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miércoles, 6 de mayo de 2020

Joaquín Pérez Azaústre


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                                   VOCES Y ROSTROS

                       

       La muerte de Franco posibilitó nuevos espacios de libertad que ya aireaban universidades, sectores culturales, o núcleos industriales. El Gobierno Arias-Fraga, primer gabinete de Juan Carlos I, fracasa; en enero de 1977, bajo la presidencia de Adolfo Suárez, se promulgó la Ley 1/1977 para la Reforma Política. Franco había muerto dos años antes y la ciudadanía se pronunciaba a favor de la democracia de partidos, la libertad y la amnistía para los presos políticos, aunque las estructuras de la dictadura se resistían a perder sus privilegios. Los despachos laboralistas fueron una herramienta de los trabajadores que defendían jurídicamente sus intereses; la alternativa oficial, el Sindicato Vertical, nunca ofreció las garantías suficientes.
       El asesinato de los abogados laboralistas de la calle de Atocha, 55 no fue una iniciativa aislada de la ultraderecha, sino la última tragedia en la recta final de la lucha contra el franquismo, el preámbulo para recuperar la democracia en el país. Oriol había sido secuestrado, el fascismo campaba a sus anchas en connivencia con sectores de la policía político-social; la fracción inmovilista del Régimen intentaba crear las condiciones de desestabilización que permitiera una intervención militar, y un día antes del asesinato de los abogados, la ultraderecha asesina al estudiante Arturo Ruiz, durante una manifestación donde se pedía amnistía para los presos políticos. Al día siguiente, lunes, se conoce la noticia del secuestro del Teniente General Villaescusa, presidente del Consejo Supremo de Justicia Militar, al mediodía en otra manifestación un bote de humo impacta sobre la frente de la estudiante universitaria Mariluz Nájera, causándole la muerte. La noche del 24 de enero un comando de extrema derecha irrumpe en un despacho de jóvenes abogados laboralistas, militantes del Partido Comunista de España. Fueron asesinados Luis Javier Benavides Orgaz, Francisco Javier Sauquillo Pérez del Arco, Enrique Valdelvira Ibáñez, Serafín Holgado de Antonio y Ángel Rodríguez Leal. Resultaron gravemente heridos Miguel Sarabia Gil, Luis Ramos Pardo, Dolores González Ruiz y Alejandro Ruiz-Huerta Carbonell.
       Joaquín Pérez Azaústre (Córdoba, 1976) cuenta un episodio que, cuarenta años después, relacionamos con el dolor más absoluto, cuantifica las motivaciones éticas y políticas del momento, cuando el ejercicio de la abogacía en la defensa de los obreros y de los presos políticos al final del franquismo y el paso a la democracia se interpretaba como un devenir de consecuencias imprevisibles. Atocha 55 (2019) es un relato psicológico de instantes emocionantes que rehúye la novela testimonio, o el concepto histórico, se presenta como una realidad trasmutada, una catarsis social que, a través de la literatura, muestra esas sutilezas del corazón porque, cuando pasamos sus páginas, mantenemos esa estrecha relación con el dolor. Personajes como Manuela Carmena, Cristina Almeida, José María Mohedano se reconocen en el generoso rostro de sus amigos de juventud, Ruano, González y Sauquillo, o Alejandro Ruiz-Huerta Carbonell, la voz que media entre esta crónica viva para cerrar esa herida que sangra, y aún debemos curar.
       Cinco instantes, un epílogo, cuarenta años, que dignifican una transición siempre malversada, recuerdo de unos instantes con unos compañeros y amigos que se reencuentran frente a ese espejo de lo que fuimos, y aún somos, la memoria inexpugnable que nos acompaña toda la vida, el recuerdo de unos hechos que emocionan.
          



ATOCHA 55
Joaquín Pérez Azaústre
V Premio de Novela Albert Jovell
Córdoba, Almuzara, 2019

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