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Poética del cuerpo
Las ciencias
experimentales hacen una descripción del cuerpo como una realidad física, tan
tangible como ponderable, y proponen una descripción básica cuando hablan sobre
el complejo organismo en el que desempeñan un papel relevante las disciplinas
que describen procesos relacionados con lo corporal y lo mental: estudios de biología,
medicina, farmacología, psicología, química, o por extensión ese concepto
literario que nos sumerge en la historia del pensamiento filosófico como evidencia
de una notoria preocupación analítica sobre la problemática del cuerpo humano, que
reivindica su propia libertad, un punto de encuentro que, según Andrés Neuman,
es lo más primitivo y lo evidente. Para el autor es el espacio de nuestras
certezas, nos regala una fantástica reflexión que roza la fábula sobre nuestra
forma de mirar y de ser mirados, de desear y de ser deseados, de amar y ser
amados; así Anatomía sensible (2019)
se convierte en ese libro evidente donde tacto y oído dirigen el conjunto,
responsable de nuestra libertad o de nuestra abnegación, confirma nuestras
decisiones a cada paso y desde los inicios de nuestra evidente expresión más
comprometida, blanco al que históricamente apuntan las represiones.
Andrés Neuman
(Buenos Aires, 1977) construye un discurso propio sobre la autopercepción, capacidad
que nos lleva a reconocer nuestras virtudes y defectos, a discernir sobre
nuestro estado afectivo. El concepto de la autopercepción es subjetivo, discrepa
con la realidad en tanto concepto desvirtuado de lo que somos, o de nuestra
forma de mirarnos, y de esa provecta relación que, con el tiempo, establecemos
para acercarnos a los demás. Este volumen, Anatomía
sensible, se convierte en un aparente manual con ambiciones científicas, un
texto político y literario que describe toda la anatomía con una estética que
desmitifica nociones equívocas, con una prosa aderezada con ese humor a que nos
tiene acostumbrados el argentino, y nos invita a reflexionar sobre las diferentes
formas de autocontrol, en una absoluta variedad de perspectivas, a que se
exponen cada uno de nuestros órganos y extremidades, así como sobre su propia
libertad porque, entre otras premisas, en el cuerpo humano todo es íntimo, puede
y debe ofrecer una visión sin prejuicios, así lo ha entendido Neuman, y normaliza
todos esos rincones periféricos que evidencian zonas y desborda cualquier
identidad canónica.
Este es un
libro distinto, con esa peculiaridad de inclasificable, un arriesgado trabajo
que trasciende los géneros, que nos absorbe intelectual y emocionalmente
gracias a su poderoso concepto heterodoxo que enfatiza en cada de sus capítulos
o descripciones corporales, su firmeza frente al retoque compulsivo a ese
excesivo culto y pudor de lo privado y aún más de lo erótico, y que como ensayaba
el autor en otras propuestas puede presentarse como
una enciclopedia ordenada en torno a las diversas partes del cuerpo. Neuman
despliega su característica riqueza imaginativa y construye una visión no
configurada de lo que somos, de lo que es nuestro cuerpo, de lo que no es:
territorio de incertidumbres donde las dudas y opiniones ajenas apenas cuentan;
ofrece enjundiosas aseveraciones y cuantificaciones sobre los diversos métodos
de control estético y político a que nos somete una sociedad puritana y poco
edificante; invita a rebelarnos a una visión unidimensional del cuerpo femenino
y masculino, donde músculos y huesos, vagina y pene, cabeza y extremidades
forman parte de un engranaje más profundo que conecta con lo maravilloso, lo
insólito, con lo que somos y habita en nuestro cuerpo.
Neuman parte
de la piel, paisaje portátil, y se adentra en las diversas regiones del cuerpo
a las que otorga un absoluto protagonismo y muestra un empeño plural al
describirlas, presupone esa dominante magnitud de la cabeza, donde empieza y
concluye la persona, anota esa implacable reciprocidad que la une al individuo,
pacto de absoluta certidumbre; objeto de incansables atenciones: el cabello. La
vagina ha superado ese concepto histórico, concreta su espacio, y sugiere que la
imagen del pene se ha convertido a lo largo del tiempo en un auténtico
autorretrato, y en ambos procesos figura el placer de la ausencia; la barriga,
región que mejor combate su soberanía; el ombligo minúsculo, de una dimensión
insólita; la pierna como unidad de sentido, y su bisagra, el tobillo; el pie
nos dicta dónde y cuándo y, añadamos, el talón que lo soporta con un estoicismo
afín; el cuello o periscopio del yo descansa en la espalda, tensión del arquero;
los pectorales pétreos han sufrido el cincel del artista, por su poderío,
franqueza y valentía, menos prominentes que el iconográfico pecho femenino. Se
nos brinda en este recorrido corporal el asombro y la duda, los textos se
acercan más a la poesía que al discurso enciclopédico, el todo representa la
búsqueda de la verdad, no su confirmación.
El cometido
fundamental de los hombros que se elevan en una interrogación se apodera de
nuestro cuerpo; la axila demuestra su vocación de escondrijo, y el brazo es una
extremidad de extremos, cumple misiones diferentes con una libertad que las
piernas jamás soñarían; la disyuntiva de las manos, ¿dan o toman? ¿atesoran o
usurpan?; la cadera, triángulo sometido a continuas tensiones que forman el deseo,
la posesión y la autoafirmación; las nalgas dominan el arte de la última
palabra, se pasean cual una objeción; y desde el punto de vista articulatorio,
el ano se convierte en ese aparato crítico en torno al cual se acumulan más
pliegues que su propio objeto de estudio; del pentagrama de la frente cuelga
una clave de sol, por forma y contenido, la oreja pide música, caprichosa, la
boca habla en nombre del cuerpo entero; la mandíbula desempeña misiones
destructivas, mastica, canta, ríe, crea arrebato, se presta al sexo oral, pero
sin mandíbula no habría persona; vanguardia exenta, la nariz se adelanta a su
tiempo, la sien se supone ese pozo donde abreva el pensamiento; el ojo no
pertenece al cuerpo, sino a su probabilidad de representación, el párpado
desaparece para que creamos lo que vemos, y llegamos al final que subraya ese
multicuerpo con que calificamos, el alma: flexible, afilada, poco obvia, al
tiempo que locuaz, catadora, huidiza, se estira cuando desea y se repliega
cuando teme; por eso somos incapaces de abarcarla por razones invisibles.
Andrés Neuman, Anatomía sensible; Madrid, Páginas de
Espuma, 2019.
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