EL CLÁSICO DE CHESTERTON EN VERSIÓN CÓMIC
El hombre que fue jueves (1908)
Su perspicacia crítica fue siempre aguda, su campo de
acción universal, su vigor invencible, ejerció en su periodismo una atracción
magnética mucho más poderosa que hoy cualquier columnista o presentador de
televisión podría imaginar. G. K. Chesterton, como a él le gustaba firmar, fue
uno de los más extraordinarios personajes que han surgido entre los católicos
de habla inglesa del siglo pasado, y de los menos convencionales: polemista
impetuoso e incansable, ensayista, periodista, poeta, dramaturgo, autor
galardonado y propagandista, pasaba del artículo humorístico, al ensayo grave y
erudito. De su pluma salieron miles de artículos, y más de noventa libros. Su
memoria para retener datos fue legendaria, así un amigo relataba que podía
absorber los libros “como una auténtica aspiradora”.
“Soy sobre
todo un periodista”, llegó a afirmar en su autobiografía. A este “periodista”
se deben obras de una extraordinaria prosa, Herejes (1905), Ortodoxia
(1908), El hombre que fue jueves (1908),
Magia (1913), Breve historia de Inglaterra (1917), El hombre eterno (1925), o
la serie de aventuras y de misterios cuyo principal protagonista es un
sacerdote católico, el padre Brown. Chesterton no podía vivir sin un constante
fluir de ideas en su cabeza, inconforme y crítico, sus escritos intentaban dar
alternativas y soluciones. Sus relatos expresan sus ideales, sus posturas
políticas. “Nunca he tomado en serio mis libros; pero tomo muy enserio mis
opiniones”, dijo en alguna ocasión. Fue desde muy joven un hombre público,
dueño de una pluma impetuosa, su gusto por la polémica y su incomparable
figura, pesaba ciento veinte kilos y medía 1.83 metros, lo
convirtieron pronto en uno de los personajes más popular de la Inglaterra.
El hombre que fue jueves
Es una alocada
apología del hombre ordinario, y su novela más famosa. Gabriel Syme, es un
feroz defensor de la cordura y agente de la Scotland Yard; en
realidad, una especie peculiar de policía, un detective-filósofo, que se filtra
en el Consejo Central de Anarquistas Europeos o, lo que es lo mismo, el
terrible Consejo de los Días, que preside el tremendo Domingo. Allí, siete
personajes que representan diversas ramas de un complejo escalafón de
anarquistas (paradoja chestertoniana: el puntilloso orden de la anarquía),
conspiran para abolir todas las convenciones y derrocar todos los gobiernos,
incluso destruir hasta la idea misma de convención y gobierno. En esta
conspiración, nuestro héroe ocupa la silla del Jueves. Desde dentro del círculo
más cerrado de la Anarquía,
Syme intenta desarticular una conspiración de pesimismo y filosofía nihilista
que, por aquel entonces, pretendía destruir a la humanidad. Conforme avanza la
novela los miembros del Consejo van desenmascarándose y descubriéndose, cada
uno esconde una característica siniestra que, simbólicamente, representa alguna
corriente filosófica destructiva, que el lector descubre capítulo a capítulo.
El final, hermoso y desconcertante, tiene la tesitura de una pesadilla: lo
fantástico domina el espíritu del relato. Esta novela que, para sorpresa y
regocijo de Chesterton, curó del pesimismo a un montón de pacientes del
psicoanálisis, es a la vez un acto de fe en la bondad humana y una catarsis, “a
salvo” ya, en su fe católica, de los escollos del mundo “viejo y acabado”.
Escribe esta historia a un amigo para recordarle los sufrimientos decadentes de
su juventud, no por regodearse morbosamente en ellos sino porque en el
cristianismo encontró una inspiración y el pretexto para darle la razón al
hombre corriente.
Un clásico que se vuelve cómic
La
“inconsciencia” motivó que la ilustradora madrileña Marta Gómez-Pintado
(Madrid, 1967) se atreviera a adaptar al cómic la novela El hombre que fue
jueves, la obra más conocida Chesterton que en la edición de Nórdica se
convierte en un clásico accesible para todos los lectores. Fueron dos años
dedicados en cuerpo y alma a esta adaptación que la atrapó por el “sentido del
humor” y la “descripción” que el autor británico imprimió en su obra, aun así,
explicaba Gómez-Pintado, se trata de una obra bastante “difícil” de adaptar
gráficamente. El rasgo que más destaca para hacer su adaptación fue “lo
tremendamente visual” y así resulta el texto original, y añade que “fue
relativamente sencillo inventarme los personajes. Me he basado en sus
descripciones, pero me ceñí más a la parte de la trama pensando en los factores
de ritmo”.
Respecto a las
ilustraciones, están hechas en tinta y acuarela, y la autora ha elegido el
blanco y negro como trasfondo y sólo aplica el color en los trajes de los
diferentes personajes, aunque en el primer borrador todo lo imaginó en “grises
y sepias”.
Biografía
Personaje poco
dado a una existencia formal, nació en el seno de una familia ultra
convencional, el 29 de mayo de 1874. Sus padres pertenecían a la clase media
“un tanto anticuada”, afincada en Kensington. El niño aprendía de memoria
páginas de literatura inglesa, y a la edad de siete u ocho años conocía a
Shakespeare sin entender bien su significado. Su juventud, marcada por un
recorrido de los "ismos", socialismo, al radicalismo, o al
liberalismo. Su inconformismo fue proverbial, “odiaba aquello que a la mayoría
de gente le gusta”. Muy joven se inició como periodista en el “Daily News”,
carrera que le procuraría renombre.
Descreído como
la mayoría de los jóvenes de su generación, traba amistad con el clérigo de la
“High Church”, Conrad Noel, personaje curioso, poeta y excéntrico aristócrata,
se consideraba “socialista cristiano”. Apareció cuando Chesterton no creía en
religión alguna, y despierta en el periodista una preocupación por lo religioso
y social que nunca lo abandonará. El proyecto religioso fue tomando forma en
Chesterton, profundizó en la teología cristiana general, que muchos odiaban y
pocos estudiaban. Su paso siguiente fue no menos sorprendente, y en 1922 se
convirtió al catolicismo, y asoció su nombre a otros grandes conversos ingleses
como Graham Greene y Christopher Dawson.
El Cardenal Newman y el P. Brown
En sus ideas y
venidas trabaría conocimiento con dos personajes que ayudarían en su
conversión. El primero, el gran Cardenal John Henry Newman, que le mostró una
firme convicción a través de las obras de Santo Tomás; el otro, un cura de
barrio pobre, el Padre John O´Connor, párroco de Bradford, a quien G. K.
conoció en 1907 cuando visitó el poblado de Keghly para dar una conferencia. Al
concluir el acto, el escritor fue abordado por un joven sacerdote, jovial y
comunicativo, que desaprobó varias de sus ideas por considerarlas muy vagas.
“Fue para mí una curiosa aventura encontrarme con que aquel célibe amable y
tranquilo que había sondeado abismos más profundos de los que yo conocía”,
señalaría Chesterton, y al crear un personaje para su serie policíaca, y
presentar a un sacerdote para quien cada caso significaba, además de atrapar al
malechor, un enfrentamiento con la maldad y la superchería representada por el
Maligno, pensó en O´Connor. Así nació ese particular Padre Brown, el
detectivesco sacerdote a quien Chesterton describía como “un hombre
inteligentísimo y humilde. Tan sencillo que un tonto lo puede tomar por tonto”.
El adiós
Aquel 14 de
junio de 1936 amaneció triste y sombrío en la casita de los Chesterton, en
Beaconfield. Inglaterra perdió a una de sus mejores plumas y con ella, algo de
su ingenio y buen humor. Uno de los mejores epílogos de la vida de G. K. se
concreta en la frase de un latinoamericano poco formal como Chesterton, que lo
conoció personalmente, el Padre Leonado Castellani: “Pregonero gritón de la
gloria de Dios y de la
Santa Madre Iglesia Romana, Chesterton abandona la gloria
terrena a su contemporáneo y gemelo espiritual Bernard Shaw, y prefiere
tranquilamente servir con sus enormes facultades a la plebe de Cristo que no
antes que al imperio o al arte que pagan”.
G. K. Chesterton/ Marta Gómez-Pintado; El hombre que fue
Jueves; Madrid, Nórdica-Cómic, 2015; 162 págs.
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