EL REALISMO
PSICOLÓGICO DE ÁLVARO POMBO
Pombo publica, Un gran mundo, novela de una generación.
La literatura ha
procurado, desde siempre, recuperar el pasado a través de la memoria, y los
novelistas recurren a su recuerdo para buscar respuestas a esos interrogantes
personales que generación tras generación viera en su infancia, juventud, o esas
otras épocas difíciles que han vivido; de igual manera, esa evocación se
imbrica con evidentes aspectos psicológicos que otorgan a la realidad una
atmósfera confusa, equívoca, ambigua, llena de matices y perspectivas. La
tendencia al realismo psicológico fue una de las grandes novedades y aciertos
de la Transición
que hoy leemos en novelas de Martín Gaite, Luis Goytisolo, Vaz de Soto, José
Antonio Gabriel y Galán, Sánchez Espeso, Esther Tusquets, Millás, y Álvaro Pombo
desde sus comienzos. El parecido (1979),
su primera novela, es un texto que vislumbra su futuro mundo narrativo; el
realismo de Pombo se sustenta en una profundización, en la psicología de los
personajes, en una escritura precisa y enriquecida por la sugerencia, la
ambigüedad, o las múltiples connotaciones implícitas. El santanderino relata
experiencias cotidianas de sus personajes interferidas por continuas
recurrencias al pasado, sin olvidar lo oculto y lo implícito en sus propias
vidas; sus personajes resultan problemáticos, poco importa que intentemos
definirlos, forman parte de un estado de penumbra psicológica y sus vivencias
con la realidad se traducen en la realidad misma porque casi todos reducen su
personalidad al equívoco, a esa ambigüedad señalada como si todo estuviera compuesto al revés de
lo que parece, y obliga al lector a una continua pregunta, o a indagar en las
relaciones que puedan derivarse de su identidad.
Realidad/
irrealidad
El hallazgo de la propia identidad, la
grácil disolución de lo real, o incluso ecos de una posible alineación son para
Dieter Ingenschay las claves en la narrativa de Pombo, y temas esenciales en su
obra: reflexión sobre la realidad y la irrealidad, irrupción de fuerzas
exteriores en el interior del ser humano, problemas de personalidad, incluida
la soledad y la alienación, el poder sobre las personas, una sexualidad vivida
a través de una ensoñación, lo cuestionable de la verdad, la subjetividad y la
objetividad, el desdoblamiento y sus reflejos, y finalmente una profunda
meditación filosófica. Pombo sintetiza una rica gama de quiebros irónicos en
sus personajes, y en los diálogos que intercambian para caracterizar sus
historias, auténticas tragicomedias con constantes giros en torno al problema
de la identidad. Un repaso somero de algunas de sus primeras obras ofrece una
visión cercana al conjunto de su obra: El
parecido (1979) carece de un verdadero protagonista, y la obra se compone
de estimaciones, pensamientos, sentimientos y charlas entre las personas que hablan
del desaparecido Jaime; El héroe de las
mansardas de Mansard (1983) es una novela de formación o aprendizaje y su
protagonista, Kus-Kús que vive en un palacete en el norte observa el misterio
que se ciñe sobre el criado Julián, con quien empieza realmente la novela; El hijo adoptivo (1984), es un auténtico
juego engañoso de la identidad, escrita para mostrar las sutiles reflexiones
autobiográficas de un joven que vive retraído y sometido al recuerdo de una
madre difunta; Los delitos
insignificantes (1986), abunda en reflexiones generales y de actualidad
entre el homosexual Ortega, en otro tiempo un prometedor escritor, y Quirós, un
joven con ambiciones literarias, y un auténtico vividor; El metro de platino iridiado (1990), retrato de una historia familiar
en el Madrid contemporáneo con una heroína clásica, María y su marido Martín,
filósofo y escritor; el mundo que Pombo extenderá en su obra posterior.
Los 90
En la década de los 90 tres obras de muy
distinto carácter afianzan esa progresión de la complejidad interior de sus
personajes, sobre todo los femeninos, Aparición
del eterno femenino contada por S.M. El Rey (1993), recuerdos personales
cercanos a la guerra civil y anécdotas sentimentales entre el Chino y Elke, un
texto repleto de sentido de humor; Telepena
de Celia Cecilia Villalobos (1995), enfático tratamiento psicológico del
personaje que descubre su mundo interior en un monólogo interminable; Donde las mujeres (1996), cuya narradora
protagonista cuenta su adolescencia y juventud y el progresivo abatimiento de
sus mitificaciones personales; y de nuevo, relaciones humanas y sentimientos en
El cielo raso (2001). Le han seguido,
Una ventana al norte (2004), Contra natura (2005), La Fortuna de
Matilda Turpin (2006) Premio Planeta, Virginia o el interior del mundo
(2009), La previa muerte del lugarteniente Aloof (2009), El temblor
del héroe (2012) Premio Nadal, Quédate con nosotros, Señor, porque
atardece (2013), La transformación de Johanna Sansíleri (2014),
hasta su última entrega, Un gran mundo (2015),
cuya trama plantea al lector la reconstrucción no explícita de los hechos
contados y las situaciones vividas para completar el análisis corrosivo del
medio social que la novela presenta como degradado, y obliga a cierta
complicidad con sus personajes.
Un gran mundo
Aborda una problemática filosófica
relacionada con la esencia humana y con los misterios de la conciencia, y se
caracteriza, una vez más, por ese fraseo verbal del santanderino. Y así
convierte, Un gran mundo, en una
especie de novela río de comedidas dimensiones, poco más de 260 páginas, donde la observadora de una saga familiar cuenta la peripecia de
los suyos a lo largo de toda la pasada centuria. La anciana mujer
rememora la trayectoria decadente de un grupo social concreto entre sus inicios
en la provincia un siglo atrás y el desenlace marcado por la muerte y los
enterramientos, capítulos primero y último de la novela. En medio, se
recuperan, no solo, aunque sobre todo, los años de plomo del franquismo en
varios escenarios peninsulares. La provincia es la ciudad natal del autor que,
con frecuencia aparece en sus novelas, provincia de hijosdalgo, porque en esa
hidalguía identifica el paradigma de un grupo social exclusivista; es decir, la ideología, moral y convenciones externas de esta
mesocracia pretenciosa y cómplice de la dictadura que queda en evidencia,
y narrado por Elvira, tía de la narradora, una mujer atípica dentro de su
medio, uno de esos personajes femeninos predilectos de Pombo,
“extraterritorial”, como se la llama, libre, llena de contradicciones, y en la
novela convertida en el emblema de una época que ofrece, en relación con otros
parientes, un retrato coral que tiene mucho de novela de época. Una mujer
cultivada, que confiesa galantemente que “la apreciación literaria y
filosófica” ha formado parte esencial de su vida. La burguesía de provincia
está representada por la brumosa, chiflada y esforzada tía Elvira, cuya vida se
llena con sus matrimonios imprevisibles, su banal autoridad y la fidelidad a un
mundo que sólo existe como reflejo de lo que nunca fue, un mundo que la
sobrina, con su estilo abstruso, llama “metaestable”. Así toda la narración se
mueve entre el intento de registrar la sinuosa vida de tía Elvira y la
dificultad de percibir lo único y lo individual de algunos miembros de la
familia. Un auténtico embrollo que, a pesar del intrincado soliloquio, deja al
lector acercarse a todo un retablo familiar que preserva su estatus social en
una auténtica hidalguía, como es costumbre en Pombo. Sobresalen, eso sí unos retratos de interior que expresan una gran
complejidad moral al enfrentarse a las creencias, a la conciencia del
pecado, a los hábitos, el matrimonio, por ejemplo, a las relaciones de pareja y
de amistad o al erotismo. Las reflexiones de Pombo y sus personajes tienen
valor genérico, aunque contienen una especial e intencionada validez como
análisis casi generacional de esa burguesía franquista intransigente, clerical,
de doble moral, enferma en su ética, pero sobre todo ridícula en su actitud
estética, o esteticista.
Álvaro Pombo, Un gran mundo; Barcelona, Destino, 2015;
272 págs.
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