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Lo que más sorprende de la prosa de José
Ovejero (Madrid, 1958) es el deseo de unir literatura y vida como un trayecto único,
tal vez porque, de otro modo, este mundo no tendría explicación posible. Los personajes de sus historias anteriores ya
habían decidido transformar el universo desde la ficción misma, como si de la
esencia última de la materia se tratara. En un relato se
determina lo significativo, aquello que se cuenta sobre una base estricta, en
la medida de lo necesario, de lo imprescindible, una condensación que actúa
siempre en favor de la intensidad, como elementos sustanciales de un género
que—como afirmaba Cortázar—«todo debe conducir a una especie de fabulosa
apertura de lo pequeño hacia lo más grande».
En
los diez cuentos que componen Qué raros son los hombres (2000) las voces
dramáticas de los protagonistas, resultan tan absurdas como grotescas,
salpicadas de un humor ácido como sombrío para entrever los mecanismos por los que se rigen estos
relatos. El deseo y la estupidez caracterizan a la vanidad masculina, incluida
esa imprevisibilidad manifiesta. Poco le importa al protagonista del primer
relato «Los conquistadores» en sus pesquisas periodísticas, por una Cuba
desfasada, que se le ofrezcan mujeres por doquier. ¿Quizá porque haya que leer
que la autenticidad de los deseos varoniles no se oculta bajo la fachada de una
hombría proverbial? Tampoco pasa nada
cuando las mujeres toman la iniciativa, como en el relato que lleva por título,
«Qué raros son los hombres», y en el que una señora madura planea una aventura
amorosa con un joven serbio ante el que ha sucumbido, esa misma tarde, en una
partida de tenis. Ovejero parte de la premisa de las limitaciones del género
masculino y busca la razón de las mismas. Sobresale el
cambio de registros narrativos, la dimensión del escritor es muy amplia, y si
bien unos pueden considerarse como auténticos cuentos otros pertenecen a
esa definición tan común de novela corta; sus protagonistas,
psicológicamente bien caracterizados y estructuralmente de enfoques diversos y
plurales, tienen las más variadas ocupaciones, parten de conciencias
desiguales, se ven limitados por una feminidad dominante e irrumpen en nuestra
existencia, al menos como lectores, para mostrarnos la ubicuidad de unas vidas
múltiples o una fantasía que acumula diferentes personalidades, tantas como las
posibilidades ensayadas en este volumen, que incluye una abundante dosis de
ironía con la que ejemplifica la condición varonil pero que en ningún caso
pretende dejar una moraleja.
QUÉ
RAROS SON LOS HOMBRES
José
Ovejero
Ediciones
B, Barcelona, 2000
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