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Entre
zarzas y asfalto
Alejandro López Andrada (Villanueva del
Duque, 1957) nos tiene acostumbrados a
unas arriesgadas propuestas narrativas que nos obligan a realizar un
reflexivo recorrido por un universo tan personal como de emocionada
inspiración. Su mirada se detiene y dibuja con la palabra un mágico itinerario
que extiende por su tierra chica y los rincones de una Córdoba califal y
cosmopolita. Para la última propuesta, Entre
zarzas y asfalto (2016), el autor realiza un viaje interior que rememora
físicamente una dolorida pero no menos feliz infancia y adolescencia, y recrea
los paisajes vividos desde sus orígenes, y mientras escribe vuelve al pasado,
regresa cuarenta años atrás, pasea por su pueblo y por sus calles, y frecuenta
escenas y sensaciones que vivió en un lejano tiempo. El viaje, de hecho,
finaliza en el último texto, cuando deja el campo y regresa a la ciudad. Se
entiende así el subtítulo dado de “diario inverso”, porque el libro está
escrito a la vuelta de todo un largo trayecto, y desde la perspectiva de la
madurez presente vuelve a la infancia de un pasado lejano. Abunda lo
autobiográfico, y marca el recuerdo de aquello que fue y con el tiempo ha
desaparecido, una temática característica y constante en el resto la obra del
cordobés, y mientras observa, pasea y se detiene en minúsculos detalles, surge
esa eterna pregunta repetida y tópica “¿Quiénes somos? o ¿Hacia dónde vamos? Y
así, buena parte de las imágenes de la infancia se convierten en ese elemento
que vertebra estos textos breves, de aparente sencillez y extremada fuerza
lírica, motivo que aparece de manera constante en todo el libro: “Voy por la
calle en que creció mi infancia” (p. 80); “las piedras del camino de la
infancia van penetrando en mi alma y se hacen luz” (p. 113); y por añadidura el
entorno vivido, el paisaje recreado, las imágenes de espacios abiertos y el
campo, tan representativo de aquellos primeros años de vida que parecen
agolparse en sus recuerdos, en suma el concepto de la naturaleza, tan
intrínseco y valorado en el cordobés, y por añadidura la familia —padre, madre,
abuelo— sobre todo, el padre fallecido sobre quien vuelve una y otra vez en su
síntesis de una lejana infancia.
La ciudad de Córdoba está muy
presente en este libro, “El cielo en la Mezquita es un violín”, pero pese a continuas
vivencias en calles y plazas geográficamente localizadas en la ciudad califal,
aun insiste y desde esta hermosa urbe recuerda con un acusado tono de nostalgia
su visión humanista del campo y los abundantes episodios familiares, mientras
vagabundea “(…) por la ciudad como una sombra artrítica y romántica. Circundan
mi silencio las farolas”.
La estructura del libro muestra
tres partes diferenciadas: “Invierno”,
“Otoño” y “Verano”, que el poeta va desarrollando como un auténtico
proyecto de madurez, tras una dilatada experiencia personal y literaria que analiza
lo presente y lo ausente, y donde la primavera, esa estación de luces y
colores, queda alejada voluntariamente en el tiempo, tal vez porque el
desconsuelo que provoca el dolor de buena parte de una existencia se torna en
esperanza de futuro puesto que en la vida misma palpita ese sentimiento
universal que caracteriza la prosa lírica del escritor López Andrada.
Los textos que, cuando llegamos
al final, quedan hilvanados en toda una visión de conjunto, muestran ese paso
del tiempo, del pasado y del presente, y aunque la visión del narrador se
vislumbra melancólica, resulta una lectura serena, y, como en la mejor
tradición lírica, para el poeta, en este caso, existe el gozo de vivir de cada
día, tanto lo anodino como lo cotidiano, lo desolador y lo gozoso.
Entre
zarzas y asfalto
(Diario
inverso)
Alejandro López Andrada
Córdoba,
Berenice, 2016; 184 págs.
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