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martes, 3 de enero de 2017

Conociendo a Betty



   Betty ha ido haciéndose un hueco en nuestra familia, en primavera cumplirá dos años con nosotros, aunque según su veterinaria, ella nacería a finales de febrero de 2015, así que cuando llegó a casa, apenas si tenía dos meses, era una auténtica bolita peluda con hambre y falta de cariño. El hambre se lo quitamos enseguida, es muy agradecida, y el cariño ha ido en aumento durante todo este tiempo; claro que ella, por su parte, es noble, cariñosa y agradecida, y por no añadir muchos más calificativos: despierta e inteligente. 
















   
   
   Ha protagonizado un relato, que ha sido incluido, en el proyecto-libro, El libro del perrillo solo (2016), cuyos fondos van destinados a la Protectora de Animales, Nueva Vida, de Huércal Overa (Almería). El libro se puede conseguir en algunas librerías y en Amazon, a la dirección que se indica al final, y el relato se puede leer a continuación, y se titula, “Conociendo a Betty”, que algún día formará parte de un libro sobre esta perrita que nos alegra los días de nuestra vida. Pero esa será, otra historia. 





1. El encuentro

       Los humanos, no voy a ser yo quien diga lo contrario, se creen muy listos, o al menos eso aparentan. Y lo afirmo porque no saben apenas nada, o ignoran absolutamente todo acerca de los sentimientos perrunos.
       Si miramos muy fijos y movemos nuestra cabeza a izquierda y derecha para hacernos entender, ellos nos devuelven la mirada y, en ocasiones, ponen cara de asombro o simplemente sonríen, por no decir otra cosa; en realidad, tenemos hambre, y sed, incluso pedimos que nos lleven a hacer nuestras necesidades y, en la mayoría de los casos, es verdad pretendemos llamar su atención por cualquier otro motivo, y para que sepan que nosotros, también, formamos parte de su mundo.
       Con todo esto, no digo que sea nada fácil una comunicación canina-humana, pero al igual que somos capaces de adoptar ciertas pautas y costumbres cuando convivimos durante algún tiempo entre los humanos, ellos deberían esforzarse por comprender a quienes tenemos cuatro patas. Es una simple cuestión de aprendizaje mutuo, y de atender nuestras necesidades según se vayan produciendo.
       No fue fácil, es verdad, pero muy pronto supimos que nos iríamos conociendo, y entonces comprendí que me había asegurado un lugar donde disfrutar de mis días junto a aquella familia que por qué no, también podría ser la mía.


2. La sorpresa

       No resulta nada fácil hacerse cargo de una mascota, sobre todo si nunca has pensado en la posibilidad de adoptar alguna. A veces el destino es muy caprichoso, y la compra de una simple barra de pan para el desayuno en un supermercado cercano te lleva a una extraña decisión; no por la barra comprada, claro, sino porque cuando giras tu cabeza observas como te sigue un perrito que apenas levanta un palmo de suelo, le cuesta alcanzarte porque sus patitas son aun muy pequeñas, pero no ceja en su intento de cruzarse en tu camino y rozarse con tus pies; cuando después del pequeño tramo que separa el establecimiento de tu casa, el perrito aun persiste en su actitud,  no ha dejado de seguir tus pasos, es entonces cuando tomas la improvisada decisión de dejarlo a la puerta porque no sabes nada de él, tal vez se haya extraviado porque no has tenido la precaución de ver si lleva una correa, y cierras y aun sigues pensando. Albergas la idea de que un buen rato después se habrá cansado de esperar y, una vez más, cuando vuelvas a abrir la puerta habrá desaparecido, nunca más volverás a verlo.
       Y ese destino, tan caprichoso como arbitrario, esa mañana te juega una mala pasada, cuando con todo el sigilo del mundo, echas un vistazo, y ves que asoma un pequeño hocico y unos grandes ojos que no dejan de decirte, —¡por favor, no me dejes abandonado! Te he seguido, me gustas, y tengo mucha hambre—. Un pequeño plato con leche, ¡gran error!, es el comienzo de ese acto que te lleva a tomar una decisión: cierta responsabilidad, y un primer pensamiento, te obliga llevarlo a un veterinario para que le eche un vistazo, nos diga si es un perro sano, aunque siempre contemplas la posibilidad de devolverlo a su amo si está identificado; pero nada de eso resulta, y es entonces cuando te enfrentas a un verdadero problema.
 
Betty atenta
3. Me quedo

          A nadie debe extrañarle que me guste jugar con la tierra, sobre todo en esos primeros días porque me dejaban estar bastante tiempo a la puerta de la casa, en un bonito porche rodeado de muchas macetas de todos los tamaños, alegres colores y cubiertas de una tierra esponjosa y apetecible donde escarbar.
       Tenía todo el día para estar por allí, olfateaba y me divertía mucho, aunque de vez en cuando surgía algún problema.
       Me gustaban, sobre todo, las macetas más pequeñas donde podía subirme y remover la tierra, pero lo que yo ignoraba entonces era el lío que se montaba allí, toda la tierra esparcida por el suelo, algunas macetas se rompían y el ruido me asustaba, y era cuando venía lo peor, porque el humano salía a ver lo ocurrido, entonces yo emprendía una huida a tiempo, corría en cualquier dirección. No muy lejos observaba que algo no estaba bien, porque aquella familia recogía todo aquello que yo había roto. Con el tiempo me he dado cuenta de que las macetas son bonitas y adornan, y claro no sirven para jugar. Pero lo más importante es que, a pesar de todo, me dejaban estar allí, me llevaba alguna regañina que otra, pero por la noche me volvían a dejar en el porche, y siempre tenía agua y comida disponible para cuando me apeteciera, tuviera sed y hambre. Aquel sería un buen lugar para quedarse, de momento no tenía muchos problemas, algún accidente imprevisto, pero observaba la cara del humano que me había recogido, no parecía estar muy contento con mis travesuras, le oía gritarme y decir un nombre, pero siempre me las perdonaba y acariciaba mi cabeza.
 

4. Se llama Betty

       Los primeros días, las primeras semanas no resultaron nada fácil convivir con aquella pequeña perrita, y aunque nos habíamos esforzado en buscar a su dueño, muy pronto desistimos y aceptamos que, de una manera u otra, debería quedarse con nosotros.
       — ¡Nada de entrar a la casa…! —fue el único requisito de una madre protectora con respecto a las cosas de su casa, o el contacto humano con la perrita.
       Primeras y repetidas visitas al veterinario, primer corte de pelo y el aprendizaje a que nos enfrentábamos a diario para conocer sus hábitos y costumbres, paseos por las mañanas y por las tardes, ensayo de una diversidad de piensos y golosinas para alimentarla. Y lo más importante: buscar un nombre para una personalidad tan diminuta y, de paso, que le gustara. No fue muy difícil, y como se trataba de una perrita: Betty.
       Transcurridas las primeras semanas, y a medida que avanzaba el verano, Betty se fue acostumbrado a deambular por el porche, los alrededores de nuestra casa, husmear por el campo y, también, a escaparse en alguna que otra ocasión, y por añadidura a no saber cómo volvería a entrar, y entonces ladraba durante un buen rato para que la rescatáramos y volviera a nuestro recinto, a la comodidad del porche, y a sentirse segura.
       Las macetas habían quedado a un lado, la pequeña casita que durante unos días le sirvió de abrigo, también, y ahora disponía de un pequeño colchón para dormir en la misma puerta de entrada de nuestra casa, con la intención de que no la traspasara nunca, aunque en ocasiones era muy difícil que no consiguiera hacerlo porque era tan pequeña como rápida, se colaba y nos hacía gracia que siempre intentara estar con nosotros.

Betty descansa
5. Una familia

       Las noches eran cálidas, había mucho donde husmear y buscaba emociones alejándome del porche y del colchón que me habían comprado, pero cuando ya era muy oscuro me dejaban tendida en él, y añadían una pequeña manta para protegerme de la humedad, no dudaba en escabullirme porque las aventuras estaban no muy lejos de allí; un cachorro-perrita debe dormir bastantes horas al día, aunque yo no tenía gana de estar aburrida, buena parte de la noche deambulaba buscando por los alrededores. El día era muy caluroso y, entonces, era cuando me refugiaba en el porche, y me tendía en la cama para dormitar durante horas perdidas de la madrugada.
       Mi amo se asomaba y me veía allí tumbada, sonreía y pensaba que poco a poco me iba acostumbrando al lugar. Y lo mejor, notaba que su cariño hacía mí iba creciendo, porque me acariciaba, y en ocasiones jugaba conmigo, y siempre me premiaba cuando hacía las cosas bien, me gustaba que paseáramos juntos y cuando me alimentaba.

       La paciencia es una virtud, y sobre la cría de mascotas leía lo suficiente como para derrochar conocimientos en las primeras semanas de convivencia. Tuvimos que adaptarnos, e intuí que deberíamos seguir unas pautas comunes, paseos, tiempo de juego, y determinadas comidas, que incluían algunos de esos premios que se aconsejan por buen comportamiento. Fue de esta manera como Betty y yo fuimos acercándonos, y lo mismo con el resto de la familia.

       Lo mejor, mi relación con Aída, mi humana-peque que pronto se involucró, me llevaba al veterinario, al atardecer me daba la comida, jugaba conmigo, y siempre disculpaba mis travesuras: subirme a su cama, llevarme sus calcetines, mordisquear su alfombra; y luego estaba la pequeña Paula, que volvía a casa de vez en cuando, y entonces corríamos por el pasillo de la casa y tiraba mis juguetes para que los cogiera con mi boca y se los  devolviera, y ahora mi mami-humana que, poco a poco, se fue encariñando, recuerdo que me sostenía en sus brazos y me acurrucaba cuando estuve malita, y fue ella quien me permitió entrar en la casa grande y espaciosa, tumbarme a sus pies, dormir en el sofá, y disponer de mis rincones favoritos, aunque esas son otras muchas historias que algún día debo contar, y debo añadir que, de momento, soy feliz con mi familia humana, y os aseguro que me tratan, muy, muy bien. 

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1 comentario:

  1. La entrada de hoy es preciosa y me ha gustado mucho. Son unas palabras muy bonitas que resume la vida de Betty en su hogar.

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