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martes, 26 de mayo de 2020

Andrés Neuman


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                                     Poética del cuerpo
                           

       
       Las ciencias experimentales hacen una descripción del cuerpo como una realidad física, tan tangible como ponderable, y proponen una descripción básica cuando hablan sobre el complejo organismo en el que desempeñan un papel relevante las disciplinas que describen procesos relacionados con lo corporal y lo mental: estudios de biología, medicina, farmacología, psicología, química, o por extensión ese concepto literario que nos sumerge en la historia del pensamiento filosófico como evidencia de una notoria preocupación analítica sobre la problemática del cuerpo humano, que reivindica su propia libertad, un punto de encuentro que, según Andrés Neuman, es lo más primitivo y lo evidente. Para el autor es el espacio de nuestras certezas, nos regala una fantástica reflexión que roza la fábula sobre nuestra forma de mirar y de ser mirados, de desear y de ser deseados, de amar y ser amados; así Anatomía sensible (2019) se convierte en ese libro evidente donde tacto y oído dirigen el conjunto, responsable de nuestra libertad o de nuestra abnegación, confirma nuestras decisiones a cada paso y desde los inicios de nuestra evidente expresión más comprometida, blanco al que históricamente apuntan las represiones.
       Andrés Neuman (Buenos Aires, 1977) construye un discurso propio sobre la autopercepción, capacidad que nos lleva a reconocer nuestras virtudes y defectos, a discernir sobre nuestro estado afectivo. El concepto de la autopercepción es subjetivo, discrepa con la realidad en tanto concepto desvirtuado de lo que somos, o de nuestra forma de mirarnos, y de esa provecta relación que, con el tiempo, establecemos para acercarnos a los demás. Este volumen, Anatomía sensible, se convierte en un aparente manual con ambiciones científicas, un texto político y literario que describe toda la anatomía con una estética que desmitifica nociones equívocas, con una prosa aderezada con ese humor a que nos tiene acostumbrados el argentino, y nos invita a reflexionar sobre las diferentes formas de autocontrol, en una absoluta variedad de perspectivas, a que se exponen cada uno de nuestros órganos y extremidades, así como sobre su propia libertad porque, entre otras premisas, en el cuerpo humano todo es íntimo, puede y debe ofrecer una visión sin prejuicios, así lo ha entendido Neuman, y normaliza todos esos rincones periféricos que evidencian zonas y desborda cualquier identidad canónica.
       Este es un libro distinto, con esa peculiaridad de inclasificable, un arriesgado trabajo que trasciende los géneros, que nos absorbe intelectual y emocionalmente gracias a su poderoso concepto heterodoxo que enfatiza en cada de sus capítulos o descripciones corporales, su firmeza frente al retoque compulsivo a ese excesivo culto y pudor de lo privado y aún más de lo erótico, y que como ensayaba el autor en otras propuestas puede presentarse como una enciclopedia ordenada en torno a las diversas partes del cuerpo. Neuman despliega su característica riqueza imaginativa y construye una visión no configurada de lo que somos, de lo que es nuestro cuerpo, de lo que no es: territorio de incertidumbres donde las dudas y opiniones ajenas apenas cuentan; ofrece enjundiosas aseveraciones y cuantificaciones sobre los diversos métodos de control estético y político a que nos somete una sociedad puritana y poco edificante; invita a rebelarnos a una visión unidimensional del cuerpo femenino y masculino, donde músculos y huesos, vagina y pene, cabeza y extremidades forman parte de un engranaje más profundo que conecta con lo maravilloso, lo insólito, con lo que somos y habita en nuestro cuerpo.
       Neuman parte de la piel, paisaje portátil, y se adentra en las diversas regiones del cuerpo a las que otorga un absoluto protagonismo y muestra un empeño plural al describirlas, presupone esa dominante magnitud de la cabeza, donde empieza y concluye la persona, anota esa implacable reciprocidad que la une al individuo, pacto de absoluta certidumbre; objeto de incansables atenciones: el cabello. La vagina ha superado ese concepto histórico, concreta su espacio, y sugiere que la imagen del pene se ha convertido a lo largo del tiempo en un auténtico autorretrato, y en ambos procesos figura el placer de la ausencia; la barriga, región que mejor combate su soberanía; el ombligo minúsculo, de una dimensión insólita; la pierna como unidad de sentido, y su bisagra, el tobillo; el pie nos dicta dónde y cuándo y, añadamos, el talón que lo soporta con un estoicismo afín; el cuello o periscopio del yo descansa en la espalda, tensión del arquero; los pectorales pétreos han sufrido el cincel del artista, por su poderío, franqueza y valentía, menos prominentes que el iconográfico pecho femenino. Se nos brinda en este recorrido corporal el asombro y la duda, los textos se acercan más a la poesía que al discurso enciclopédico, el todo representa la búsqueda de la verdad, no su confirmación.    
       El cometido fundamental de los hombros que se elevan en una interrogación se apodera de nuestro cuerpo; la axila demuestra su vocación de escondrijo, y el brazo es una extremidad de extremos, cumple misiones diferentes con una libertad que las piernas jamás soñarían; la disyuntiva de las manos, ¿dan o toman? ¿atesoran o usurpan?; la cadera, triángulo sometido a continuas tensiones que forman el deseo, la posesión y la autoafirmación; las nalgas dominan el arte de la última palabra, se pasean cual una objeción; y desde el punto de vista articulatorio, el ano se convierte en ese aparato crítico en torno al cual se acumulan más pliegues que su propio objeto de estudio; del pentagrama de la frente cuelga una clave de sol, por forma y contenido, la oreja pide música, caprichosa, la boca habla en nombre del cuerpo entero; la mandíbula desempeña misiones destructivas, mastica, canta, ríe, crea arrebato, se presta al sexo oral, pero sin mandíbula no habría persona; vanguardia exenta, la nariz se adelanta a su tiempo, la sien se supone ese pozo donde abreva el pensamiento; el ojo no pertenece al cuerpo, sino a su probabilidad de representación, el párpado desaparece para que creamos lo que vemos, y llegamos al final que subraya ese multicuerpo con que calificamos, el alma: flexible, afilada, poco obvia, al tiempo que locuaz, catadora, huidiza, se estira cuando desea y se repliega cuando teme; por eso somos incapaces de abarcarla por razones invisibles.








Andrés Neuman, Anatomía sensible; Madrid, Páginas de Espuma, 2019.

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