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viernes, 24 de mayo de 2019

Eloy Tizón


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                                ABISMOS DE LA FICCIÓN

  
       No cabría mejor definición para un libro, Herido leve (2019), que bien podría subtitularse, “autobiografía intelectual”, un volumen que Eloy Tizón (Madrid, 1964), traza desde su inagotable amor a la literatura. Una vez que tenemos este voluminoso texto en nuestras manos nos asaltan cuestiones del tipo, ¿cómo lee un escritor? ¿en qué aspectos se fija? ¿a qué abismos se asoma? ¿de qué manera las ficciones atrapan y modifican nuestra mirada? Estas preguntas, y muchas otras, que comparecen ante este ensayo literario, articulado en torno a ocho constelaciones temáticas, en las que narradores clásicos y posmodernos, consagrados y malditos, creadores y libros dialogan entre sí, y se complementan, discuten o colisionan. Toda una serie de retratos de escritores y sus fantasmas, teorías y controversias, mitos y curiosidades desfilan por estas páginas que constituyen un festín literario para exquisitos, un libro de libros, que recoge treinta años de memoria lectora, y configura una gran mapa para orientarnos, o tal vez para perdernos, en la visión de unos clásicos que el madrileño ha ido descubriendo con su voracidad lectora con el paso de los años.
       Una vez abrimos el libro, sospechamos, ¿para qué escribe un escritor sobre lo que lee? Para prolongar todas las sensaciones percibidas a lo largo del proceso de lectura, íntima y personal, o incluso para ofrecer y, de alguna manera, dejar constancia por escrito o dar algo más de luz a ese proceso lector, aunque sin duda alguna para que como él sostiene, haya más heridos, aunque leves, que participen de su propia experiencia. La madrileña, Páginas de Espuma, con la edición de este volumen, nos asegura gran parte de estas afirmaciones. Una vez revisados los antiguos archivos de un disco duro antiguo, Eloy Tizón, en virtud de su propensión a no permanecer ocioso mucho tiempo, curioseó en carpetas que contenían una cantidad considerable de reseñas y artículos literarios realizados mucho tiempo atrás, sobre todo en Revista de Libros y otros medios como El Sol y El País. Fue entonces cuando, revisó textos, corrigió páginas, desechó otras, y lo más curioso tras numerosos pasos previos: consiguió descodificar antiguos programas de ordenador para leerlos, incluso reunió los numerosos recortes de prensa y con una valiosísima ayuda de Cris Montes, digitalizarlos para ordenar finalmente lo que se convierte en un regalo luminoso para el lector porque a la luz que puedan dar los libros comentados, el apasionado Tizón añade el detalle reflexivo de alguien quien busca la pincelada precisa en sus exposiciones sobre libros y autores.

Tres décadas de lectura
       Las tres décadas transcurridas por esta amplia muestra de colaboraciones ofrece la atenta mirada de un pasado, y ahora pese a la perspectiva del tiempo, reunidas en un orden que el autor establece tienen un sentido completo, una estructura lógica. Eloy Tizón propone ocho bloques en un orden personal, argumentado los títulos sobre los que se habla, y se especifican con el criterio de un escritor que aprecia el esfuerzo, el riesgo, el ingenio y la sencillez a la hora de acercarse a autores y a sus textos. En un extenso “Prefacio” explica los aspectos técnicos que demuestran el porqué del acierto de esta singular obra y la riqueza de un texto, en su conjunto, además de la calidad de la mayoría de ellos. El primer bloque, “Intuiciones tempranas” reúne primeras lecturas de Juan Eduardo Zúñiga, hoy centenario y cuentista imprescindible, Djuna Barnes, Felisberto Hernández, John Cheever, Clarice Lispector, Franz Kafka, Juan Carlos Onetti, Vladimir Nabokov o Julio Cortázar, casi todos, como afirma el autor, desde el principio fruto del asombro, autores de aquel libro que, dosificando sus capítulos, devoraría a lo largo de un verano.
       Una amplia muestra de la lectura como arte recoge, “Bárbaros sofisticados”, y se incluye en este curioso catálogo a David Lodge, Gustave Flaubert, Marcel Schwob, Luis Gonzalo Díez, Henry Muger, Alice B. Toklas, Wyndham Lewis, el trío Thomas Mann, Dino Buzzati y Samuel Beckett, Stanislaw I. Witkiewicz, Mário Cláudio, John Beger, Daniel Gil, Murasaki Shikibu, Yukio Mishima, Kazuo Ishiguro o Alfred Döblin, autores cuyo magnetismo queda patente porque en casi todos ellos descubrimos ese sabor de algo común y una luz eterna que incita a sentir mientras percibes aquello que Tizón interpretó, y en estas páginas se muestra la huella de su fascinación, y se convierte, sin duda, en una auténtica autobiografía intelectual. Los apartados se construyen con “Lámparas rusas” que inevitablemente evocan a Chejov, Tolstói, Tsvietáieva y Bitov entre otros; en otro hermoso título como “Tiempo esmeralda” se reúne a Canetti, Ozick, Mediano, Wolf, Gordimer, Ford o Bellow para llegar a un destino que recoge “Todas direcciones” y encontramos el más nutrido grupo de clásicos de una reciente modernidad, Hawkes, Sterne, Rimbaud, Foster, Dinesen, Theroeux, Le Clezio, Sebald y Nooteboom entre otras fantasías animadas, como titula, Tizón a autores de ayer y hoy. Los “Equívocos fatales” se refieren a Poe, Twain, Chesterton, Perutz, Dürrenmatt Sciascia, Busi, Murakami y Capote entre otros, y la nómina nacional, “Mentir en nuestro idioma” incluye a Cervantes, Sánchez-Silva, Martín Gaite, Monterroso, Magrinyá, Sáez de Ibarra, Menéndez Salmón y Neuman y uns final y espléndida, “Metamorfosis del cuento”.
       Un auténtico recuento de lecturas o vademécum de aquellos autores que deberían formar nuestra educación literaria, lecturas por las que, bajo el cuidado de Eloy Tizón, no pasan los años y se convierte en esa luz que nadie puede apagar, casi esas técnicas de iluminación con que nos deleitaba años después, la muestra hoy, ese Herido leve, que de alguna manera subsana buena parte del confuso panorama de recomendaciones literarias que se asoman a nuestras mesas de novedades. Un libro que, con el autor, celebramos con una modulada y precisa dicción que nos lleva a sentirnos, como él, profundamente heridos.
       Eloy Tizón se considera muy feliz con Herido leve, muestra su alegría en cada una de las páginas de este inagotable amor a la literatura. En el pulso narrativo del libro subsiste el mismo vértigo que autor pone en su obra de ficción, cuentos y novelas; según declara, los géneros no importan, en el fondo es literatura que habla de literatura. El autor se ha exigido un criterio de calidad para reunir sus textos, indultando aquellos que se sostienen pese al paso del tiempo, y en los que se reconocía, descartando otros que respondían a intereses más circunstanciales, y que publicados en el conjunto no iban a resistir la criba del tiempo. Tizón señala un doble trabajo para organizar este libro: por un lado, reescribiendo los textos hasta considerarlos satisfactorios, encajándolos en una estructura coherente que evitase la aglomeración informe. Un segundo proceso le llevó a realizar muchas pruebas, desplazando las piezas de un capítulo a otro, hasta que han ido encajando en el lugar adecuado.







Eloy Tizón, Herido leve. Treinta años de memoria lectora; Madrid, Páginas de Espuma, 2019.


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