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MONUMENTO
DE NIEVE
Juan
Eduardo Zúñiga (Madrid, 1919) es el mayor experto en literaturas eslavas de
España, ya en 1945 entregaba La historia de Bulgaria, y varias décadas después
sus dos obras más significativas, Las inciertas pasiones de
Iván Turguénev (1977) y El anillo de Pushkin (1983). Hacia 1980 comienza una
fructífera producción de ficción propia, las colecciones de relatos, Largo
Noviembre de Madrid (1980),
La tierra será un paraíso (1986), Misterios de los días y de las
noches (1992), Capital de la gloria (2003) y Brillan monedas
oxidadas, 2010.
Acaba de
publicar, Recuerdos de vida (2019), en
cuyas primeras líneas leemos, “Solo cuando sentimos que el final de la calle se
acerca es posible repensar lo sucedido”; en estas páginas está todo, desde la
infancia hasta el amor, con la
Guerra Civil de por medio, un texto escrito con una prosa que
aunque viene marcada por esa visión destructiva, o la ruina misma, convierte
estas vivencias en el mejor de los autorretratos que nadie pudiera imaginar. Zúñiga
sopesa su sorpresiva adolescencia, retrata a un joven flaco, con gafas que
ocultan sus ojos, enlaza sentencias tan escuetas como su apariencia, pero abundan
las imágenes que nos remontan a sus lecturas y, entre otras muchas
descripciones, sobresale esta fantástica metáfora: “En el invierno del año 1930
o 31 cayó en Madrid una gran nevada y, mediada la tarde, el jardincito que
rodeaba nuestra casa de la calle General Zabala, en el barrio de Prosperidad,
se fue blanqueando”; fue “un escenario fascinante, más aún después, cuando se
abrieron las nubes y la luna puso allí su fría luz”.
Este repaso de
cien años rememora una juventud de un desasosiego, hecho estremecedor que marcará
la vida y el resto de la literatura de un joven Zúñiga que dialoga mucho con su
madre, quien no se asombra de las visiones del muchacho, repasa sus mejores momentos
con la
enciclopedia Espasa, que lo llevan por la geografía de un
Egipto desconocido, y a un Japón tan incógnito como ignorado, y así este Recuerdos de vida parece un libro de
instantes que transforman al joven en el escritor que descubre a Turgueniev, a
Pushkin, o a Chejov, y a Rusia y lo relacionado con su cultura literaria en su
destino natural, porque el objetivo de ese viaje aprendido en los libros fue la
lengua rusa: “Debí haber buscado un hogar, pero busqué un país para ser su
hijo”. Rusia llegó a un Madrid sitiado, en 1937, cuando acogía la celebración
del 20º aniversario de la Revolución de Octubre. “En la ciudad sitiada por las
fuerzas franquistas, bombardeada y hambrienta, se alzaron grandes carteles, los
alumnos de Bellas Artes decoraron fachadas de edificios y los periódicos
publicaron trabajos sobre los acontecimientos y sobre escritores soviéticos”. Entonces
conocería Zúñiga los caracteres cirílicos: “Y quizás en aquel momento quedaron
mis ojos retenidos en un alfabeto que después me fue familiar”.
Y aún deja
escrito en este breve y hermoso texto, cómo conoció “la inllevable soledad” de
la juventud, “los terribles años” de la guerra, porque “a todas horas sobre la
ciudad vibraba la bóveda invisible del tableteo de las ametralladoras, el
estampido de los morteros y el ronquido de la aviación con sus bombardeos”. Imágenes
que se convertirán en la inspiración inevitable de su melancolía escrita posterior, fue “la época que inducía a temeridades” y
“reconozco haber andado por Madrid cuando los llamados “obuses” caían en
cualquier barrio. No paraban de disparar los cañones de los franquistas
colocados en la altura del monte Garabitas de la Casa de Campo, desde la que se
dominaba el centro de Madrid”.
Juan Eduardo
Zúñiga no solo ha escrito una memoria, ha hecho un monumento de nieve, un
homenaje a la escritura, una vida manchada por la guerra que convirtió en su
tormento y en su inspiración. Cien años, en apenas 120 páginas, de una
subjetividad absoluta. El paisaje blanco sigue en su retina, y las lenguas
eslavas son “el sonido de esas lenguas”, se pegan a la música de su escritura
sobre la imagen de un Madrid triste.
RECUERDOS
DE VIDA
Juan
Eduardo Zúñiga
Barcelona,
Galaxia Gutenberg, 2019
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