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LA
MAREA DEL
TIEMPO
Carlos
Raúl Maícas (Teruel, 1962) entrega, y habrá que puntualizar que no es habitual
en la literatura española, un segundo volumen de sus diarios, tras Días sin
huella (1998), calificado casi una década atrás por Alejandro López Andrada
como «un libro que huye de los tópicos edulcorados y de esa corriente cursi y
engolada que, últimamente, practican tantos encumbrados de este país literario
empobrecido por aquellos que sientan cátedra sin saber». La marea del tiempo
(2007) contiene los diarios o prosas solitarias de alguien que, de alguna
manera, levanta acta cotidiana desde las entrañas mismas del convulso mundo
literario actual. Un cuaderno que, como aclara el escritor catalán Marià
Manent, bien puede traducirse en «notas dispersas (...) pequeñas zonas salvadas
de la marea del tiempo y de la inexorable erosión de la memoria». En realidad,
este tipo de ejercicios literarios se traducen como si de una terapia cotidiana
se tratara, una especie de autoayuda en el difícil mundo del periodismo
rutinario, así calificaba el propio Maícas su proceso de escritura y añadía,
además, que este tipo de textos se convierten en auténticos libros
interactivos, porque acogen una escritura fragmentaria, adecuada a los tiempos
que vivimos, de posterior fácil lectura, posibilitando que puedan ser abiertos
por donde uno libremente quiera. Se trata, en definitiva, de un libro que bien
podíamos calificar como de memoria, evocación, pero de una profunda agudeza
crítica o de una desinteresada e íntima voluntad de sorprender a los lectores.
Estos textos se concretan en ese
espacio que proporciona la vida misma repleta de desvaríos, espejismos,
ensoñaciones, leyendas que convierten lo vivido y recordado en objetos perdidos
y cachivaches que, por su naturaleza, transforman nuestra existencia en una
vida sedentaria, doméstica y burguesa, para así, como señala el autor, poder
edificar un pequeño mundo, un mapamundi imaginario que nos permita seguir
reinventando historias y vidas. La vocación misma de este libro estaría entre
esa especie de retiro que anotábamos hasta aquí y esa otra más universalista
que le proporcionan al autor sus múltiples lecturas y vivencias. Para poder
establecer un paralelismo entre ambas opciones, Raúl Maícas, se inventa un
viaje individual por unas carreteras imaginarias que le permiten huir de esa
náusea cotidiana que el tiempo le ofrece a diario y se aleja de una vida de
cierta mediocridad responsable.
En este diario se percibe esa
pluralidad que el autor ha ido experimentado y ensayando, sus múltiples
lecturas, vivencias, sentimientos, razonamientos, temores y alegrías,
inquisiciones y disquisiciones que le permiten seguir huyendo de ese ostracismo
cotidiano y provinciano para asomarse a esa diversidad que ofrece el mundo
extranjero, anotando autores y obras que rescata de algún catálogo olvidado
(recuérdese a Nizan), puntualiza sobre la ética de Camus, admira la condición
apátrida de Bruce Chatwin; pero frente a esa universalidad, evoca a nuestros
Bergamín y Gómez de la Serna
y, en igual proporción, reivindica la
obra de Miguel Sánchez Ostiz, tan barojiana como visionaria.
Una última consideración: en
algunas de estas páginas repletas de buenos y mejores deseos, aquellos que
Séneca calificaba como una cadena cuyos eslabones son las esperanzas, Maícas se
califica de cosmopolita varado en el privilegiado mirador de la provincia donde
él vive, un insumiso que abomina patriotismos, corsés ideológicos, vasallajes y
todo aquello que se practique con una política de horizontes mezquinos, para
añadir que muestra esa valentía de confesión, en unos tiempos rancios y finiseculares,
sometido a desprecios y a ninguneos o a improperios y exabruptos. De ahí, su
condición de náufrago e iconoclasta cascarrabias. Personalmente, añadir que
nada más difícil que sobrevivir en este difícil mundo de gremios consentidos.
LA MAREA DEL
TIEMPO
Carlos
Raúl Maícas
Candaya,
Barcelona, 2007; 159 págs.
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