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VOCES Y ROSTROS
La muerte de
Franco posibilitó nuevos espacios de libertad que ya aireaban universidades, sectores
culturales, o núcleos industriales. El Gobierno Arias-Fraga, primer
gabinete de Juan Carlos I, fracasa; en enero de 1977, bajo la presidencia de
Adolfo Suárez, se promulgó la Ley 1/1977 para la Reforma Política. Franco
había muerto dos años antes y la ciudadanía se pronunciaba a favor de la
democracia de partidos, la libertad y la amnistía para los presos políticos,
aunque las estructuras de la dictadura se resistían a perder sus privilegios.
Los despachos laboralistas fueron una herramienta de los trabajadores que defendían
jurídicamente sus intereses; la alternativa oficial, el Sindicato Vertical,
nunca ofreció las garantías suficientes.
El asesinato
de los abogados laboralistas de la calle de Atocha, 55 no fue una iniciativa
aislada de la ultraderecha, sino la última tragedia en la recta final de la
lucha contra el franquismo, el preámbulo para recuperar la democracia en el
país. Oriol había sido secuestrado, el fascismo campaba a sus anchas en
connivencia con sectores de la policía político-social; la fracción inmovilista
del Régimen intentaba crear las condiciones de desestabilización que permitiera
una intervención militar, y un día antes del asesinato de los abogados, la
ultraderecha asesina al estudiante Arturo Ruiz, durante una manifestación donde
se pedía amnistía para los presos políticos. Al día siguiente, lunes, se conoce
la noticia del secuestro del Teniente General Villaescusa, presidente del
Consejo Supremo de Justicia Militar, al mediodía en otra manifestación un bote
de humo impacta sobre la frente de la estudiante universitaria Mariluz Nájera,
causándole la muerte. La
noche del 24 de enero un comando de extrema derecha irrumpe en un despacho de
jóvenes abogados laboralistas, militantes del Partido Comunista de España.
Fueron asesinados Luis Javier Benavides Orgaz, Francisco Javier Sauquillo Pérez
del Arco, Enrique Valdelvira Ibáñez, Serafín Holgado de Antonio y Ángel
Rodríguez Leal. Resultaron gravemente heridos Miguel Sarabia Gil, Luis Ramos
Pardo, Dolores González Ruiz y Alejandro Ruiz-Huerta Carbonell.
Joaquín Pérez
Azaústre (Córdoba, 1976) cuenta un episodio que, cuarenta años después, relacionamos
con el dolor más absoluto, cuantifica las motivaciones éticas y políticas del
momento, cuando el ejercicio de la abogacía en la defensa de los obreros y de los
presos políticos al final del franquismo y el paso a la democracia se
interpretaba como un devenir de consecuencias imprevisibles. Atocha 55 (2019) es un relato
psicológico de instantes emocionantes que rehúye la novela testimonio, o el
concepto histórico, se presenta como una realidad trasmutada, una catarsis
social que, a través de la literatura, muestra esas sutilezas del corazón
porque, cuando pasamos sus páginas, mantenemos esa estrecha relación con el
dolor. Personajes como Manuela Carmena, Cristina Almeida, José María Mohedano
se reconocen en el generoso rostro de sus amigos de juventud, Ruano, González y
Sauquillo, o Alejandro Ruiz-Huerta Carbonell, la voz que media entre esta
crónica viva para cerrar esa herida que sangra, y aún debemos curar.
Cinco
instantes, un epílogo, cuarenta años, que dignifican una transición siempre malversada,
recuerdo de unos instantes con unos compañeros y amigos que se reencuentran
frente a ese espejo de lo que fuimos, y aún somos, la memoria inexpugnable que
nos acompaña toda la vida, el recuerdo de unos hechos que emocionan.
ATOCHA 55
Joaquín
Pérez Azaústre
V Premio
de Novela Albert Jovell
Córdoba, Almuzara, 2019
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