LA RAZÓN DESESPERADA DE
RAFAEL SÁNCHEZ FERLOSIO
Miguel Delibes, premio Cervantes de 1993,
retrataba a Rafael Sánchez Ferlosio como el
nombre de mayores posibilidades de supervivencia en la novela española
de posguerra, con categoría suficiente para afrontar la inmortalidad literaria.
Para el escritor vallisoletano, su libro,
El Jarama, es una síntesis perfecta de las cualidades del grupo
de «los niños de la guerra». Aún añade
que, en Ferlosio se «adivina al hombre impar, el hombre diferente». Dos libros
han marcado la trayectoria narrativa de Sánchez Ferlosio, Industrias y
andanzas de Alfanhuí (1951) y El Jarama (1956). El primero toma de
la tradición picaresca su estructura narrativa, pero por el tratamiento que el
autor hace de su texto, la temática se inscribe hoy en día más dentro del
relato fantástico o alegórico; a caballo entre las aventuras de Peter Pan o
de Pinocho, como señalara en su momento Ignacio Soldevilla. Renombrados
críticos como Alborg, Gil Casado, Sanz Villanueva, o el mismo Soldevilla
Durante, han estudiado al escritor dedicándole importantes apartados en sus
monografías sobre la novela española de la segunda mitad del XX. Sanz
Villanueva calificaba El Jarama
como una de las obras más importantes y representativas de toda la postguerra.
Adscrita a un planteamiento fundamentalmente objetivo, se puede declarar como
una de las pocas obras españolas de decidido tratamiento conductista o
behaviorista. Considerada dentro de un realismo de masas en cuanto que es el
grupo y no personaje particular alguno el que protagoniza el repertorio de
simples anécdotas.
Una
vida
Rafael Sánchez Ferlosio nació en Roma en
1927 es hijo de Rafael Sánchez Mazas. Licenciado en Filosofía y Letras por la Universidad Complutense.
Formó parte de la denominada generación de los 50 que integra a autores tan
representativos e importantes como Ana María Matute, Ignacio Aldecoa, Josefina
Rodríguez, Carmen Martín Gaite, con quien se casara, Jesús Fernández Santos y
Medardo Fraile. Colaboró, junto a sus compañeros, en Revista Española,
medio que regentara tan magistralmente Antonio Rodríguez Moñino. Tras su
primera experiencia como narrador en 1951, consiguió el Premio Nadal en 1955
por El Jarama y tras un largo silencio voluntario volvió al panorama
literario con Las semanas del jardín (1974-1975), dos volúmenes que
recogen sus investigaciones lingüísticas hasta el momento; un nuevo intento de
novela se transformó en El testimonio de Yarfoz (1986), una crónica
legendaria de estructura épica, para seguir insistiendo en nuevos ensayos como Mientras
no cambien los dioses, nada ha cambiado (1986), Campo de Marte I. El
ejercicio del mal (1986), El ejército nacional (1986), La homilía
del ratón (1986), Ensayos y
artículos. Vols. I y II (1992), Vendrán años malos y nos harán más
ciegos (1993), Esas Yndias equivocadas y malditas (1994), El alma
y la vergüenza (2000), La hija de la guerra y la madre de la patria
(2002), Non olet (2003). La historia, la mujer española, la cultura, el
ejército, las autonomías, ETA, Gibraltar, la Iglesia, la guerra entre judíos y palestinos o el
redescubrimiento de América son algunos de los temas que, desde el punto de
vista crítico, ha planteado Sánchez Ferlosio en sus ensayos y artículos en las
últimas décadas.
Aldecoa y Sánchez Ferlosio |
La
singularidad de Alfanhuí
El propio autor
definía esta novela como «una historia castellana llena de mentiras
verdaderas». Se trata de un libro desconcertante y original al mismo tiempo,
porque aplica la técnica de la descripción realista del momento a un cuento, en
realidad, fantástico que nos transporta a un mundo imaginario dentro de todo un
marco real. Sánchez Ferlosio consigue con su primera novela consumar un estilo
que se traduce en un prodigioso artífice lingüístico cuyo realismo tiene tanto
de expresión lírica como arquitectura narrativa para conseguir esa zona
limítrofe que se le supone a la verdad y a la ficción o como el propio Sánchez
Ferlosio calificaba a esta maravillosa historia, «ni novela ni narración
tampoco narración poética». La novela se mueve en una constante transmutación
de la realidad cotidiana y vulgar por obra de esa fantasía mágica en la que
vive su protagonista, Alfanhuí, cuyos ojos graves descubren los aspectos más
nimios e insignificantes del mundo circundante. En realidad, se trata de esa
especie de don que se le atribuye al alquimista y nigromante para percibir el
origen fabuloso y legendario de los misterios del mundo, aunque en Alfanhuí, su
espíritu sagaz e industrioso, le lleva a un anhelo insaciable de conocimiento,
a adquirir experiencia y saber con respecto a los misterios de la naturaleza y
del mundo. Lo que busca el pequeño
Alfanhuí en su aprendizaje como discípulo de un maestro disecador en
Guadalajara, es el sonido de las viejas historias que explican el misterio de
las cosas que, noche tras noche, le cuenta su maestro.
La
originalidad de El Jarama
De «novela
antinovelesca» ha calificado Antonio Vilanova El Jarama, basada en la
pintura de la realidad cotidiana, como pocas veces había sido representada
hasta el momento en narrativa. Cuenta las incidencias de una jornada veraniega
en la que un grupo de dependientas y horteras madrileños van a pasar un día de
campo en la orillas del Jarama. La acción se desarrolla en un sólo día, desde
la mañana a la noche, y el clima que se respira en el relato es el de un
ambiente dominguero. El desarrollo de la acción, sin embargo, discurre en dos
planos, por una parte el merendero que regenta el señor Mauricio, donde
despacha tras el mostrador a la bulliciosa clientela, su conversación con los
habituales contertulios, y la orilla del río, flanqueado por un pequeño
bosquecillo, en donde se refugian los excursionistas domingueros para bañarse
en las aguas del Jarama. Con una técnica de representación objetiva de los
hechos que Cela había puesto de moda con La colmena (1951), en realidad,
Sánchez Ferlosio con su novela «no aspira a ser más que un trozo de vida
narrado paso a paso, sin reticencias, sin extrañas tragedias, sin caridad, como
la vida discurre, exactamente como la vida discurre». Se trata de un trozo de
vida múltiple, integrada por diversos personajes y localizada, como hemos dicho
en dos escenarios distintos. Es inevitable que se trate de una narración de
atmósfera y de ambiente, de una acción
multipolar y colectiva que no tiene, una aparente, trama argumental con
protagonistas, sino que cada uno de los personajes se convierte en la suma de
los actos que se describen y el mundo novelesco trata de representar la suma de
la vida de todos y cada uno de los personajes. Quizá por eso podamos afirmar
que los horteras, empleados, dependientas y jóvenes oficinistas, cuya
presencia, en principio, es confusa, se va perfilando a medida que estos
hablan, actúan y podemos identificarlos por sus gestos y acciones, para
convertirse en la representación de la vida misma y su relación con los demás,
en la medida que los vamos conociendo. Y el contrapunto final, la tragedia
humana y sin sentido que casi transcurrido el día, cuando la joven decide darse
el último baño de la jornada, perece ahogada en las negras aguas del río sin
que el resto de sus compañeros perciban el soplo helado de una muerte que
empaña la insulsa jornada dominguera. Precisamente, en esta tragedia se
concentra toda la ternura, la emoción y el patetismo de una historia tan vulgar
que resulta tan verídica como la vida misma.
Los
ensayos
Rafael Sánchez
Ferlosio en sus ensayos y artículos ha desarrollado un pensamiento muy crítico
con la sociedad contemporánea, escritor de palabras precisas, se documenta minuciosa y concienzudamente para abordar
temas transcendentales. La realidad
literaria de Sánchez Ferlosio durante estas últimas décadas ha consistido en
una irónica visión de su mundo, con la suficiente capacidad de convicción que
resulta dotado de una prosa rica, cuyos temas llegan a irritar por una razonada
cultura que va más allá del simple concepto humanista.
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