Alejandro
López Andrada
El
narrador cordobés (Villanueva del Duque, 1957) es licenciado en Ciencias de la Educación, y su vocación
literaria se orienta pronto hacia la lírica. Desde 1989 ha publicado algunos de
su títulos significativos, Códice de la melancolía (1989), Los pájaros del frío
(2000), El vuelo de la bruma (2005), La tumba del arco iris (2013) y Los
ángulos del cielo (2014). Entre su narrativa, El libro de las aguas (2007), Los
ojos de Natalie Wood (2012) y El jardín vertical (2015). En La esquina del
mundo (2012) ofrece un género fronterizo entre poesía, reflexión, aforismo y
memoria. Y Entre zarzas y asfalto (2016),
su última entrega, convierte sus textos en un reflexivo diario atípico y
cordial, la mirada de un poeta sobre el paisaje urbano, la ciudad de Córdoba, y
su terruño rural, Los Pedroches.
Ha
sido premiado con el Rafael Alberti,
José Hierro o el Andalucía de la
Crítica.
¿Su mundo personal sigue
sustentándose por esa convivencia íntima entre la vida de las gentes y el fluir
del tiempo?
Siempre, desde muy niño, sentí obsesión
por el paso del tiempo y fijé mi vista en las personas mayores de mi pueblo
natal. Me dolía verlas envejecer y meditaba sobre cómo ellos decaían mientras
yo iba creciendo. Durante esa durísima posguerra, yo observé que en la
gente más pobre y humilde abundaba la
generosidad. En la convivencia de aquellos seres sencillos y entrañables yo
encontraba un modo de vida que iluminaba, y aún deslumbra, mi interior.
¿Escribe quizá, Entre zarzas y
asfalto (2016) por una necesidad imperiosa y lo convierte en un diario tan
reflexivo como emotivo?
No sé si habrá sido necesidad, pero sí
es verdad que, mientras escribía este diario, me iba reencontrando a mí mismo
en aquel mundo, intentado huir de la sociedad malsana en que vivimos. Quizá por
eso se mezclen en mi diario la reflexión y la emoción a partes iguales. Con mi
escritura intento iluminar la realidad oscura que, actualmente, nos rodea y a
la vez rescatar un mundo perdido.
La dicotomía espacio urbano/ espacio
comarcal ¿complementan, de alguna manera, esos lugares sensibles de su mundo?
Sin duda es así. Hasta hace dos años viví en mi pueblo natal; pero por
circunstancias personales hube de instalar mi vida en Córdoba, donde ahora
resido. Curiosamente, no he despegado mi corazón de mi tierra y a ella sigo
volviendo para reencontrar esos espacios rurales que ahora completo con mi
visión de la ciudad. Todo esto ha enriquecido mi interior.
¿Cómo cuantifica sus “ausencias”? Se
lo pregunto porque Entre zarzas y asfalto subyace ese sentimiento cuando vive
la ciudad, y viceversa, cuando es un referente más rural, ¿es así?
A veces, las ausencias son más
necesarias que las presencias para mí. Digo esto porque mucha de la gente que
murió y físicamente no está sigue, no obstante, muy viva en mi interior y el
recuerdo vívidamente esté en el campo o la ciudad. Mi escritura y mi alma se
nutren de esas ausencias en las que apoyo a diario mi existir.
Este libro se publica en “Contemporáneos”,
de la editorial Berenice, junto a Perec, Ballard, Wells, Salinas, o Fernando
Pessoa, ¿comparte usted su espacio literario con muchos de estos autores?
Para mí es un lujo ver publicada mi obra en una colección de escritores
clásicos del siglo XX a los que admiro. No obstante, debo decir que mi obra
literaria tiene poco que ver con la de esos autores de talla universal que
aparecen en Berenice. Siempre fui un escritor a contracorriente, ajeno a las
modas y las estéticas. Nunca me han encuadrado en ninguna generación. Y eso es
muy positivo para mí. Un escritor auténtico no debe parecerse a nadie: debe ser
genuino, distinto, original.
La mirada que ofrece cuando se
detiene en un parque, una calle o una avenida se carga de ese lirismo que
recuerda a su tierra chica, la comarca de los Pedroches, ¿resulta tan mágico y
tierno tanto un itinerario como otro?
La persona más importante de este mundo
para mí (mi mujer) me hizo ver un día que la tierra, los lugares y las personas
que uno ama se llevan en el corazón. Quienes me enseñaron a mirar el mundo rural cuando era
niño -Paco y Bibiana, pastores de mi pueblo- impregnaron mi alma de una esencia
mágica y poética que aparece cuando describo un paisaje campestre o cualquier
rincón urbano. La poesía y la magia de lo que escribo radican ahí.
El lector se confabula con usted y
parece oír esas voces que aun resuenan en la casa de sus espacios familiares,
¿todos somos capaces de vivir semejantes experiencias?
Creo que en el fondo todos sentimos lo
mismo: dolor, amor, ternura, melancolía… Todos vivimos experiencias semejantes,
aunque no toda la gente sabe o puede expresar lo que siente o ve a su alrededor
creando belleza literaria.
Estos textos breves, líricos y tan
esenciales para un lector inteligente, ¿siguen siendo ese lugar, ese rincón que
hoy ya no existe?
Curiosamente quienes mejor entienden mis
textos son personas sencillas y normales, incluso sin estudios, pero
profundamente sensibles y con una gran inteligencia emocional. Esas personas se
identifican con lo que escribo porque en mis textos hallan su lugar, el rincón
de otros días que aún sigue intacto en su interior.
Permítame un academicismo, el crítico
Santos Alonso califica su narrativa de “terrible y poética”, el primer
calificativo por su encarnadura en la realidad, y el segundo por un
deslumbramiento emocional, ¿suscribe estas afirmaciones?
Santos Alonso fue, sin duda alguna, el
crítico literario que mejor entendió mi obra literaria. Creo que tenía toda la
razón al definir mi narrativa como “terrible y poética”. Sobre todo terrible,
pues siempre he defendido la autenticidad, la verdad, lo genuino, a la hora de
escribir, y he sido crítico con una sociedad capitalista y ruin -hoy más que
nunca- donde siempre se pisotea a los más frágiles. Mi intención cuando escribo es dar voz a los que nunca la tuvieron. Creo
que mi obra literaria tiene un gran fondo ético y social.
A la hora de escribir es necesario
reinventar la memoria y quizá por eso ¿usted es solidario y fiel a la tierra o
al amor y a la vida en una absoluta seducción como se desprende de los textos
de Entre zarzas y asfalto?
La mayor parte de mi obra está anclada
en la memoria histórica y social de un universo campesino. En mi libro “Entre
zarzas y asfalto” aparece junto al
revestimiento estético de la obra un fondo ético esencial. Creo que toda mi
obra literaria está marcada por la hondura poética, el compromiso moral y la
fidelidad a unos principios de los que jamás renegaré. Lo que seduce es mi
autenticidad.
¿Siempre mira al futuro para
contextualizar el pasado?
En esto soy muy pesimista. Creo que ya
no hay futuro. El capitalismo lo ha borrado creando injusticias, miseria y
corrupción.
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