VIVIR DEL CUENTO
El género cuento como esa otra forma
literaria de tomar el pulso a lo anodino y lo cotidiano, a la soledad y a la
incomunicación, o la aceptación de una realidad, lugar donde aún la fantasía y
los buenos sentimientos tienen su espacio.
Durante las últimas semanas han
proliferado en los escaparates y en las mesas de novedades de nuestras
librerías un buen puñado de libros que ofrecen la producción última del cuento
o relato breve en España. Algunos de estos autores han ostentado, desde siempre, el calificativo de ser los mejores
cultivadores del género. Escribir un cuento, ha afirmado el joven Andrés
Neuman, es como viajar; y, además, hacerlo ligero de equipaje para regresar
pronto. Ahora es un buen momento para iniciar este viaje al mundo del cuento de
la mano de algunos de los mejores narradores contemporáneos. Los años no han
hecho sino darnos la razón a quienes desde siempre afirmábamos que Medardo
Fraile (Madrid, 1925) era el más representativo escritor de cuentos en la
postguerra española. Lo ha vuelto a repetir, en estos días, Rafael Conte,
calificándolo como «el mejor cuentista actual, uno de los mejores de toda
nuestra historia y sin duda quien mejor utiliza las armas que tiene en su mano
para conducirnos a las esferas de la gran literatura de siempre —y añade,
acertadamente—, que sus cuentos no sólo «cuentan, sino que son», y eso es
todo».
El
magisterio de Fraile
Una permanente vitalidad le permite
ahora entregar Escritura y verdad. Cuentos completos (2004), un volumen
editado por Páginas de Espuma. De sus cuentos, editados ahora en su totalidad,
se ha escrito que es uno de los conjuntos narrativos más valiosos de la segunda
mitad del siglo XX en España, y un testimonio imprescindible de lo vivido por
las mujeres y los hombres de la generación de los niños de la guerra. Manuel
Cerezales sostiene que en el centro de sus cuentos, siempre está el alma
humana. Los aspectos sociales de sus relatos testimonian una realidad
circundante, exenta de consignas ideológicas porque obedecen a ese sentimiento
humano apuntado. Sus personajes son solidarios aunque pertenecen a una clase
media modesta urbana; otras veces escribe sobre obreros y campesinos en un
medio más rural. Seres que afirman su singularidad y su autenticidad, su lucha
por la libertad, siendo conscientes de que sólo la verdad los hace libres. Los temas más anodinos e
insignificantes interesan al autor y logran un perfecto equilibrio en la
composición y en el lenguaje empleado. Características del ritmo su prosa: la
precisión expresiva, la sobriedad, su capacidad para sugerir. Sus relatos
llevan al lector ante situaciones que producen un profundo sentimiento de
tristeza, de nostalgia y de soledad, paliado casi siempre con un finísimo
humor. Alguna vez irrumpe la alegría, aunque lo normal es que sus personajes
padezcan una fuerte incomunicación y queden reducidos a un presente poco
satisfactorio y limitado. No se pierdan de este volumen cuentos como «A la luz
cambian las cosas», «El álbum», «El caramelo de limón», «La tonta», «Episodio
nacional» o «Murió en tierra de nadie», donde la e moción, el lirismo, la
fantasía, campean por sus páginas.
La
actualidad de Aldecoa
El libro de cuentos El corazón y
otros frutos amargos apareció publicado en la España de postguerra de
1959, transcurridos veinte años del final de la barbarie civil y cuando en este
país las modas literarias empezaban a imitar modelos extranjeros, cuando el
neorrealismo italiano imponía su estética mostrando los arrabales, el subdesarrollo
y el desencanto de una población que sobrevivía a una hecatombe mundial. Su
autor era Ignacio Aldecoa y anteriormente había publicado Espera de tercera
clase (1955) y Vísperas del silencio (1955). Para entonces era ya un
escritor consagrado al relato. El libro se reedita ahora, por primera vez,
cuarenta y cinco años más tarde, en una nueva editorial, Menoscuarto, con una
aclaratoria «Introducción» de Fernando Valls. El crítico realiza un repaso por
la historia del libro desde su primera salida en la editorial Arión y los
pormenores que rodearon a los cuentos publicados antes de la edición. Analiza
la totalidad de las once piezas incluidas, muchas de ellas ya publicadas, como
era habitual en la época, en diarios como (ABC y Arriba) o
revistas (Guía, Alcalá, Ateneo, El Español y Cuadernos
Hispanoamericanos). Aldecoa, siguiendo la estética dominante de la época,
retrataba las pésimas condiciones sociales de la España preindustrial durante la dictadura de Franco
y en sus cuentos muestra los grupos sociales más desfavorecidos del momento,
peones camineros, pescadores, jóvenes ociosos, braceros y jornaleros
eventuales, capaces de trabajar en lo más inusual para subsistir; el autor
vasco dejaba así constancia, a través de su literatura, de lo que él denominaba
la «épica de los oficios».
El volumen que ahora lector la ocasión
de releer incluye algunos de sus relatos más emblemáticos, como por ejemplo,
«La urraca cruza la carretera», evidente rechazo del autor a las desigualdades
sociales y los sueños que despierta el paso de un automóvil ante la mirada de
una brigada de peones camineros; «Young Sánchez», recogido en innumerables
antologías y selecciones de cuentos contemporáneos. Uno de los más extensos,
dividido en siete partes diferenciadas, donde se cuentan los preparativos
llevados a cabo para el primer combate profesional de Paco, sin que al final de
su desarrollo sepamos cuál es su desenlace; o «El corazón y otros frutos
amargos», relato que deja entrever cómo a lo largo de nuestra vida debemos
tomar, simbólicamente, algunos de los muchos frutos amargos que nos vamos
encontrando en el camino.
La
valoración crítica de Pereira
La valoración crítica de la cuentística
de Antonio Pereira (Villafranca del Bierzo, León, 1923) justifica, en estos
últimos años, su inequívoca presencia en el panorama literario español y
la edición de Recuento de invenciones (2004), por la editorial
Cátedra, actualiza y pone de manifiesto
que los cuentos seleccionados, de un total de ocho colecciones, corresponden a
uno de los autores más destacados del género en la actualidad. La sorpresa
misma causada por el libro Una ventana a la carretera (1967) —señala su
editor González Boixo— con una visión diferente sobre el concepto de relato que
incluía nuevas técnicas narrativas o la superación del realismo en otras de sus
siguientes colecciones como, El ingeniero Balboa y otras historias civiles (1976);
un cierto compromiso social y algo de modernidad en sus Historias veniales
de amor (1978), hasta llegar a Los brazos de la i griega (1982),
síntesis de tendencias que caracterizarán a sus futuros cuentos y, entre otros
aciertos, esa vuelta a la oralidad o la presencia del humor como una
característica que no abandonará Pereira en su escritura. El síndrome de
Estocolmo (1988) mostraba una mayor implicación del autor, hasta el punto
de que se percibe la voz de un narrador, en primera persona, que coincide con
el propio escritor y ofrece una complicidad fácilmente perceptible. Picassos
en el desván (1991), una colección de relatos mucho más amplia en número y
ambición, característica por la brevedad de unos textos que se anticipan a ese
concepto esgrimido hoy de microrrelato, porque algunos no superan apenas la
página pero ganan en intensidad puesto que se propone una historia sin llegar a
contarla. Y dos colecciones más redondearán la producción del leonés, Las
ciudades de Poniente (1995), libro enmarcado en una línea narrativa
anterior y Cuentos de la
Cábila (2000), una especie de memoria personal donde se
recuerda buena parte de la niñez y de la juventud. El autor recrea ese tiempo
lejano y recupera para el presente una ficción real donde destacan algunas
vivencias y numerosas anécdotas no menos curiosas.
Los cuentos de Pereira se pueblan de
esas miradas alrededor que transmiten las situaciones y ofrecen las
descripciones de más hondura de la narrativa breve castellana actual. El humor
y la ironía dejan paso a planteamientos mayores y en ningún momento el lector
debe averiguar el por qué o la razón de la existencia de unos personajes
seducidos por los imperativos de la vida. La prosa precisa del leonés se
transmuta en una propuesta de sencillez sublime porque se percibe la verdad de
unas vidas a través de una tendencia realista practicada por los principales
autores de la postguerra española, aunque lejos de esas actitudes patéticas de
un humorismo convencional: en el caso de Pereira hay que hablar más de un
cariñoso trato de vecindad con sus personajes para tratar algunos de sus temas
predilectos. Este Recuento de invenciones, con 378 deliciosas páginas,
permite recuperar y presentar a uno de los maestros de la narrativa breve
española de los últimos años.
La
nuevas inquisiciones de Tomeo
La brevedad le sienta bien a la
literatura del escritor Javier Tomeo (Quicena, Huesca, 1931). Su última entrega,
Los nuevos inquisidores (Editorial Alpha Decay 2004), es un extenso
libro recopilatorio de relatos que ofrece algunos de los mejores ejemplos de
sus colecciones anteriores, recupera otros de publicaciones periódicas y
corrige bastantes de ellos aunque también incluye, en igual medida, inéditos
que corroboran su filiación al género, léase, también, el microrrelato. La
crítica ha coincidido que su forma de concebir el mundo proporciona la visión
de una realidad poblada de seres solitarios y frustrados, con aspectos
cuestionables del hombre y de la sociedad contemporánea. Sus invenciones
contienen abundantes dosis de un dramatismo perceptible, aunque esta hiriente
característica quedaría compensada por ese humor absurdo que impregna sus
páginas. La visión de la vida de sus personajes, tan esquemática como
arbitraria, otorga al lector la capacidad, en muchos sentidos, de sentirse
identificado con lo irracional que puedan parecer sus planteamientos.
Los materiales que utiliza Tomeo para
contar sus historias, el tono y el enfoque, el ritmo y la atmósfera, las tramas
y los paisajes, el eco de sus voces, el pálpito de una ciudad que es donde se
desarrollan las mayoría de narraciones o de un pueblo, invitan a tanta
diversidad como aquella visión amplia que nos proporciona la literatura
universal, como la que tiene el propio autor. Sus cuentos forman parte de la
mitología, del mundo de la fábula, la parábola o las sentencias, recurre a
relatos infantiles con sus personajes característicos, incluidos los animales,
o las abundantísimas referencias al expresionismo estético de Kafka, la
iconografía de Buñuel, los negros y grises de Solana o las greguerías de Gómez
de la Serna,
por citar autores que interesan destacar en la literatura de Tomeo y que
proporcionan al autor todos los guiños posibles para dejar constancia de su
irreverencia narrativa. Todos los temas de la obra de Javier Tomeo se
encuentran representados en estos sesenta y nueve cuentos, divididos en cinco
grandes apartados, con un desigual número de relatos, pero que reproducen esa
variedad temática apuntada: la soledad, la esperanza, la piedad o la crueldad
del ser humano, la infancia y los recuerdos personales de un pasado vivido,
además de una visión onírica y absurda de las cosas. Nadie debe perderse, entre
otros, uno de los más extensos, «Conspiración galáctica», aunque no se deben
dejar pasar los titulados «Noche de estreno» o «La niña bigotuda».
Sin olvidar otras entregas como Compañía
(Lengua de Trapo), de Cristina Cerrada, Amigos y fantasmas (Tusquets),
de Mercedes Abad, El hombre que inventó Manhattan (El Aleph), de Ray
Loriga, El ángel de la noche y otros cuentos (Batarro), de Antonio
Rubio, Ajuar funerario (Páginas de Espuma), de Fernando Iwasaki, Los
girasoles ciegos (Anagrama), de Alberto Méndez, El lector de Spinoza
(Páginas de Espuma), de Javier Sáez de Ibarra, A ninguna parte (Menoscuarto),
de Josefina Aldecoa, La casa del caos (Algaida/Calembé), de
Rafael Ramírez Escoto Cuentos olímpicos (Páginas de Espuma), V.V.A.A., Matar
al padre (Algaida/Calembé), Care Santos, con algunos otros nombres de
jóvenes autores con un futuro prometedor en el género.
No hay comentarios:
Publicar un comentario