Cuaderno en blanco
Cada año este mes sigue alimentando una extraña sensación,
quizá porque parece que todo se quiebra en ese quehacer diario y poco importa
que sea la primera o segunda semana, la quincena o esos días que anuncian un
otoño cercano. Es el mes que la gente utiliza para sus vacaciones y cuando
parece que todo se pierde, sin duda por en el ánimo está esa parada forzosa que
suponen, al menos, algunos días de este mes de calculado retiro.
Una
recomendación para estos días, la novela increíble, de profundos y humanos
sentimientos que me descubre a Elizabeth Crook, y que Siruela publica, La encrucijada
del roble, un western con todos sus
ingredientes, buenos malos, indios, vaqueros, naturaleza salvaje y heroísmo.
Otras lecturas
han ido completando los días de calor y asfixia que se suman a una buen
cosecha, los cuentos de Yanina Rosenberg, la prosa ajustada de Juan Manuel Gil,
y la siempre elegante relectura de Memorias de Adriano, de Yourcenar.
El resto de
días queda para ese recuento incompleto de un mes donde no ocurre apenas nada,
o quizá porque no debe ser nada memorable salvo el paso de los días que darán
entrada a un otoño diferente, más activo y repleto de sorpresas cotidianas.
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