrid, Alfaguara, 2020.
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